A principios de los años 80 el rotulista y dibujante norteamericano de ascendencia japonesa Stan Sakai se propuso llevar al cómic la historia de su personaje histórico favorito, Miyamoto Musashi, un errante ronin (samurái sin señor) nunca vencido en duelo y escritor del clásico de los métodos de kenjutsu El libro de los cinco anillos.

Se supone que iban a ser historias protagonizadas por el propio Musashi, sin embargo el Sakai cuenta que haciendo bocetos del personaje de repente aparecieron dos orejas de conejo (se dice que, según la cultura japonesa, este animal se identifica con la astucia y la destreza). Al dibujante le gustó cómo quedaban y dio forma a un trasunto de Mushashi al que llamó Miyamoto Usagi, un  ronin que ejercería de cazarrecompensas o protector cuando lo requiriese la ocasión de una aventura o de ganar dinero para llevarse algo a la boca; como aquel samurái sin nombre  de la película de Kurosawa, Yojimbo. Y así nació un cómic de culto que ya lleva publicados 30 volúmenes y varios especiales titulado Usagi Yojimbo (que podríamos traducir como “Conejo guardaespaldas”).

Nos consta que en España hay afición, que hay muchos seguidores de las aventuras de este conejo que sigue el camino del guerrero y que, la mayoría de las veces sin proponérselo, acaba metido en algún duelo o ejerciendo como héroe para alguna comunidad. Pero a menudo se produce la misma escena cuando se buscan su álbumes en alguna tienda no especializada: o bien mandan al fan a la sección de manga o bien le mandan a la de cómic infantil. Bien… pues ni una cosa, ni la otra. Ni Usagi Yojimbo es manga aunque veamos la influencia de sagas como El lobo solitario y su hijo, de Kazuo Koike; ni es un cómic para niños por razones evidentes aunque todos sus personajes sean animales, con la excepción del malvado Lord Hikiji; villano siempre mencionado pero sólo visto en una viñeta, por cierto.

¿Es entonces un cómic ambientado en el Japón feudal en el que cada personaje es representado de manera simbólica por un animal? Esto también es complejo pues a menudo leemos chistes sobre las orejas de Usagi y sobre la condición animal de algún personaje. Tampoco hay un ánimo elitista o de segregación en los personajes: una gata puede enamorarse de un conejo o un zorro de un rinoceronte. Quizá la respuesta más sencilla es la que da Usagi a Leonardo, el de las Tortugas Ninja, cuando los quelonios se ven transportados al mundo del conejo samurái en la aventura titulada Sombras verdes: “Todos somos individuos… diferentes unos a otros. ¿Es que en tu mundo son todos como vosotros?”

Sí, Usagi y las Tortugas Ninja también han compartido misiones y aventuras; de hecho ambas publicaciones nacieron en 1984. El propio Stan Sakai cuenta cómo él y los creadores de las Tortugas Ninja, Kevin Eastman y Peter Laird mantenían correspondencia. En una de las cartas –recordemos, era la década de 1980- Sakai hizo un boceto de Usagi que fue incluido en uno de los cómics de las Tortugas. Desde entonces los caminos de los personajes se han cruzado en varias ocasiones, incluso en las serie de dibujos de las Tortugas Ninja. Como curiosidad diremos que Usagi llegó a tener su propio muñeco de acción dentro del merchandising de las Tortugas Ninja–eso sí, hipertrofiado e hipermusculado- que hoy es una pieza ansiada por multitud de coleccionistas.

Esta relación con Leonardo, Donatello, Michelangelo y Raphael “tuvo la culpa” de que los cómics de Usagi llegasen a España. En los años 90 hubo una verdadera “tortuganinjamanía”, así que la editorial Planeta se decidió a publicar aquellos álbumes de Usagi Yojimbo en los que aparecían los famosos mutantes. Lo curioso de todo esto es que con el tiempo las aventuras de Usagi han tenido mayor recorrido editorial que las de las Tortugas Ninja, al menos por aquí.

No es de extrañar que Usagi Yojimbo esté tan bien valorado: muchos elogian su documentación y ponen como ejemplo sus viñetas para aquellos que quieran conocer más sobre el fascinante Japón del siglo XVI, incluso nos atreveríamos a decir que cada viñeta de cada aventura desprende ese encanto del arte tradicional japonés. Sakai se recrea en los detalles, tanto en aquellas escenas de diálogo más calmadas como en las luchas a katana más frenéticas y lo hace hasta tal punto que, aun siendo dibujos en blanco y negro, casi podemos notar la textura de una tela, de la corteza de un árbol o del pelo de un personaje.

Pero Usagi no es solamente dibujo. Sus historias nos sirven para conocer bien la cotidianeidad del Japón de aquella época, desde cómo se forja una espada hasta cómo se elabora la salsa de soja; desde el cultivo de algas comestibles hasta los tipos de monstruos que el caminante podía encontrarse en un bosque oscuro. En treinta volúmenes, y en los que esperamos que queden por llegar, tenemos un verdadero retrato de la intrahistoria de un país; y todo ello sin renunciar a relatos con un principio, un desarrollo y, usualmente, un final en el que el héroe reinicia su camino en busca de otro lugar, otra aventura y otro suceso del que aprender.

Bien es cierto que algunas historias son mejores que otras, no en vano hablamos de una publicación elaborada por una sola persona y Sakai se lleva ocupando  del dibujo, del guión, de la rotulación, del entintado… desde hace 34 años. Es normal que haya unos personajes que evolucionen, otros que desaparezcan, e incluso que el propio protagonista cambie de apariencia y hasta de motivaciones; pero hay que reconocer que son personajes a los que se acaba tomando cariño aunque sean rinocerontes mercenarios oportunistas, vulpejas ladronas con una doble moral o gatos ninjas en busca de venganza.

La obra de toda una vida, sin duda, otorga experiencia y genera secretos de oficio. Pero Sakai no es para nada ese tipo de creadores que guarda celosamente lo que sabe. En la mayoría de los álbumes de Usagi Yojimbo hay menciones a los asuntos que el autor trata, a la bibliografía que usa, a los mitos en los que se basa y en algunos ejemplares nos cuenta, en forma de viñeta, el proceso de elaboración del cómic.

Así pues disfrutar de las aventuras de este ya maduro conejo samurái es mucho más que asistir a sus peripecias como espadachín: es adentrarse en toda una época de la mano de buenos y viejos amigos dirigidos por la mano de un gran contador de historias. Incluso es contagiarse de cierta filosofía zen, que tal y como están las cosas en esta vida siempre de agradecer. ¡Larga vida al de las largas orejas!

 

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