“El conocimiento es poder. La información es liberadora. La educación es la premisa del progreso en toda sociedad, en toda familia”- Kofi Annan.

    Resulta innegable el empobrecimiento al que nuestro sistema educativo se ha visto sometido mediante políticas que parecen resultar más propias de regímenes represivos que de un estado democrático que abandera como principio y reconoce como derecho fundamental la libertad del individuo.

    Desde el último año hemos vivido más avivadamente el debate de el adoctrinamiento en las aulas. Partidos políticos, asociaciones y particulares han denunciado la propaganda ideológica y política que se está llevando a cabo en numerosos centros educativos. No entraré en la clase de ideología que se pretende promulgar, pues esta intencionalidad de educar a los niños en el pensamiento de sus profesores y educadores es propia de muy diversas corrientes. Sin embargo, considero necesario el análisis del verdadero problema que encontramos detrás de esta situación en los centros escolares. Y es que, aunque escuchamos reiteradamente las condenas del Gobierno a esta coyuntura, sus actuaciones no parecen corresponderse con su discurso.

    Las consecuencias de educar a las generaciones futuras en un pensamiento único son fácilmente predecibles. La educación debe ser un valor primordial y clave para el futuro del país. Cuando la multiculturalidad y diversidad de opiniones no encuentra su reflejo en las aulas, nos encontraremos formando personas que no se encuentran preparadas para formar una sociedad plural en la que puedan convivir adultos con distintas ideas, de diversas culturas y etnias… e incapaces de mantener buenas relaciones de vecindad.

    Esta problemática sería más fácil de abordar si no contáramos con los agravantes del destierro de materias escolares que permiten inculcar un espíritu crítico y unos principios de tolerancia, igualdad y libertad como lo son materias de ética o la tan polémicamente excluida Filosofía, que por fortuna ha vuelto a las aulas.

Resulta tremendamente hipócrita abanderar la libertad de pensamiento cuando desde edades tempranas estamos enfocando la educación exclusivamente a formar personas para su integración en el mercado laboral, olvidándonos de su formación humanitaria, centrándonos en el saber productivo y el saber práctico y obviando el saber teórico, sacrificando la curiosidad inherente al hombre por el conocimiento y su vocación por adaptarse en sociedad.

Para la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), la Filosofía proporciona las bases conceptuales de los principios y valores de los que depende la paz mundial: la democracia, los derechos humanos, la justicia y la igualdad. Es inconcebible que las generaciones venideras se cuestionen la sociedad en la que viven y traten de mejorarla si no han sido enseñados a pensar por sí mismos y razonar y poner en duda los dogmas que se pretende aleccionarles.

    Giner de los Ríos entendía que la implantación memorística de textos y letanías no podía ser considerado educar, a lo sumo instruir, y vagamente. Su concepción de la enseñanza, la cual volcó en la ILE, consideraba necesario el pensamiento y planteamiento para forjar el espíritu y alcanzar el realización libre y capaz, así como la plasmación de un proyecto personal, todo aquello en lo que consiste ser dueño de uno mismo.

    Para un Gobierno que pretenda crear un Estado diverso, tolerante, respetuoso y libre, no puede resultar problemático que sus ciudadanos tengan una actitud crítica. Para un sistema educativo que pretenda forjar personas completas, resulta inadmisible orientarse hacia los conocimientos conformistas de aquello que nos requiere el futuro laboral.

    Un pueblo instruido es un pueblo libre, o en palabras de Simon de Bolivar, “Un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción”.

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