Dijo San Pablo que quien no avanza, retrocede. Eso es lo que parecen estar haciendo nuestro sistema e instituciones. Organismos, que como consecuencia de haber sido controlados por el inmovilismo de PP y PSOE nunca han sido reformados. Ambos han sido durante años conservadores disfrazados de reformistas. Los dos han dejado que el tiempo y el cambio de las circunstancias sobrepasen a las reglas establecidas. Aunque la crisis económica hizo tambalearse a los cánones implantados, la Constitución, y con ella, la democracia, continuaron su curso sin acondicionar sus planteamientos al mundo actual.

Si la transición de hace 40 años constituyó nuestro Estado de Derecho y todo el conjunto de libertades y garantías con los que hoy contamos, un nuevo partido y otras cuantas formaciones nostálgicas del régimen anterior a la dictadura del General Franco, pueden hacer que como si de un viaje en el Delorean se tratará, nuestra nación vuelva a la etapa del Frente Popular. Podemos, ERC y el resto de siglas nacionalistas quieren destruir nuestra realidad desde dentro. Acondicionarla para que ellos puedan vivir. Como parásitos, pretenden envenenar la democracia española hasta matarla. Sabotear todos los espacios y mecanismos de nuestro sistema. Ese es su sino. Ese es el porqué de personas como Gabriel Rufián. La razón por la que cada miércoles la monta en el Congreso reside en su objetivo de dinamitar nuestro mundo. Minusvalorando y ridiculizando a la cámara baja, el núcleo de la democracia, el órgano donde reside la voluntad popular, ansía dejar en papel mojado la importancia del Congreso de los Diputados. Cada insulto, escupitajo, o amenaza, es un golpe a la institución. Ya entiendo el motivo por el que ese mono vestido de seda la arma en cada comisión o sesión de control. Cualquier cita en las instancias del Congreso es una nueva oportunidad para boicotear a la democracia.

Porque Podemos, y Pablo Iglesias a la cabeza, son colegas de los independentistas. Eso no es nada nuevo. No se haga el sorprendido, querido lector, no le he descubierto nada que no supiera. Me llamó la atención cuando Gabriel Rufián, el protagonista de la semana, el hombre al que los medios le están haciendo tanta campaña gratuita que bien podría ser el nuevo candidato de su partido a President de la Generalitat, señaló a PP, PSOE y Cs de incitar a la violencia y al odio en la cámara. Una vez más, Podemos se quedaba fuera de los reproches de un independentista. Iglesias, Rufián y Torra luchan por la misma causa, la abolición del régimen del 78. Así llaman ellos a la transición. Un modelo, que el líder de Podemos es el primero que quiere desmantelar. Lo dice un día sí y otro también. También lo escribe, en una tribuna publicada esta semana titulada ¿Para qué sirve hoy la monarquía? Texto en el que reafirma su convencimiento de que la solución a todos los problemas de España pasa por la instauración de una III República.   

 Aniquilando al Rey, se termina con el régimen del 78. Con la democracia más plena de nuestra historia. Libertades cimentadas sobre la figura del Rey Juan Carlos I, ese que puede que ahora sea un vividor, pero le debemos todo, le tenemos que dar las gracias por despojarnos de las cadenas del franquismo y convertirnos en ciudadanos libres e iguales. Porque el líder de Podemos, ese que todavía no estaba ni en la mente de sus padres cuando nació nuestra democracia, tiene que mostrarle respeto al padre de Felipe VI, ese al que ahora se quiere cargar, por haberle librado de la represión y poder hablar hoy en la tribuna de oradores de la cámara.

Desagradecidos. Esta gente quiere destruir a la casa que vela por sus derechos. Mediante el insulto, banalizan el Congreso para contagiar su agresividad al resto de la sociedad. Si lo que ocurre en la carrera de San Jerónimo es el reflejo de lo que acontece en nuestras ciudades, demuestra que los ciudadanos están crispados. Como si la transición no hubiera sido más que un mero armisticio, el enfrentamiento entre los españoles vuelve a respirarse. El odio, el rencor y la lucha por ver quién es más fuerte vuelven a palparse. Sobre todo, por parte de los que ahora van de pacíficos. Me acuerdo cuando Pablo Iglesias, en la sesión de investidura fallida de Pedro Sánchez, acusó al PSOE de tener las manos manchadas de cal viva por la época de Felipe González y los GAL. El que primero tiró la piedra, ahora esconde la mano. Aquel que era el jabalí del Congreso cuando Rufián no era más que un hipster independentista que se sentaba en el gallinero.

No podemos consentir que se mancillen nuestras instituciones sin que haya consecuencias. El que la hace la paga, dice mi padre. Si un diputado no guarda el decoro parlamentario durante varias sesiones, este debería ser despojado de su acta. Si no nos ponemos serios, lo próximo quizá no sea un insulto o un escupitajo, sino un puñetazo. No hagamos que España se parezca a esos países en donde las sesiones en la cámara se parecen a un combate de boxeo. Dejemos que el Congreso sea el hogar de la palabra, no del ataque.

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