Ha llegado el gran día, el día de las primarias del Partido Popular. Hace poco más de un mes el PP era una balsa de aceite bajo el liderazgo indiscutido de Mariano Rajoy, quien acababa de salvar su legislatura pactando in extremis los Presupuestos de este año con el PNV y Ciudadanos, dos partidos que mutuamente no se pueden ni ver, pero que tienen (tenían) una curiosa relación de desprecio y dependencia con el partido en el gobierno. Gracias a este acuerdo Rajoy, el gran superviviente, confirmaba una vez más su leyenda de incombustible y, lo más urgente para él, mantenía con vida la legislatura justo en su ecuador exacto. Nada hacía presagiar que el PP estaba destinado a ver esta segunda mitad de legislatura desde la barrera.

Como es una historia que ya conocemos todos, la resumiremos diciendo que no debe ser fácil pasar de la noche a la mañana de ocupar confiadamente la Moncloa a verse fulminado a la oposición (siendo, además, el partido con más escaños en el Congreso) e inmerso en la búsqueda de un nuevo líder. Máxime cuando el que todos daban por sentado que iba a ser ese nuevo líder, Núñez Feijóo, decidió el pasado 18 de junio dar un paso atrás y no presentarse como candidato, lo que dejó al partido poco menos que en estado de pánico. En una formación que nunca antes había celebrado primarias, y con tantos candidatos fuertes y con posibilidades reales, el temor a una guerra civil era inocultable.

Por eso estas primarias resultan tan interesantes, aparte de por lo obvio (que de ellas saldrá el próximo líder de la derecha en España, y tal vez el próximo inquilino, o inquilina, de la Moncloa). Seis aspirantes compiten hoy por el trono de la calle Génova, el trono de Fraga, de Aznar y de Rajoy (y de Hernández Mancha, pero ni él mismo se acuerda ya). Pero, siendo sinceros sólo cuatro de ellos (como si fueran pocos) parecen tener auténticas posibilidades de hacerse con el premio. Conozcámoslos un poco más de cerca.

Pablo Casado: probablemente el único cuyo cargo es menos conocido que su nombre. Soraya es (aunque ya no lo sea) la vicepresidente, Cospedal la secretaria general y de García-Margallo nadie olvida que fue el ministro de Exteriores más memorable (para bien o para mal, según gustos) que hayamos visto en años. Pero de Casado, palentino del 81, cuesta más decir el nombre del cargo que ocupa (que encima son dos: vicesecretario general de Comunicación y presidente del Comité electoral autonómico en Madrid). En realidad, poco importa, porque en esta carrera Pablo Casado es ‘el joven’, el relevo generacional, el que puede devolverle al PP (eso dicen los suyos) el voto de los jóvenes, perdido casi por completo ante Ciudadanos. No en vano fue el presidente de las juventudes populares en la Comunidad de Madrid entre 2005 y 2013, cargo éste por el que sí se le recuerda (de esta época datan aquellas declaraciones tan polémicas sobre la memoria histórica).

Sí, el tirón de Casado entre los jóvenes del partido es real, aunque también lo es que la sombra de Aznar es alargada, que Casado ha trabajado estrechamente con él (y con Esperanza Aguirre, otra sombra polémica en el PP) y que, aunque el ex presidente de honor del partido no ha querido inmiscuirse en estas primarias, lo ha alabado en público más de una vez a lo largo de los años (léase la columna Origen olvidado, partido desalmado publicada hace unos días en nuestro periódico para entender por qué este apoyo de Aznar puede ser el abrazo del oso para Casado). La proximidad del ‘joven’ al refundador del partido va más allá de lo biográfico: el convencimiento general es que Casado es la vuelta al aznarismo ideológico, un giro a la derecha (también cuenta con el apoyo de Hazte oír, todavía más espinoso), y la posibilidad de que dos grandes figuras del pasado como son Aznar y Aguirre vuelvan a tener influencia directa sobre el presente del partido. Por si acaso, ni estos últimos han querido hablar de las primarias, ni Casado ha cejado de poner distancia con ellos.

Pablo Casado y el abrazo del oso

El rostro joven más conocido del Partido Popular llega al día D con 5000 nada desdeñables avales, y el apoyo bastante más escaso de algunos nombres importantes como Andrea Levy (la otra gran joven estrella en ascenso), Javier Maroto (que le puede servir de contrapeso al apoyo de Hazte oír) o Ignacio Cosidó, senador y ex director de la Policía Nacional.  Fuera del partido, también Pedro J. Ramírez le ha dado su apoyo. Por lo demás, sólo ha conseguido el respaldo de tres presidentes provinciales, los de Barcelona, Tarragona y Lérida, aunque parece tener posibilidades de ganar hoy en Aragón. No está mal para alguien a quien sus adversarios acusan de “no tener experiencia”, de ser poco menos que un robot de Aznar… y de hacer trampas con su máster. La caída de Cristina Cifuentes –quien, de no ser por aquel escándalo, habría tenido mucho que decir en estas primarias– hace apenas dos meses (sí, parecen más) debería bastar para intranquilizarlo, aunque eso depende de si es culpable o no. La respuesta, hoy por hoy, sólo la conoce Casado.

