[El siguiente texto fue publicado originalmente en Espada y Pluma, revista cultural dirigida por Jorge García Macía. Podéis consultar y apoyar el artículo en este enlace.]

 

Prometeo, en la mitología griega, era un Titán considerado amigo y benefactor de la Humanidad. Prometeo tenía como objetivo salvar a la Humanidad y dotarla del libre albedrío necesario para adorar (o ignorar) a los dioses, convirtiéndolos en el más perfecto animal de la Tierra. Para ello, Prometeo roba el fuego de los dioses y se lo entrega a los humanos. Esto hace enfurecer a Zeus, Dios de dioses, que terminó por encadenar a Prometeo a una roca y mandar un águila para que durante toda la eternidad picotease el hígado de Prometeo, el cual se regeneraba cada noche al ser este inmortal. Finalmente, Hércules acabó salvando a Prometeo de su eterno castigo.

En 1818, Mary Shelley publica Frankenstein o el Moderno Prometeo, una de las obras más importantes de la literatura del siglo XIX, responsable de sentar gran parte de los cimientos de la fantasía y la ciencia ficción. La obra de Mary Shelley es una de las más poliédricas de la literatura del género, y en buena medida por ello ha sido una de las más analizadas por los académicos y reinterpretadas por los cineastas. El mito del monstruo de Frankenstein se ha ido diluyendo debido a estas reinterpretaciones hasta llegar a nuestros días, de manera que progresivamente se ha alterado no solo el continente (cómo nace el monstruo, las particularidades de la trama…) sino el contenido, ya que en algunas de estas películas obvian los temas de la novela para proponer otros o, sencillamente, para hacer la historia más accesible al espectador.

No obstante, Frankenstein sigue siendo una de las obras más leídas y referenciadas de la literatura inglesa de finales del XIX. Si el lector se anima a ahondar en ella descubrirá el tema sobre el que pivota toda la trama: el creador y su obra; en última instancia, Dios y la Creación.

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Víctor Frankenstein es un personaje cuya atormentada vida le lleva a jugar a ser Dios: se embauca en una serie de experimentos con los que tratará de dar vida al ser más perfecto a con trozos humanos e infundiéndoles vida a partir de principios cuasi mágicos. Víctor consigue su propósito al hacer despertar al monstruo, que en el fondo es una persona con cualidades sobredimensionadas sin un conocimiento previo del mundo al que lo han lanzado. El monstruo se escapa y lleva a cabo una serie de asesinatos alrededor de su creador, pero en el proceso descubre de manera progresiva pero rápida a interpretar las cualidades más básicas del mundo que le rodea, a entender el idioma y a hablarlo él mismo e incluso a leer y escribir. El monstruo, poco a poco, se vuelve más humano. Alcanza en algún momento la conciencia de que ha sido creado por alguien y que, por su naturaleza extraña y subterránea, está condenado a vivir en la más absoluta soledad. Por tanto, maldice a su creador y le exige un homónimo con el que compartir el resto de sus días. Dejaría de dañar a los humanos si este homónimo le era dado; a pesar de esto, Victor Frankenstein se niega. Profundamente perturbado por el daño que ya había hecho su creación, decide dedicar su vida a perseguir y acabar con el monstruo. Frankenstein es, por tanto, un genio creador que reniega de su creación.

El cruce de caminos entre el mito de Prometeo (antes bien la obra Prometeo Encadenado de Esquilo en la que se inspiró Mary Shelley, que difiere un tanto de la leyenda del titán) y Frankenstein puede ser el siguiente: el doctor Frankenstein, intentando generar un individuo perfecto y, por tanto, contribuir positivamente a la humanidad, acaba construyendo algo que se vuelve en contra de él mismo y es castigado, como castigado fue Prometeo al regalar a la humanidad el fuego de los dioses (Irazoqui, 2010).

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Es fácil, expuestos así los términos, trazar un claro paralelismo con Blade Runner, la película de Ridley Scott estrenada en 1982 basada en la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (Dick, 1968). En este caso vivimos en un futuro distópico donde la idiosincrasia americana se ha ido diluyendo en la entonces creciente cultura china; las calles son oscuras y siempre están cubiertas por una cortina de lluvia y se ha estandarizado la ingeniería genética en la sociedad y la industria. De estas tecnologías derivan los replicantes: individuos creados gracias a la mano de la genética para trabajar con o para los humanos en diferentes cuestiones. Tyrell Corporation tiene como eslogan «más humanos que los humanos», dando a entender que lo que generan no son meras piezas de robótica sino personas excelentemente preparadas para cumplir su función. Tyrell, el personaje que da nombre a la compañía, es la mente pensante que ha creado estos seres. En determinado momento, unos Nexus 6, unos modelos “mejores físicamente y tanto o más inteligentes que los ingenieros genéticos que los generaron” organizan un motín cuando descubren la realidad de su propia existencia: son individuos diseñados para vivir únicamente cuatro años, el tiempo que, según cuentan en la novela y la película, tardan en generan sentimientos (“es la única diferencia con los humanos”). Además, su pasado se simula por medio de la introducción de recuerdos ajenos. Si pensamos en una definición humeana del yo (no existe una substancia pensante permanente, sino que somos un conjunto de percepciones (recuerdos) que se suceden unos a otros), el yo del replicante es una absoluta invención y son personas sin identidad real. El descubrimiento de estos términos hace que los replicantes se cuestionen su existencia en el mundo y busquen a su creador para obtener las respuestas que hasta entonces se les había ocultado.

