Se acaba de publicar la traducción española del reciente best-seller de Steven Pinker Enlightenment Now (En defensa de la Ilustración: Por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso, Paidós, 2018), del que Bill Clinton ha dicho que es su “libro favorito de todos los tiempos”. La editorial Paidós ha aprovechado el tirón de esta nueva obra de Pinker para lanzar la reedición de algunas de sus publicaciones más importantes de los últimos años: La tabla rasa. La negación moderna de la naturaleza humana (2002), y Los ángeles que llevamos dentro. El declive de la violencia y sus implicaciones (2011), de la que el libro que aquí nos ocupa constituye una continuación. Como consecuencia, los estantes de las secciones de filosofía, psicología y ciencias sociales de las principales librerías españolas se han llenado repentinamente de libros de Pinker, que hace muy poco concedía una extensa entrevista en El País consolidando de esta manera su presencia en el ámbito hispanófono.

Aunque dividido en tres grandes apartados, En defensa de la ilustración tiene en realidad dos secciones bien diferenciadas: una historia sobre la disminución progresiva de la violencia en los grandes conflictos armados desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta el presente, documentada mediante una gran acumulación de datos (y donde se incorpora en gran medida el exhaustivo estudio que había dedicado al tema en Los ángeles que llevamos dentro) y una segunda parte, más breve, donde pretende extraer una serie de conclusiones filosóficas que pueden resumirse en la recomendación de un cauto optimismo en función este descenso secular de la violencia y en la atribución a la expansión de los valores ilustrados del XVIII este declive de la violencia en Occidente. La parte histórica es, por su abundancia de datos, la más interesante del libro, aunque adolece a nuestro juicio de un enfoque que abstrae las morfologías políticas o sociales: la historia de la violencia que escribe Pinker es fundamentalmente una historia psicológica o etológica de la violencia en Occidente, cosa no menos interesante. Es en la parte de las conclusiones, en la interpretación que se nos ofrece de esa historia, cuando Pinker incurre a nuestro juicio en todo tipo de errores, de simplificaciones groseras y de absurdos argumentativos. Sobre todo, porque la interpretación de la historia que nos ofrece Pinker es casi mitológica: los valores de la Ilustración dieciochesca serían el fundamento de todo lo que ha habido de bueno en la historia contemporánea de Occidente, mientras que todos los momentos lamentables en que esos valores han brillado por su ausencia (categoría en la que se engloban acríticamente toda clase de sucesos, desde la Segunda Guerra Mundial a la victoria electoral de Donald Trump o el auge de los populismos) serían el efecto de la actividad “contrailustrada” y “progresofóbica” de unas fuerzas oscurantistas que, maquinando al margen de la Ciudad de Dios ilustrada, se afanan en obstaculizar el progreso de la ciencia y del humanismo.

Desde nuestra perspectiva, a Steven Pinker hay que comprenderlo en relación a otras figuras coetáneas y de discurso más o menos similar como Jordan Peterson o Camille Paglia, entre otros muchos que se podrían citar. En concreto, la figura de Peterson, de fama creciente también en nuestro país, resulta especialmente sugerente por tratarse asimismo de un académico proveniente del área de la psicología que pretende fundamentar su discurso en una interpretación deformada y falsaria de la llamada psicología evolucionista. Lo cierto es que, al margen de dos libros que a menudo son catalogados de autoayuda, la fama de Jordan Peterson se debe principalmente a un encontronazo que tuvo en 2016 con unos alumnos transexuales y a la posterior actividad que ha ido desarrollando en su canal de YouTube, por lo que podríamos catalogarlo más bien como youtuber filósofo (puesto que no es lo mismo, ni mucho menos, ser un youtuber filósofo que un filósofo youtuber). El problema de la libertad de expresión y de la corrección política, sobre todo en el medio académico y en contra de algunas ideologías con gran asiento en las facultades de letras y ciencias sociales, son los denominadores comunes de estas figuras cuyo número va multiplicándose conforme pasan los años y que ya podrían tener algún que otro correlato entre nosotros.

Esta familia de nuevos pensadores angloamericanos supone en gran medida una reacción a la consolidación académica en Estados Unidos de eso que François Cusset denominó French Theory y que coloquialmente se conoce como “posmodernismo”, cuyo discurso parece haberse hecho hegemónico en el medio universitario norteamericano. En efecto, el “desastre del posmodernismo”, como lo llama el propio Pinker, es el principal enemigo al que estos intelectuales han dirigido sus críticas, por considerarlo un discurso oscurantista, ajeno a las ciencias y a la creencia en el progreso, escéptico, irracionalista y cercano en muchos aspectos a cierto fideísmo de corte místico o religioso. Contra esto, Pinker y sus homólogos han convertido en lemas de su cruzada contra el posmodernismo a las ideas de Ciencia, Progreso, Occidente, Razón, Humanismo y, sobre todo, Ilustración, idea esta última que vendría a condensar todos esos valores (como si antes de la Ilustración no hubiera habido ciencias o racionalidad).

Con todo, la principal crítica que puede hacérsele al libro de Steven Pinker es su absoluta indefinición a propósito de la idea de “Ilustración”. No solo porque no se moleste en definirla (solamente se nos dice que la Ilustración hace referencia a una “cornucopia de ideas, algunas de ellas contradictorias”), sino, sobre todo, porque su uso de la “Ilustración” parece ajeno en muchos aspectos a lo que fue realmente este movimiento intelectual y este período historiográfico. Como ha resaltado David A. Bell en una de las mejores críticas que se han realizado hasta ahora del libro, lo cierto es que la Razón no se opone, ni en términos generales ni en el caso de los filósofos ilustrados en particular, a la fe religiosa o a las supersticiones, como pretende Pinker. Y no solo, añadimos nosotros, porque en todas las instituciones religiosas o en las supersticiones haya siempre funcionando una racionalidad, dada a una escala determinada, sino, sobre todo, porque habría que ver si las ideas sustancialistas de Razón o Ciencia que Pinker y sus coetáneos manejan con tanta fruición no contienen e implican acaso más fideísmo y supersticiones que aquellas ideologías que pretenden criticar.

La idea de Ilustración, como la idea de Posmodernismo a la que es enfrentada de forma gratuita, se convierte en el libro de Pinker, confirmando una tendencia general de la actualidad que se puede constatar en muy diversos ambientes, en un concepto sin significado preciso, un “significante vacío” que es apropiado y usado como arma arrojadiza al servicio de ideologías particulares.

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