El apagón del lunes dejó más que oscuridad. Dejó preguntas, temores y, sobre todo, una evidencia incómoda: vivimos en una sociedad extremadamente vulnerable. Muchos han comenzado a hablar de ciberataques, a exigir respuestas al gobierno. Yo no. No porque no me importe, sino porque sinceramente, diga lo que diga, me cuesta confiar. Ya nos hemos acostumbrado a verdades a medias, a versiones oficiales que no siempre coinciden con la realidad.

Pero la cuestión más importante no es si hubo o no un ataque. Lo realmente grave es lo que ocurrió. Porque si fue un ciberataque, el asunto es serio. Pero si no lo fue, lo es aún más. Porque eso significaría que nuestro sistema puede colapsar por sí solo. Y, lo que es peor, hemos dejado al descubierto que, con solo interrumpir el suministro eléctrico, un país entero se tambalea.

Esta fragilidad no debería sorprendernos, aunque sí alarmarnos. Dependemos por completo de un entramado tecnológico que, si falla, nos deja indefensos. No hablamos solo de luces que se apagan. Hablamos de hospitales, sistemas de transporte, telecomunicaciones, y hasta edificios donde el aire depende de máquinas conectadas a la red. En algunos casos, como me contaron ayer, ni siquiera se pueden levantar las persianas.

Por eso, el debate no debería centrarse únicamente en la autoría del apagón. Lo urgente es repensar el modelo. Nos hemos entregado sin reservas a la tecnología sin haber diseñado planes de contingencia. Y lo mínimo que deberíamos hacer es crear líneas de defensa para cuando —no si, cuando— esos sistemas fallen.

Estamos destinando enormes recursos a prepararnos para guerras hipotéticas, mientras descuidamos los frentes más evidentes. No tiene sentido. Hay que invertir en infraestructura de respaldo, en soluciones reales para emergencias reales, aquí y ahora. Porque no existe ninguna tecnología infalible, y eso incluye también al sistema eléctrico.

Y todo esto nos lleva a una segunda reflexión, quizá aún más incómoda. ¿Quién está al mando? ¿Quién gestiona todo esto? El apagón también nos ha recordado que muchas de las decisiones que afectan directamente a nuestras vidas están en manos de personas que no tienen preparación técnica ni experiencia, pero sí obediencia a los intereses de su partido.

Eso, en una sociedad tan tecnificada como la nuestra, es una receta para el desastre. Necesitamos exigir algo tan básico como que quien gestiona algo lo entienda. Que los responsables de energía, economía o salud tengan formación y capacidad, no solo lealtad política.

Y por eso, a la hora de votar, no deberíamos aceptar más sobres cerrados. Los partidos deberían decirnos claramente quiénes serán sus responsables en cada área crítica. Y nosotros, como sociedad, deberíamos exigirlo.

Porque al final, lo que está en juego no es una sigla ni una ideología. Lo que está en juego es nuestra seguridad, nuestro bienestar, y nuestra capacidad de reaccionar cuando todo —literalmente— se apaga.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.