Soy una persona a la que la política le empezó a gustar relativamente hace poco tiempo. Al principio casi no le prestaba atención, y ahora pienso: “¡cuánto me he perdido!” Tanto bueno como malo, todo sea dicho.

Por otro lado, considero la política como un teatro muy bien preparado y escenificado, donde no falta detalle y en el que los protagonistas, cual obra teatral, son siempre los mismos, cuyos papeles saben de sobra, repitiendo, hasta la saciedad, la misma obra.

Al menos, eso es lo que pienso desde que, en el año 2004, viniera a gobernar el Partido Socialista. Desde ese año, trágico año que se cobró unas 200 vidas inocentes y un gran número de heridos, todo me ha parecido lo mismo. Los mismos perros con distintos collares, según un popular dicho español. Me refiero a que, según mi opinión, tanto José Luis Rodríguez Zapatero como Mariano Rajoy, han interpretado el mismo papel en cuanto a la política se refiere. Cierto es que el popular, al que defendía a capa y espada cuando entendía casi nada de política, luego pasó a convertirse – para mí – poco a poco, eso sí, en una rémora que me parecía del todo ineficaz, salvo en el difícil trabajo de sacar a España de una crísis económica – y de valores -, como pocas veces, desde Felipe II, había vivido España, tan atacada y puesta en duda por algunos que sólo quieren vivir a costa del dinero español.

Más o menos, a partir del año 2008 me empiezo a interesar por este mundo que tanto te atrapa, si te dejas atrapar, y en el que, al menor atisbo de valor, más o menos ético, eres mirado por encima del hombro y echado fuera cual delincuente. Y es que, amigos, en estos tiempos inciertos, de tantas idas y venidas, de tanto maremágnum electoralista y captador del voto fácil, casi casi, los valores los representan aquellos partidos que se alejan de una moderación que parece ser casi más perniciosa que los propios extremos.

Hace falta personas valientes, con sentido político y ético, con una responsabilidad seria en el ejercicio de su cargo, que se la jueguen, porque, hoy día, hace falta jugársela si queremos que no se diluya todo en algo difuso y nebuloso, carente de sentido. En una palabra, hace falta personas con valores bien nítidos.

 

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