Rajoy y Aguirre estuvieron a punto de matarse en un helicóptero hace trece años en Madrid. Subieron y planearon brevemente tras despedirse para caerse lentamente como si nunca hubieran ascendido previamente. El accidente impresionó a los espectadores cercanos; más, todavía, que apenas estuvieran heridos. En aquel accidente evitado bien podría decirse que dependía el futuro del partido, aunque no del todo. Aguirre consiguió esos años plantar la duda de la continuidad de Rajoy y en el Congreso del 2008 estuvo a punto de seducir a los suficientes miembros del partido como para darle un puntapié. Durante un tiempo la lideresa conspiró desde las sombras, pero lentamente su poder e influencia fue menguando al tiempo que la crisis devoraba toda España y las encuestas de intención de voto mostraban cómo los españoles se apresuraban a votar al partido fundado por Fraga.

Si existe una especie de rajoyismo, una defende intelectual e ideológica de la gestión y planificación mariana, entonces Santamaría, con la pasiva y complaciente gestión catalana a sus espaldas, la representa totalmente

Ha pasado mucho tiempo y las familias peperas parecen las mismas, cuando en realidad el verbo es ‘ser’: son las mismas. Si existe una especie de rajoyismo, una defende intelectual e ideológica de la gestión y planificación mariana, entonces Santamaría, con la pasiva y complaciente gestión catalana a sus espaldas, la representa totalmente. La castellano-leonesa no gusta en Génova porque es una tecnócrata adoratriz de su padre político, el gallego que la entronó como portavoza. Es Rajoy afeitado, dicen algunos, trocado de sexo. Por otro lado tenemos el rostro adánico de Casado, que combina una especie de juventud física (no de otra dimensión) junto con una aparentemente contradictoria alma conservadora y liberal. Contradictoria por partida doble: por defender un Estado que conserve lo conservable y un Estado que no conserve nada, sino que se aparte, en primer lugar; y, en segundo lugar, como digo, por ser joven y viejo, renovador y conservador, adulador y crítico, alto y bajo.

Casado combina una especie de juventud física  junto con una aparentemente contradictoria alma conservadora y liberal.

Rajoy y Aguirre están de nuevo cara a cara. Aunque, para ser verdad, habida cuenta del koala anodino que es el primero, en el campo de batalla, embutida en su coraza, ya está Esperanza, mientras que el otro aún se ausenta. Mientras Rajoy no participa de la orgía de caos, de la Boda Roja shakesperiana orquestada por su nulidad organizativa, Aguirre sí toma parte y apuñala con sus indirectas y clama por su campeón joven. ¿Quién sabe si ella es la creadora de la candidatura de Casado, la organizadora que, viendo el panorama, ha sabido adelantarse a su tiempo y proponer a un joven príncipe inmaculado (obviando másteres malolientes) para aprovecharse del campo de cadáveres y ancianos para tomar la corona azulada? ¿Y si, en cambio, un señor mayor de voz algo soberbia con sombra de bigote, expresidente del Gobierno, ha propuesto al joven abulense ser su cachorro, seguro de que los ancianos lo auparían como nuevo Rivera, o mejor, como anti-Rivera? ¿Y si han sido ambos? ¿Y si la inutilidad de Rajoy, su desidia, favorece a éste y acaba con aquélla? ¿Y si Feijóo decide tirar por el barranco a la chantajista del CNI chocando los cinco con Cospedal? ¿Y si aquel helicóptero se hubiera estrellado y estas familias populares nunca se hubieran creado? Parece que el helicóptero vuelve y ambos vuelven a sacudir al partido: ¿caerá esta vez? ¿La caída volverá a ser suave, leve? Eso pensaban de sentencia de Gürtel. Que no falle el motor.

 

Mientras Rajoy no participa de la orgía de caos, de la Boda Roja shakesperiana orquestada por su nulidad organizativa, Aguirre sí toma parte y apuñala con sus indirectas y clama por su campeón joven

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