Hace tiempo, coincidiendo con la determinación de la sentencia del caso  La Manada, una de mis seguidores en las redes sociales me enviaba un mensaje privado en el que con asombro y con cierto desconcierto, me preguntaba las razones por las que había decidido escribir una columna sobre el asunto acontecido en Navarra.

Cuando en aquel momento tecleaba las letras del ordenador para plasmar mis opiniones sobre el asunto esperaba que esta fuera la última vez que hablará sobre el tema. Suceso, del que, desgraciadamente, me veo obligado a pronunciarme de nuevo en las presentes líneas. Esos abusadores para la literalidad de la Ley, pero violadores para la moral y la dignidad, han salido en libertad previo pago de 6.000 euros. Sí, solo. Eso es lo que cuesta violar y abusar de una adolescente en este país. Mientras a otros se les imponen sanciones mucho más abultadas por delitos y pecados en teoría menos graves, estos cinco animales podrán volver a ir de cacería por las calles de Sevilla. Cuidado, mujeres, cuidado, madres, vigilad a vuestras hijas, porque unos degenerados han salido de la cárcel.

Esa prisión tan temida por los penalistas buenistas, esa que en ocasiones en lugar de ser una garantía para los de fuera se transforma en un beneficio para los de dentro. Si te portas bien, limpias los platos después de comer y no das la nota con el resto de reclusos, tu pena se ve considerablemente reducida logrando que el paso por la celda sea tan solo un mero trámite. Si los nueve años de condena que dictó la sentencia eran un insulto esta libertad provisional es una bajada de los pantalones por parte de los magistrados hacia la víctima y a la sociedad. Mujeres, porque que no nos engañen, a las que más les afecta e importa esta resolución es a las féminas. Sexo femenino que con este resultado ve mermadas sus garantías y seguridad. Esos 6.000 euros, calderilla comparado con las fianzas de otros casos mucho menos agravados, es un buffet libre para que los degenerados y pichas inquietas se pongan las botas en los portales o callejones.

En ocasiones, con estupor, miro el calendario del móvil para reafirmarme de que estamos en el Siglo XXI y en el 2018. El mundo, a veces, da la impresión de retroceder en el tiempo despojando a parte de la sociedad de sus derechos.  Si los dictados como el de la libertad provisional de La Manada violan los derechos y la seguridad de las mujeres, la presencia de políticos xenófobos en el viejo continente como el ministro de interior italiano Matteo Salvini, que ve en los inmigrantes meros trozos de carne, devuelve a los extranjeros y hombres de color  a aquel retrógrado periodo en donde eran extraños que tan solo eran útiles para cultivar la tierra y arar el campo.  Si escribo sobre esto, contestando a la duda que planteaba al principio de esta reflexión, es porque los que estamos en política debemos ser los primeros que tenemos que mancharnos las manos y mojarnos para cambiar las cosas. Reformar la realidad, transformar el mundo. Existencia que, como he dicho, parece degenerar en lugar de evolucionar. Al mismo tiempo que los partidos financian campañas para la lucha contra la violencia de género, los tribunales firman de manera involuntaria cheques en blanco para los criminales.

Gentuza, que emula a otros despojos humanos. Dios los cría y ellos se juntan. Malas influencias, que los hay de todos los colores. Del mismo modo que hay una Manada andaluza, también coexisten unos violadores argelinos. Blancos, negros, amarillos… Los hijos de puta conviven en todo el globo. Es absurdo señalar a alguien solo por sus raíces o por el color de piel. Porque los verdaderos trozos de carne, son todos aquellos que no piensan con la cabeza, sino con la trompa que se cobija en el calzoncillo.

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