Los replicantes son, por tanto, la creación de un modernísimo Prometeo: Tyrell. Son individuos pretendidamente perfectos como quiso Frankenstein que lo fuera su monstruo; pero, a pesar de que son superiores en cuestiones físicas y/o intelectuales, cuando adquieren conciencia propia y se dan cuenta de su naturaleza como meras criaturas de laboratorio generadas por una entidad egoísta superior, buscan la venganza y el castigo de su creador. El replicante representa la creación de la divinidad moderna, alguien con un poder absoluto gracias a su mente y la tecnología. Tyrell vive en una pirámide prácticamente en soledad como si de un dios precolombino se tratase y lanza al mundo una creación que observa desde las alturas. Tanto Blade Runner como Frankenstein son una crítica a la tecnología mal aplicada, a los científicos ególatras sin ética y, en general, a la ciencia despojada de toda moral

Aunque quizá los cuatro años de vida establecidos de un Nexus 6 sean una cifra como cualquier otra, el motivo subyacente de de su muerte programada no lo es: desarrollan sentimientos, ataduras y principios para entonces. «El androide es una metáfora para la gente que tiene una apariencia humana pero no se comporta como tal», como el propio Philip K. Dick decía. Un replicante no es menos humano que el peor de los hombres, que Philip K. Dick identificó en uno de los miembros de la SS alemana destinado a Polonia, al leer en su diario lo siguiente: «Por la noche nos mantienen despiertos los gritos de hambre de los niños»; obserbava en estas palabras una deshumanización absoluta del individuo (no necesariamente alemán ni nazi) tras la Segunda Guerra Mundial (Bilbao, 2014). Uno de los sentimientos fundamentales, la empatía, es la que explora desde la fisiología Michael S. Gazzaniga en su ensayo científico ¿Qué nos hace humanos?, donde concluye que una persona con una patología que le impide tener una determinada sensación le impide además percibirla en otra persona (Gazzaniga, 2008).

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Este camino insondable del replicante hacia la humanidad personal y el sentimiento de mortalidad culmina en la escena final de Blade Runner, donde Roy Batty, el protagonista último de la película, decide perdonar la vida de Deckard y dar por finalizada su vida cuando entiende que esta no tiene más sentido ni recorrido. Roy Batty es en esos momentos un humano muriendo que se despide con una de las frases más famosas de la película: «Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia.»

Este crecimiento hasta la humanidad desde el individuo lanzado al mundo despojado de sentimientos también se ve de manera meridiana en la obra de Mary Shelley, donde como decíamos el monstruo de Frankenstein comienza sin un conocimiento previo del mundo y acaba desarrollando todas las características propias de un humano, maldad incluida. ¿Es, por tanto, un monstruo?

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La muñeca es un personaje de Bloodborne (From Software, 2014) que se muestra completamente desprovista de cualquier tipo de vida en su inicio y despierta en un determinado momento para ayudar al cazador (al jugador) en su misión en medio de la cacería en la que se ambienta el juego. La muñeca fue construida por los cazadores para servirles. En uno de sus arrebatos de lucidez, la muñeca nos dice que “ella ama a sus creadores” pero no sabe si “sus creadores la aman a ella”.

¿Amaba Prometeo realmente a la humanidad?

 

 

BIBLIOGRAFÍA

Bilbao, Javier (2014). Jotdown.es: Blade Runner y qué es lo que nos hace humanos.Disponible en: https://www.jotdown.es/2014/09/blade-runner-y-que-es-lo-que-nos-hace-humanos/

Gazzaniga, Michael S (2008). Paidós Iberica: ¿Qué nos hace humanos? La explicación científica de nuestra singularidad como especie.

Irazoqui, Andrés (2010). Bellomagazine.com: Frankenstein o el Moderno Prometeo. Disponible en: https://www.bellomagazine.com/es/libros/frankenstein-o-el-moderno-prometeo

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