María Dolores de Cospedal: la gran sorpresa cuando Rajoy la aupó a la secretaría general del partido hace diez años, en aquel 2008 del antes y el después para los populares, cuando el futuro presidente del gobierno tomó el control de la nave y el partido de Aznar dirigido por el heredero de Aznar pasó a ser el partido de Rajoy dirigido por la gente de la que se fiaba Rajoy. Cospedal, nacida en Madrid en 1965, anunciaba un tiempo nuevo: mujer, madre soltera por fecundación in vitro y absoluta desconocida (al menos por el gran público) hasta entonces, su nombramiento dejó claro el antes y el después en la dirección del partido, el relevo de la vieja guardia aznarista. No obstante, tampoco es que Cospedal haya supuesto una revolución en el PP. Su perfil ha sido más bien el de la secretaria general que cumplía puntualmente su deber, manteniendo el orden en el partido en nombre de Rajoy, con absoluta lealtad a éste y siempre dispuesta a acudir donde el líder la necesitara. Esto le ha pasado factura, pues quien mucho se expone a la luz se acaba quemando (aquellas explicaciones del “finiquito en diferido” en el peor momento de la tormenta Bárcenas, verbigracia), pero también le ha permitido conocer el PP mejor que nadie, lo que puede serle útil hoy.

En efecto, Cospedal cuenta con importantes apoyos: Zoido, Catalá, Tejerina, Monago, Montserrat y Ángel Garrido son los más notables. También tiene buenos apoyos territoriales: Asturias, Cataluña, Navarra y Valencia, además de su feudo, Castilla-La Mancha, donde lleva doce años dirigiendo el partido y fue presidente autonómica entre 2011 y 2015. Además, hoy espera alzarse con el triunfo en Aragón, Extremadura, Galicia y Ceuta. También la respalda medio PP madrileño y valenciano, pues en ambos casos el otro medio está con su gran rival, Soraya.

Ésta es la clave de la candidatura de Cospedal: su rivalidad personal, por no decir enemistad, con Soraya. Así se lo dijo, off the record, a un conocido locutor radiofónico poco después de la moción de censura a Rajoy: “si Mariano sigue no hay problema, pero si se va y se presenta Soraya iré a por ella”. Hasta para presentarse a las primarias Cospedal parece ir al encuentro del deber más que a la satisfacción de su ambición personal (muchos creen que toda su ambición se limitaba a guardarle las espaldas a Rajoy en Génova y poco más). Pero sorprende esta animosidad por su contrincante en una mujer sin (más) enemigos ni grandes ideas propias, aunque era inevitable que las dos grandes “mariscales” de Rajoy, su mano derecha en el partido y su mano derecha en el gobierno, acabaran chocando. Como tantos otros correligionarios suyos, Cospedal cree que Soraya ha acumulado demasiado poder sobre el PP en estos años, y no parece preferirla como jefa a Rajoy. Si algún día publica sus memorias quizá leamos en ellas algo como: “El partido era mi responsabilidad, y ya era hora de que alguien le parara los pies a esa”.

Este duelo entre las dos “ángeles de Mariano” no tiene pinta de acabar hoy. Ambas tienen amplios apoyos, los suficientes para incordiar a la ganadora (si finalmente es alguna de las dos) en el futuro. ¿Realmente Cospedal quiere ganar o sólo busca cerrarle el paso a Soraya? Eso sólo ella lo sabe. ¿Y realmente puede ganar? Bueno, es cierto que tiene medio mapa autonómico popular en el bolsillo, que tiene tirón entre los votantes de más edad del partido con más votantes mayores de 65 años (hay quien la llama la candidata de los nostálgicos de Alianza Popular), pero el hecho es que ha reunido bastantes menos avales –en torno a 3300– que Pablo Casado, a falta de saber cuántos tiene Soraya, y que su perfil parece más de gestora formal que de auténtica líder. Si gana hoy el liderazgo, ¿será capaz de darle la vuelta a esta imagen, como si el hábito hiciera al monje? Pronto lo sabremos.

