Hablar sobre la poesía árabe preislámica va a requerir mucha imaginación por parte del lector para entender la importancia que tenía dentro de la sociedad árabe. Viajemos a través de las arenas del tiempo para aterrizar en una época en donde la hostilidad y la belleza bailan una peligrosa danza; una época conocida por los árabes como al-yahiliyya, la ignorancia, nombre que recibe todo el periodo de la historia en donde la revelación del profeta Muhammad aún no se había revelado.

La historia sobre el nacimiento de la poesía árabe es poco sólida y, en muchas ocasiones, confusa. De lo que sí tenemos certeza es de la creación poética en la época preislámica que pasó de generación en generación por vía oral. De esta poesía, el testimonio más fiel del que se dispone es el propio Corán:

«Así como sobre los poetas a los que siguen los descarriados.
»¿Es que no veis cómo divagan en todos los sentidos?
»¿Y que dicen lo que no hacen?»

(Sura de los poetas, 223-225)

Dos siglos después de la escritura del Corán, se registraron los poemas que habían sobrevivido al olvido. En torno a la poesía preislámica existe la duda de su autenticidad, pero gracias a testimonios como el del griego Sozomeno, sabemos que en el siglo IV d.C. en la región de Palmira, se encontró con unos árabes que recitaban poesía, descrita por él como cantos melodiosos en donde las sílabas largas y breves se alternaban, otorgando musicalidad y ritmo. Aquellos cantos que describía los conocemos hoy en día como Qasida.

La poesía árabe nació entre los Bakr y los Taglib de la orilla derecha del Éufrates. Esta poesía fue fruto del perfeccionamiento de la prosa rimada (say’) que practicaban los brujos, sacerdotes o adivinos mientras realizaban sus primitivos conjuros. Una de las evidencias que apoyan esta tesis es la propia etimología de la palabra Qasida, que significa tender a o aludir a algo o alguien. Por este motivo, los poetas árabes están emparentados con los antiguos sacerdotes y brujos del desierto, quienes tenían la capacidad de proteger con sus conjuros a sus amigos o traer la desgracia sobre sus enemigos.

El principal problema al que tuvo que enfrentarse los poetas preislámicos fue que carecían de un sistema de escritura lo suficientemente desarrollado como para confiarle sus composiciones. Para solucionar este problema idearon un sistema que consistía en crear una relación entre el poeta y un rapsoda. El poeta recitaba sus composiciones a su rapsoda personal y este se encargaba de memorizarla para procurar su transmisión de generación en generación. Con el paso del tiempo, el rapsoda acabaría por convertirse en poeta y, a su vez, contaría con un nuevo rapsoda que tutelaría para memorizar los poemas de su maestro y las nuevas composiciones que él crease.

Esta relación procuraba que el poeta, antes de serlo, tendría que haber memorizado millares de versos, sometiendo su memoria a la manipulación de los maestros poetas. De este modo, queda impregnado para toda su vida de la producción literaria de sus maestros. Debido a ello, no resulta extraño ver plagios involuntarios en la producción poética de aquellos poetas. El historiador Ibn Jaldún describió cómo era la vía de aprendizaje del poeta para llegar a tener calidad literaria:

«Antes de ser poeta hay que estudiar a fondo la poesía árabe. Así quedará en el subconsciente un hábito que será el oficio que permitirá realizar la obra. Quien quiera ser poeta aprenderá de memoria una selección de los versos mejores, más puros y más variados. En esa “antología” deben estar representados los principales autores musulmanes y se estudiará con especial atención El libro de las canciones, que conserva no solo la poesía musulmana, sino también los mejores poemas preislámicos. Los poetas que desconocen la obra de sus precursores escriben versos malos».

La Qasida se caracteriza por tener una composición muy característica y reconocible. Se divide en tres partes: nasīb, rahīl y madīh, y siempre por este orden. La primera parte, el nasīb, es un prólogo amoroso en donde el poeta se lamenta en presencia de los restos del campamento de su amada. Con la contemplación de las ruinas que tras de sí dejó el campamento, nace una nostalgia en su interior y el recuerdo le lleva a componer un retrato de su amada. En muchos poemas los restos del campamento son comparados con los tatuajes o la propia escritura. Estos estereotipos están fijados en la cultura árabe y se repiten sistemáticamente, llegando a convertirse en clichés. Por ese motivo, no es raro encontrar en repetidas ocasiones la descripción de la amada como una mujer de cintura fina y caderas anchas, mirada lánguida y cuello esbelto. Este tipo de mujer no se corresponde con la realidad, más bien es una evocación de los deseos del poeta.

La segunda parte, el rahīl , describe el viaje del poeta por el desierto siguiendo los pasos de su amada. En su periplo, dota de vida al paisaje que encuentra, describe incursiones armadas, cacería y ruinas mitológicas, como las ciudades de oro y plata. En su viaje, describe animales como el camello, también llamado safinat al-barr, «navío del desierto»; también habla sobre los caballos, los ónix y los onagros, chacales, vacas, avestruces y leones.

La última parte, el madīh, se muestra como un panegírico dedicado al mecenas o señor al que sirve el poeta. En sus versos, el poeta expresa su agradecimiento con la intención de perpetuar la protección física y económica de su bienhechor, incluso podía otorgarle favores políticos. La virtud principal que exalta el poeta en el madīh es la muruwwa, «la hombría», que simbolizaba con la figura de un león; también alababa la generosidad y la magnanimidad, descrita como una lluvia en pleno desierto. En esta última parte, al final del madīh, podía encontrarse al hiya, «la sátira», que dirigía el poeta contra los enemigos de su mecenas.

A día de hoy, la importancia de esta poesía no ha perdido peso ya que es parte de la identidad de la arabicidad y este tipo de poesía se sigue estudiando en escuelas y entre los poetas.

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