Pablo está preocupado. Los marineros ven demasiado animado al nuevo capitán y el resto de no morados empieza a ver al nuevo jefe como un tipo listo y aplicado, un lobo de mar que promete enjundias y nuevos horizontes.

Las primeras encuestas insinuadoras aparecen y el PSOE dispárase por el efecto  Moncloa. Pablo Iglesias se inquieta: teme haber errado por segunda vez consecutiva con sus marineros: la primera por omisión; la segunda, por exceso. La primera vez, en la negación a Pedro. Convencido de poder ir allende sus límites, de su omnímodo poder para hacer un sorpasso al poderosísimo PSOE de la mano de Izquierda Unida, sin preocuparse por el jurásico PP, que estaba a ser devorado por Ciudadanos. Ahora, temiendo repetir su error ante una seria sentencia judicial que lo dejaba ante la espada y la pared de ser continuador, aunque fuera por pasividad, con la presidencia de Rajoy en la mano, Pablo meditó. Era conveniente rectificar y adaptarse. Los vientos cambiaban. Por lo visto, telefoneó a algunos presidentes en el exilio. Por lo visto, ofreció un cheque en blanco. Ahora, cuando el barco ha cambiado y de nuevo el navío rompe las olas, vuelve a meditar. El capitán es nuevo, más fresco, más guapo, más limpio. Qué bien habla. Oh, no. Ahora se percata de que el presidente no le ha olvidado: Pedro, muy al contrario, piensa siempre en él, y compite con Iglesias por ver quién tiene el feminismo más largo y grande. La estética y la ética gritan muy fuerte en este gobierno porque quiere hundirme, piensa Iglesias, y eso que es de la socialdemocracia y la troika a partes iguales. La incongruencia puede pasarle factura, piensa él, o hacerle un genio. ¿Por qué mis contradicciones enervan a los míos y los suyos aplauden sus aporías?, llora. Pablo está preocupado. Los marineros ven demasiado animado al nuevo capitán y el resto de no morados empieza a ver al nuevo jefe como un tipo listo y aplicado, un lobo de mar que promete enjundias y nuevos horizontes. Pablo grita, amenaza al nuevo capitán con hundir el barco, pero el que lleva el timón ni se gira a mirarle: sabe que va de farol, y eso enloquece a Iglesias. 

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