Otros tiempos en el Partido Popular

José Manuel García-Margallo: si Pablo Casado es el candidato de la juventud y la renovación generacional, ¿García-Margallo, nacido en 1944, es el de la senectud y la vieja guardia? Él prefiere presentarse como el de la veteranía. Si Cospedal ha dicho recientemente que Casado no tiene la experiencia suficiente, de Margallo nadie podría decir tal cosa. Bisnieto del gobernador de Melilla que dio nombre a la “guerra de Margallo” a finales del siglo XIX, licenciado en Harvard, y merecedor de la Gran Cruz al Mérito Civil en 1982 y de la Orden del Mérito Constitucional al año siguiente, Margallo cuenta con el currículum más largo de todos los candidatos, lo que no quiere decir que sea el mejor para este cometido. Comenzó su carrera política en los lejanos tiempos de la UCD y ahora quiere ponerle punto final con el liderazgo del otro gran partido de la derecha española de los últimos cuarenta años. El problema, para él, es su escaso atractivo entre las bases del partido. Ya sea por su edad, por su aire de erudito, por su fama de engreído o de arrogante (lo llaman “el gallo Margallo”) o por su propuesta de “confluir” con Ciudadanos por la unidad de la derecha, el caso es que de los grandes candidatos es el que menos avales ha presentado (en torno al medio millar), y el que no puede decir que cuente con apoyos territoriales o individuales. Ningún peso pesado ni ninguna agrupación provincial o autonómica le ha dado públicamente su apoyo, ni siquiera Íñigo Méndez de Vigo, de quien algunos analistas daban por sentado el respaldo a Margallo, al parecer por tratarse, con diferencia, de los dos ministros más cultos de los gobiernos de Rajoy.

Un joven García-Margallo en 1982

Tampoco juega precisamente a su favor la sensación que proyecta, como Cospedal, de presentarse a estas elecciones no tanto por ganarlas como por evitar que gane Soraya. Efectivamente, también Margallo detesta a la ex vicepresidente, pero en su caso la inquina parece aún más intensa, quizá por ser más antigua. Como es sabido, Margallo, en su etapa a cargo de la cartera de Exteriores, fue uno de los nombres más destacados del llamado G-8, el grupo de ministros de la primera legislatura de Rajoy que constituyó un poder fáctico dentro del gobierno opuesto a la vicepresidente Soraya. El final de este sordo enfrentamiento es de todos conocido: del grupo formado por Margallo, Jorge Fernández, Ana Pastor, José Manuel Soria, Miguel Arias Cañete, Pedro Morenés, Rafael Catalá e Isabel García Tejerina sólo estos dos últimos seguían en el Ejecutivo cuando la moción de censura acabó con la era Rajoy. A todos los demás ni la amistad de muchos años con el presidente les sirvió para evitar ser expulsados del gobierno y reubicados en puestos más inofensivos… o directamente condenados al olvido. Como no se resigna a ello, Margallo no ha perdido ocasión de atacar a Soraya, desde la moción de censura cada vez más pública y frecuentemente. Dicen que el ex ministro de Exteriores defiende lo que muchos más piensan pero no dicen, aunque de ser así es inevitable preguntarse dónde están esos apoyos en la sombra. Pase lo que pase hoy, lo único seguro es que, como le reprochaba otro candidato (véase la entrevista exclusiva de hoy a Elio Cabanes en nuestro periódico), seguiremos viendo y oyendo al “gallo” más cultivado dando su opinión en televisión. Avisado queda el ganador de la jornada.

Soraya Sáenz de Santamaría: no sabemos qué va a pasar a partir de hoy, pero si finalmente gana esta vallisoletana cosecha del 71, se confirmará que paso a paso se llega a la cumbre. ¿Quién era esa jovencita a la que Rajoy sacó de la nada en 2008 para nombrarla nada menos que portavoz del grupo parlamentario en el Congreso? Sin solución de continuidad, Soraya pasaba del anonimato a librar día sí, día también aquellos agresivos duelos retóricos con la entonces vicepresidente de Zapatero, María Teresa Fernández de la Vega. Así fue cómo el PP descubrió que esta desconocida abogada del Estado que llevaba años tan cerca de Rajoy como lejos de las cámaras (era adjunta de Francisco Villar, el director de gabinete del político gallego) escondía un animal político de los que no abundan. En su primera entrevista laboral en la Moncloa tras leer su currículum le preguntaron si sabía hacer frente a “los marrones”. Casi veinte años después Soraya está en primerísima línea política, quizá más cerca que nunca de habitar la Moncloa algún día, y no ha habido “marrón” que le haya pringado, ni siquiera de refilón. Hasta de una prueba tan difícil como la del debate a cuatro en el que sustituyó a Rajoy salió muy bien parada, casi a hombros de los suyos, pese a Bárcenas, a los SMS, a la Gürtel sin fin, a los recortes, a las promesas incumplidas, a los partidos emergentes, al desastre de las municipales… ¿Por qué entonces quienes la aborrecen lo hacen con ese odio africano, hasta el punto de colgarle el denigrante mote de “bolita de azufre”?

