No hace mucho tiempo desde que me mojé con respecto a las lecturas seleccionadas para los institutos, tanto para la etapa secundaria como para el bachillerato, período, este último, arreciado con la sombra de la Selectividad desde sus primeros pasos. Mi reflexión venía precedida de una relectura de El árbol de la ciencia, de Pío Baroja, que reconcilió con mi yo adolescente, enfrentado desde entonces con la novela magna del escritor vasco. Las páginas angostas de una ajada edición de Cátedra me devolvieron algunos años atrás, transmitiéndome la desidia que sentí cuando un examen próximo me obligaba a postrarme ante aquel mamotreto día sí y día también, sin visos de éxito. Como decía Tommy Shelby frente a un canal de Birmingham tras meses en soledad: “El olor te trae de vuelta”. No obstante, una licenciatura de Hispánicas mediante, la segunda oportunidad dio sus frutos y Baroja dejó de ser un motivo de tormento para convertirse en un puro deleite párrafo tras párrafo.

Doy por descontado que El árbol de la ciencia no había mejorado con el paso de los años, cual vino, sino que era mi mente la que se hallaba ya preparada para captar ciertos matices que se me antojaron alambres durante la primera lectura. Por ello, desde el punto de vista de un fiel amante de la literatura española desde sus antepasados griegos hasta el último tuit de Manuel Jabois, creo que los centros educativos deben mostrar más tino a la hora de elegir esas lecturas tan mal denominadas obligatorias y adaptarlas a la etapa correspondiente, desde un punto de vista crítico y, sobre todo, realista. Celestinas, Quijotes y Pazos de Ulloa crean recelo al explorador adolescente que se deja impresionar por el grosor de algunas ediciones. Adaptaciones aparte, los clásicos están estigmatizados desde el primer día de septiembre, año tras año, al enfrentarse a la imposibilidad de comprender contextos históricos que les son desconocidos, un léxico que les queda tan lejano como cualquier otro idioma y unos autores que se revelan inconexos con la realidad adolescente actual.

Hace poco, a la sazón del 175 aniversario del nacimiento de Benito Pérez Galdós, algunos usuarios se preguntaban por qué los Episodios Nacionales del genuino escritor canario no eran considerados como posibles lecturas obligatorias en los institutos de todo el país. Pensándolo bien y sin ir más lejos, en la primera serie de estos volúmenes encontramos muchísimos elementos que aparecen en los currículos educativos de todas las comunidades: encontramos la transversalidad en la suave definición de unos tiempos pretéritos que son parte de nuestra realidad nacional, como la invasión de Napoleón a comienzos del siglo XIX; referencias a pintores, escultores, personalidades políticas, arquitectos y un largo etcétera; píldoras del Quijote y de don Miguel de Cervantes, así como de otros muchos literatos y clásicos de nuestra literatura; y, por supuesto, una subtrama romántica, heróica y sagaz que conecta con las exigencias del público adolescente actual. Además de estos argumentos a favor, los Episodios de Galdós no se prodigan en extensión, haciendo que todos los elementos arriba mencionados aparezcan sugeridos, apenas percibidos en el discurrir de la trama, como cuando aparece de fondo el Halcón Milenario en La venganza de los Sith.

Es cierto que ninguna obra literaria considerada canónica, con todas las excepciones que ese marbete acarrea, no puede ser obviada en clase simplemente por su extensión, pero sí que debemos exigir a los docentes que ofrezcan otras perspectivas a su alumnado, siempre respaldados por un currículo y una metodología eficiente que confíe en el buen criterio de aquellos quienes aman por encima de todo la lectura y la literatura. Poco a poco, gracias a la oleada de nuevos docentes que se han formado en estos nuevos tiempos, otros géneros -o subgéneros- literarios están llegando a las aulas con mayor frecuencia. Hoy día no es extraño encontrar bajo el encerado a Borges, Cortázar u Onetti, cuyos cuentos y microrrelatos han puesto de manifiesto que allende el océano hay mucho más que García Márquez y Vargas Llosa, sin despreciar ni un ápice a estos maestros de la literatura hispanoamericana.

El estancamiento y el inmovilismo nunca pueden aportar soluciones exitosas y duraderas al ámbito educativo, por muy honorables que sean sus intenciones. El éxito del docente y, por ende, del sistema educativo, ese inculcar el germen de la lectura en adolescentes que apenas están empezando a tocar el mundo con sus manos. Quizá más de uno se revolvería en su asiento de cuero si se opta por Harry Potter en lugar de Lázaro, si elegimos a Katniss Everdeen en detrimento de Melibea, o si leemos las aventuras de Superman dejando a un lado a Calderón. Se trata de invertir en un hábito imprescindible para el desarrollo de los seres humanos, valorando las sonrisas en lugar de las rúbricas. Quizá el día de mañana esos alumnos vuelvan a Baroja con una avidez literaria pasmosa o quizás no, pero al menos habrán disfrutado de la lectura en el único momento de su vida en el que esta será evaluada.

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