Todo era como parecía. Jessica, presuntamente la empleada pública sin oficina, sin responsabilidades y sin más tarea que esperar la nómina cada mes. Un privilegio cortesía de Koldo García Izaguirre y su jefe, José Luis Ávalos, ministro y, casualmente, pareja de la beneficiaria. Pero Jessica no era una trabajadora al uso. No solo desconocía sus funciones, sino que ni siquiera sabía en qué edificio estaba su supuesta oficina. No necesitaba saberlo.

En la España moderna, esto de no saber dónde queda tu oficina se ha convertido en una tendencia. Pero Jessica, al menos, tuvo la franqueza de reconocerlo: no trabajaba porque no hacía falta. Se le contrató, presuntamente, para cobrar. Un empleo fake, sí, pero con un sueldo bien real. Sin madrugones, sin informes, sin emails que contestar. La pregunta se cae de madura: ¿cuántos otros ‘trabajadores’ como ella existen en empresas públicas del Ministerio de Transportes? ¿Y en otros ministerios?

Pero la historia no se detiene en el sueldo. También incluye vuelos oficiales como acompañante del ministro, estancias en hoteles de lujo y, como guinda, un piso en la Torre de Madrid con un alquiler mensual de 2.700 euros. ¿Quién lo pagaba? Ni Jessica ni Ávalos, sino Alberto Escolano, un peón en la trama de Koldo. La versión de Jessica es casi entrañable: “Yo pensaba que era empleado de la inmobiliaria”.

Aquí el cuento de hadas se torna película de corrupción. Si empresarios con intereses en adjudicaciones públicas presuntamente pagan el alquiler de la pareja de un ministro, ya no hablamos de amiguismo, sino de algo más turbio. No es lo mismo enchufar a alguien en un puesto que conseguir que otros paguen para que tu relación no te cueste ni un euro. Y la pregunta incómoda se impone: ¿el piso era un gesto romántico o un método de captación de favores ministeriales?

Cuando estalló el escándalo, el exministro Ávalos, que con tanta vehemencia aseguraba haber costeado sus propios viajes, no mostró la misma convicción sobre el tema del piso. Su respuesta, digamos, fue más evasiva. Jessica, por su parte, continuó ocupando el apartamento hasta 2022, a pesar de que su relación con Ávalos terminó en 2019. La versión oficial es que el señor Escolano era una persona bien generosa, que le daba igual que ella siguiera viviendo ahí sin pagar. Una historia, presuntamente, demasiado conveniente.

Ahora, la justicia investiga lo que realmente importa: no los culebrones sentimentales, sino las implicaciones de corrupción. Que un ministro tenga una relación con una empleada pública es un dato anecdótico. Que esa relación implique privilegios financiados por empresarios interesados en contratos del ministerio, eso ya es otra historia.

El caso de Jessica, Ávalos y el piso de la Torre de Madrid ya ha quedado expuesto, presuntamente. Pero la gran pregunta sigue en el aire: ¿cuántos más casos como este están esperando a ser descubiertos? Y, lo más inquietante, ¿a cuántos ministros más les estarán ahorrando los gastos personales con dinero de terceros?

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