“¡La ambición debería ser de una sustancia más dura!” clama el Marco Antonio de Shakespeare. La de Soraya parece del mismo material que las garras de Lobezno. Y esto no es una crítica, pues la ambición puede ser una grata virtud en un político capaz y competente. ¿Acaso Adolfo Suárez no era ambicioso? ¿Y quién le niega hoy el pedestal de padre de la patria? Soraya, que empezó siendo una de las dos guardianas de la galaxia Rajoy, junto con Cospedal, sin más objetivos que servir bien al partido y a su “creador” político, ha ido concentrando influencia política y mediática en sus manos hasta llegar a ser, probablemente, la persona que más poder ha ostentado en toda la larga historia constitucional española. Su gran enemigo Margallo se remonta más allá de la primera Constitución, hasta Godoy, para encontrar un caso de un poder delegado semejante.

En efecto, Soraya ha sido la valida de Rajoy mientras éste disfrutaba del lado amable del poder (viajes y demás comodidades). Ella se ha ocupado personalmente de dos grandes frentes de batalla de la era Rajoy: el incendio catalán (según sus muchos detractores tarde, mal y a medias) y el frente mediático, que todos los gobiernos desde la Transición han tenido que afrontar. Es en este último combate donde Soraya ha cosechado sus mayores éxitos, y ha incurrido en los mayores rencores: con el rescate de grupos periodísticos al borde la quiebra, alternando el palo y la zanahoria, la vallisoletana ha conseguido lo que nadie antes en los últimos cuarenta años: tener controlados y jugando de su parte simultáneamente a PRISA (¡mudanza de los tiempos, un gobierno del PP salvando a PRISA!), a Vocento, al Grupo Zeta, a Godó, a RTVE (claro), a Mediaset, a Planeta… La postración de los medios tras años de crisis económica le ha permitido a Soraya mantener a su partido relativamente a salvo de ataques, salvo los inevitables cada vez que estallaba un nuevo escándalo (y no han sido pocas veces). Incluso entonces se expulsaba al director díscolo de turno (Pedro J. de El Mundo y Javier Moreno de El País) y aquí paz y después gloria. Las decisiones las tomaba ella y que nadie moleste a Mariano con tonterías, que no me entere yo.

¿Hasta cuándo hubiese durado esta situación? ¿De no ser por la moción de censura hubiese llegado el día en que el ocioso Mariano hubiera dejado caer a Soraya como el ocioso Tiberio a Sejano? Ya nunca lo sabremos, pero sí que cuando estaba encerrado con sus más fieles (entre los que estaba Cospedal pero no Soraya) en aquel bar de Madrid mientras en el Congreso se debatía la moción de censura (y Soraya ocupaba el escaño de Rajoy con su bolso), el todavía presidente culpó a su vice de lo que estaba sucediendo y de lo que iba a suceder. “Ésta, desde hace un año sólo ha estado a lo que ha estado” fueron las palabras más comentadas. ¿A qué se refería? ¿Ha habido algo que haya distraído tanto a Soraya como para impedirle ver la mayoría parlamentaria que se estaba fraguando contra su partido? Lo único que sabemos es que fue Cospedal la que anunció ese mismo día que el presidente no dimitiría, no Soraya. Después de tantos años siendo su sombra, ahora parecía lejos de Rajoy en sus últimas horas en la Moncloa. ¿Se arrepentía el presidente censurado de haber confiado tanto en su vicepresidente? Intenten que él mismo les responda. Y siguiendo con las preguntas, ¿qué hay de cierto en la creencia generalizada de que, de haber alguien detrás del vídeo de Cifuentes o de las fotos de Núñez Feijóo, ese alguien no puede ser otro que Soraya, la virreina del CNI?

En cualquier caso ya es agua pasada y hoy la noticia es otra. Soraya llega a las primarias con el apoyo del País Vasco, Canarias, Melilla, Murcia, Castilla y León y la disputada Comunidad Valenciana. Sus apoyos individuales son aún más numerosos: están los ministros llamados sorayos como Fátima Báñez, Alfonso Alonso, Montoro, Nadal y otros fichajes más recientes como los dos Íñigos, de la Serna y Méndez de Vigo, además de los presidentes provinciales de Álava, Alicante, Cádiz, Castellón, Gerona, Huelva, Guipúzcoa, Málaga, Sevilla o Valencia.

Así las cosas, la desconocida favorita de Rajoy de hace diez años tiene serias posibilidades de ganar esta carrera por el liderazgo, de hacer historia con mayúsculas, y, si las urnas quieren en las próximas generales, de pasar de Godoy a Carlos IV. Sólo que esta vez Carlos reinará sin delegar en ningún valido.

 

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