Estoy preocupado, francamente. Al calentamiento global, en España,-y quizá también en el mundo, donde cada vez más gobernantes testosteronizados e irradiadores de odio ocupan responsabilidades ejecutivas-, hay que sumarle el incremento de tensión entre los ciudadanos de distinta ideología, raza o tradición. Hace unos días, mientras rastreaba los muros, -de Facebook, no los que quieren levantar Abascal y Trump-, uno de mis falsos amigos en esta red social, compartía una estampa de Quim Torra y arengaba a los usuarios a quemar una imagen del President de la Generalitat del mismo modo que los cachorros separatistas del CDR convierten la fotografía del Rey Felipe VI en pasto de las llamas.

Un radicalismo de la sociedad, que se ha plasmado en el meteórico ascenso de Vox, en la irrupción de la CUP en el panorama nacional y en el batacazo de Ciudadanos. Los españoles descartan cada vez más la moderación, y prefieren decantarse por apoyar causas radicales que den soluciones sencillas a problemas complejos. Decretar el estado de sitio y sacar el ejercito a las calles de Cataluña, o permitir que se celebre un referéndum son las ideas que cobran cada vez más fuerza como denotan los resultados electorales. 

No se busca unir, sino separar. Sembrando cizaña en el entorno, se pretende renegar del diferente, de todos aquellos que piensan de manera discordante al pensamiento propio. Creando enemigos ficticios, la izquierda pretende separar a los españoles en sexos, y la derecha sueña con sesgar a los ciudadanos en función de su raza o creencias. Es indiferente la forma de sus mensajes, lo elemental reside en el fondo, un interior ideológico, quizá por eso los extremos se toquen, que no pretende más que enfrentar a los españoles entre si, distorsionando su juicio, y olvidando todo lo que nos une. ¿Sino como es posible que ni PSOE ni PP sean capaces de aparcar sus diferencias y construir un pacto de Estado que se materialice en un gobierno de concentración? Los españoles tenemos que aguantar a dirigentes, que en lugar de construir, como haría un arquitecto magistral, se conforman con destruir los pilares de nuestra democracia al puro estilo de un simple peón de obra.     

Se suele definir como persona toxica , a aquel que afecta directa o negativamente a sus más cercanos debido, entre otros aspectos, a su personalidad egocéntrica y narcisista. Así, pues, nuestros políticos son gobernantes tóxicos, que están siendo el verdadero problema de la situación de incertidumbre y bloqueo que vivimos actualmente. De forma egoísta, ponen sus intereses por delante de los del Estado. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias nos hicieron ir a las urnas cuando ya tenían todo acordado con el fin de aniquilar de la faz de las instituciones a Ciudadanos. Pablo Casado, a la par que estos dos, se niega a velar por el interés general mientras continua viendo en las encuestas como el PSOE se desangra y él recoge la vida que los socialistas van perdiendo por el camino de cara a unas terceras elecciones.    

Les encanta la parálisis, la división, están en su zona de confort. Ahora hay más intolerancia que en la transición, y les es indiferente porque estamos en la era de la radicalización  del discurso. Unos mensajes, que han provocado que estemos más cerca de una Guerra Civil que años atrás. Y aunque no sucederá, las heridas y la división, no solo están en Cataluña, sino en el resto de España. 

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