No llevamos ni una semana con el nuevo ejecutivo y ya está sembrada la polémica. Maritxell Batet, nueva ministra de Política Territorial y Función Pública, ha planteado una reforma de la Constitución para dar cabida en el mapa nacional a los sentimientos secesionistas.

En palabras de Miquel Iceta, la carta magna se debe modificar como consecuencia de que algunos ciudadanos de distintos rincones de España consideran y sienten a su región no solo como una mera comunidad, sino también como una nación. Distintas nacionalidades, que ya están contempladas en el artículo 2 de la Constitución de 1978, donde la norma suprema hace referencia explícita a las distintas nacionalidades que conforman la patria española. Definición, que se queda corta para aquellos federalistas, que movidos por un sentimiento nacionalista, pretenden hacer de nuestro país una nación de naciones ingobernable al estilo de Bélgica. Corazón, que les nubla la mente, sinrazón sentimental que pese a no concordar con la realidad e historia de nuestra nación, se sobrepone a cualquier otro criterio. Da igual que el impulso identitario regionalista sea minoritario en muchas de las autonomías de nuestra geografía. Si varios catalanes se quieren independizar, transformemos España para contentarlos. Como si Cataluña fuera el ombligo de la nación, algunos buscan perjudicar a otras regiones solo para seducir a los independentistas.

En todas las ciudades y rincones de España, hay presuntuosos que sueñan con ver a su ciudad como una mini patria independiente del resto del país. En León coexisten los cazurros que al ver la bandera de su región, evocan al país llionés. Cuatro fantasiosos, que obcecados por un sentimiento, una ilusión, o una historia que en este caso sí existió, no como en el caso catalán,  anteponen sus deseos a los de la mayoría. Pintan las paredes de la urbe con consignas de independencia, añorando un Reino, no una República, independiente del resto de España. Independentistas, pero ojo, monárquicos. Reinos y Repúblicas ficticias que no tiene cabida en la realidad, pero que cuajan y tienen gancho gracias a falsos mesías que dibujan mundos felices y prósperos. ¿Se acuerdan de cuando Artur Mas dijo que las empresas se iban a pelear por instalarse en Cataluña? Pues miren lo que ha ocurrido, más de 3.000 empresas han emigrado de esa nación prospera que prometían los secesionistas. Compañías, que ya no van a volver, trabajos que Cataluña nunca va a recuperar, capital que se ha esfumado, como cualquier posibilidad de que Cataluña se independice.

Eso de divide y vencerás, solo pasa en las películas, y  en algunas. Ya sabemos como terminan los protagonistas de las cintas en las que los personajes se separan, muertos. Una España heterogénea y unida es más fuerte que una nación separada. Patria dispar, con diferentes culturas y costumbres en cada rincón. Algunos toman el cocido con pelota, otros prefieren empezar por lo consistente e hincar el diente primero a los garbanzos y al chorizo, otros, más tradicionales, se conforman con saborear primero la sopa y luego lo demás. Distintas manías, una misma nación. Patria común que de desmembrarse acabará muerta.

Soy el primero que destaca y valora la diversidad de nuestro territorio. Mi familia es de León, yo nací en Madrid y resido en Alicante. No me podría quedar con un solo lugar de los mencionados, todos son especiales, todos son únicos. Del mismo modo que cuando voy a Madrid a primeros de mayo me visto de chulapo, en Alicante disfruto como el que más de las hogueras y de la peregrinación de Santa Faz, para después, en verano, contemplar el patrimonio histórico de León. Todas nuestras regiones, incluso Murcia, pese a lo que diga Wyoming, son especiales e irrepetibles. Pequeñas imperfecciones, que deben quedar latentes en la carta magna, pero que no deben dar lugar a una España que sea un conglomerado de Estados.

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