Verde, está muy verde, así es como esta Pablo Casado. Han pasado más de 100 días desde que el ahijado político de Aznar conquistara el liderazgo del Partido Popular y su efecto parece haber sido más estéril de lo esperado. Por mucho que Casado se recorra  España entera haciendo campaña a su figura y a las siglas que representa, Ciudadanos continúa amenazando el espacio político del PP al mismo tiempo que las encuestas otorgan resultados similares en las urnas a ambas formaciones.

El hombre que estaba destinado a ser un personaje importante en la formación de la gaviota, el pupilo llamado a dar un cambio de aires y generacional a la rancia estructura Popular. Elegido, que ha cumplido con la profecía, mesías, que ha llegado demasiado pronto. Con la negativa de Feijoó a hacer las maletas de su Galicia para poner rumbo a Madrid y sacar a sus siglas de el pozo en el que estaban inmersas, el pequeño ruiseñor Casado vio como la oportunidad de dar el salto de calidad que necesitaba se adelantaba. Momento que no podía desaprovechar, tren, que ante la evidente posibilidad de que Soraya Sáenz de Santamaría se presentaría a las primarias para liderar el PP, no debía dejar escapar. Cegado por el hito histórico de las primarias en su partido, Pablo Casado se precipitó postulándose como candidato a suceder a Mariano Rajoy.

Es evidente que el actual cabecilla del PP siempre ha estado en la torna para ser líder de su partido, pero nadie esperaba que este diera el paso con premeditación y alevosía. Lo natural hubiera sido que primero fuera Feijoo y luego, tras una transición a fuego lento, Casado diera el salto.  Parece que fue ayer cuando el actual líder del PP comparecía para anunciar su presentación a las primarias internas del PP. Nadie le daba como ganador, incluso algunos sostenían que debía anexionar su candidatura a la de Santamaría. Quién lo iba a decir… Querían que conformará equipo con aquella a la que hubiera jubilado antes de tiempo si la empresa de colocación en la que se ha convertido el gobierno de Pedro Sánchez no hubiera movido hilos para enrolarla en el Consejo de Estado. En aquellos comicios partidistas, todos los analistas habían consensuado que las votaciones se decidirían con un cara a cara entre Cospedal y Santamaría. Nadie, a excepción de sus parroquianos, veía capaz a Pablo Casado de pasar a la segunda vuelta. No tenía opciones. Y no las hubiera tenido, si no hubiera hecho como hizo aquel Sánchez defenestrado por la cúpula del PSOE cuando al volante de su Peugeot se recorrió municipio por municipio recabando apoyos para derrotar a Susana Díaz. Elche, Ávila, Murcia… Cualquier ciudad, por perdida e inhóspita que pareciera, era idónea para que Casado vendiera su libro. Una obra de futuro, de cambio, de renovación… Palabras que calaron, frases que hicieron mella en gran parte de los afiliados. Estrategia marketiniana, por algo su jefe de campaña es ahora su segundo de abordo, que le hizo Presidente del Partido Popular frente a todo pronóstico.

Liderazgo, el de Casado, que se está diluyendo. Sus globos sonda de los meetings y de las sesiones en el Congreso parecen no volar muy alto. En lugar de tener un mensaje propio, una marca individual, se conforma con copiar las ideas de Ciudadanos y Vox con la banal intención de recuperar el espectro político perdido en los últimos años. Que Ciudadanos dice que los Presupuestos de 2019 son ilegales, él dice lo mismo. Que Vox llena Vista Alegre con 10.000 banderas de España, pues él va y se emociona señalando que la hispanidad es el hito más grande de la historia. Como si estuviera compitiendo en un duelo de egos con estos dos partidos, pretende parecer más contundente que Albert Rivera y más español que Santiago Abascal.

Mientras, confirma las evidencias de que se le queda grande el cargo que ostenta y que todavía no está preparado para ser el líder de la oposición, Albert Rivera ejerce como tal siendo el látigo del gobierno socialista.

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