Siempre lo mismo. Cada vez que un animal se deja dominar por sus instintos y asesina a una mujer tras haberla violado, la sociedad y la clase política rememoran los mantras habituales para responder a estos casos. Es cuestión de educación, dicen. De implantar en las escuelas e institutos un modelo que oriente la conducta de los hombres con el fin de evitar que estos ejecuten violaciones o asesinatos.

Intentando alcanzar los recuerdos de mi tierna infancia, le pregunté a mi padre si en algún instante de mi infantil edad me instruyó para que no violara a las mujeres. Me dijo que no. Lo cierto es que no recuerdo que mi progenitor me alertara de la prohibición de forzar a las mujeres a mantener relaciones sexuales. No me la enseñó, porque sinceramente, toda persona en su sano juicio conoce la gravedad y depravación de esa conducta. Por mucho que algunos se empeñen en banalizar y simplificar ese tipo de comportamientos, no es solo cuestión de educación. Va más allá. No se trata de una simple falta de pudor o de modales, sino, como señala un reportaje publicado por el El País, titulado Así es el cerebro de un psicópata, de una tara biológica. Como afirma el doctor Pujol, psiquiatra consultado en este reportaje, los psicópatas sufren una sobremaduración de algunas regiones cerebrales y dificulta la gestión de las emociones.

Tarados, que muchos creen en la posibilidad de que puedan ser reinsertados. Cayendo en el buenismo propio de algunas ideologías, parecen ponerse en defensa de los verdugos en lugar de las víctimas. Buscan justicia, pero consideran inhumano que un sujeto se pase un determinado tiempo en la cárcel. Se les junta el hambre con las ganas de comer. Lloran por los muertos, y se compadecen de los familiares, pero a la hora de la verdad les tiembla el pulso para dar un escarmiento a los asesinos. No habrá paz para los malvados. Aquí sí. Los malos no solo no vuelven a salir a la calle dejando tras de sí los barrotes de la cárcel, sino que cuando disfrutan del aire libre algunos vuelven a delinquir. Como el asesino de Laura, ese de cuyo nombre no quiero acordarme porque no quiere darle publicidad. Ese monstruo, es reincidente, pero no una vez, sino varias. Fue condenado a 17 años por matar a una anciana a puñaladas, asaltó a una joven en un permiso en 2008 y volvió a delinquir en 2015. El yerno que a toda madre le gustaría tener. Vaya elemento… Este ser del que su familia reniega hasta al punto de que su hermana reconoce que nunca tendría que haber salido de la calle. Malnacido, que, al mismo tiempo que es repudiado por los de su sangre, es respaldado indirectamente por algunos legisladores empeñados en derogar leyes que amparan a los ciudadanos contra los asesinos.

Hablo de la Prisión Permanente Revisable. Y no, no voy a hacer campaña. Está claro que utilizar una muerte como propaganda política es inmoral, pero algunos se olvidan en qué consiste su trabajo. Los diputados son los encargados de añadir o eliminar normas del ordenamiento jurídico. Decía Pedro Sánchez el otro día, que la figura de la prisión permanente no había evitado la muerte de Laura. “No eres más tonto porque no puedes”, le respondió Antonio del Castillo, padre de Marta del Castillo. Cuánta razón. ¿Es que acaso un asesino antes de cometer un delito se pone a comprobar el Código Penal? No es no, señor Sánchez. Perpetrar un asesinato no es ir a la pescadería, el autor no hace cuentas cuando ejecuta el acto. Parafraseando a del Castillo, “estas muertes nunca podrán evitarse, pero si dejáis a los asesinos sueltos, el porcentaje que se repitan estos hechos se disparan”. Las normas no solo se crean para evitar conductas, sino para castigarlas, impedir que se vuelvan a cometer, y proteger a los ciudadanos. No solo del principio de reinserción vive el Código Penal.

Del mismo modo que un enfermo de una grave patología debe permanecer hospitalizado hasta que se recupere y se estabilice, los delincuentes no deberían de salir hasta que no sólo no hayan cumplido la condena, sino que se reinserten de verdad. No debemos simplificar las condenas o la reinserción en una mera cantidad de años, en una cifra que no haga justicia a las víctimas.

Martirizados, que ven con indignación la actitud de partidos como Podemos o Partido Socialista. Formaciones que tienen que ver como los familiares de las asesinadas Marta del Castillo, Diana Quer, y Mari Luz Cortés se afilian a partidos como VOX o Partido Popular. ¿Qué le pasa a la izquierda? ¿Por qué parece estar más del lado de los verdugos que de los asesinados? Háganselo mirar. Hagan justicia. No por mí, sino por Laura, y por las siguientes que vendrán

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