El socialismo ha perdido su feudo, su zona de confort se ha convertido en el mayor infierno. El hábitat por el que vagaba durante casi 40 años se ha convertido en la trampa mortal de Susana Díaz.

Con los resultados obtenidos en las elecciones andaluzas, se constata el a debacle de la izquierda. Tanto PSOE cómo Podemos han salido apaleados de estos comicios. Ambas formaciones pierden el apoyo cosechado en la anterior cita con las urnas. Votación, de la que Susana Díaz creía que saldría victoriosa como era de costumbre. Ilusa, pensaba que San Telmo era su cortijo infranqueable. Las elecciones significaban un mero trámite, una transición rutinaria de las cuales, como testificó Tezanos en su cocinado CIS, saldría reforzada. Pedro Sánchez podría sacar pecho de su gestión. Tanto viaje, tanto postureo, habrían merecido la pena. El sanchismo sería respaldado.

Pero la realidad es otra. Ni el PSOE ha revalidado su hegemonía en Andalucía, ni Pedro Sánchez ha recibido una bocanada de oxígeno. La derrota de la izquierda en su hábitat natural confirma su crisis existencial. La decadencia del progresismo, su indeterminación  de destino. Un, sino, que se dibuja incierto, y más, como informa un medio de comunicación, cuando Pablo Iglesias parece estar decidido a aunar fuerzas con los independentistas. Los que se llenan la boca con consignas patrióticas se alían con los que quieren romper España. Paradójico, desde luego.

Más impactante es ver cómo sigue habiendo séquitos de votantes que continúan respaldando a esa izquierda descerebrada. A la de los ERE, a la de las señoritas de compañía pagadas con dinero de los contribuyentes, a estos camaradas que se hacen fotos con Otegui al mismo tiempo que obvian la dictadura de un Nicolás Maduro que tiene sumida a Venezuela en el Siglo XX. Esos mismos que tildan de antidemocráticos a todo partido que no apoye sus ideales son los que ejercen de paladín de terroristas y opresores.

Ese progresismo acomplejado y perdido, con el que muchas personas de izquierdas se niegan a cooperar. Electores, que, como ellos mismos confiesan, pese haber votado durante casi 30 años al PSOE, han apostado por otras siglas en estos comicios. Coherentes y sensatos, no se han dejado llevar por la inercia del corazón, sino por el camino correcto que ilumina la razón. Cansados de una izquierda sin ideas, han dado la espalda a su partido para no dejar de comulgar con sus principios. Ideología que el PSOE ha perdido, progresismo sensato desechado por Pedro Sánchez, que, huérfano, tiene que encontrar refugio en otros partidos como Ciudadanos mientras la izquierda ausente prosigue en su empeño de poner rumbo hacia ninguna parte a la vez que cada vez más españoles huyen de su deriva populista.

Como ya dije en una ocasión, la forma de derrotar a los encantadores de serpientes reside en captar los motivos por los que los ciudadanos se decantan por esas opciones extremistas y utópicas. Algo que no ha hecho la izquierda. Encerrada en sí misma, y empeñada en crear un mundo políticamente correcto se ha obcecado en cosas banales. En lugar de luchar por los derechos de los trabajadores, ese colectivo que es para el que nació el Partido Socialista Obrero Español, se ha centrado en simplezas como el lenguaje inclusivo. El PSOE ha dejado de ser lo que era. Hasta los barones más importantes de la formación parecen renegar de las siglas que un día defendieron con tanto tesón. ¿Si dirigentes como José Antonio Pérez Tapias han abandonado a las siglas socialistas, como no van a hacerlo sus votantes?

La izquierda, y en especial el PSOE de Sánchez, que lo ha transformado en unas siglas personalistas en las que el Secretario General del partido es el único amo y señor del organigrama, va cuesta abajo, de culo, y sin frenos. Un descalabro que ni el cocinero Tezanos podrá disimular. Por más especias demoscópicas que le eche, el proyecto del sanchismo no hay quien se lo coma. Los andaluces no quieren al socialismo, España, tampoco.

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