– ¿Cuándo comenzó a escribir?
– Empecé de adolescente, resultado de iniciarme en la lectura de poesía que despertó mi interés por escribirla. A la misma edad que todos han escrito algo sobre sus intereses, sentimientos…
– ¿Por qué empezó?
– Siempre me he considerado una persona sensible y como no tenía a mi alcance medios expresivos tales como pueden ser un piano, la posibilidad de pintar o alguien que me introdujese en otra disciplina, me encaucé por la poesía que es un arte muy barato.
– ¿Qué prejuicios sufren los poetas?
– La realidad es que hay muchos prejuicios en torno a los poetas, en mi adolescencia incluso en la facultad el hecho de escribir poesía era sinónimo de ser gay, algo que a pesar de no suponer en absoluto nada negativo, en aquella época no se utilizaba con buena intención, sino que tenía un interés ofensivo. Hoy en día, no se si porque ya tengo una trayectoria o porque los círculos en los que me muevo son eminentemente artísticos, no observo esos prejuicios a mi alrededor.
Pero existen otros prejuicios, como la obligación de ser alguien muy sentimental, debido en gran parte a la visión romántica, en sentido literal, que la gente tiene en general de este término procedente del siglo XIX pero que en nuestra época se parece más a un arte de vanguardia, a una investigación científica que trata de aportar algo a la realidad, un ejercicio de vaciamiento sentimental que no tiene nada que ver con la poesía en realidad.
– ¿Cómo ha evolucionado su poesía a lo largo de los años?
– Principalmente se ha visto beneficiada por un aprendizaje técnico, pues igual que un carpintero necesita aprender su oficio, un poeta también. En mi caso, este aprendizaje se da sobre todo a través de la lectura y de la práctica.
Pero el camino de conocimiento no acaba, pues una vez que sabes hacer algo, ya sea tocar un instrumento, pintar o hacer poesía, hay algo que es más importante que la mera técnica: tocar verdad, rozar el hueso… llegar a un punto en el que sea al menos útil para uno mismo y con suerte para dos o tres personas más. Conseguirlo es la meta del largo camino del artista en mi caso con la poesía como medio.
– ¿Cómo se siente ahora al mirar atrás?
– Desde el principio he disfrutado siempre mucho. La poesía me ha dado enormes conocimientos sobre el ser humano, amigos interesantísimos, no solo poetas, sino de todas las artes. Me ha introducido en unos círculos a los que la vida seguramente no me hubiera acercado de no ser por la poesía. Ser poeta en nuestro tiempo es ser un poco friki, algo que no me produce ningún malestar, la gente rara y sentirme raro me gusta.
– ¿Qué consideras que es escribir poesía?
– Es un arte que solo se hace con palabras, ni con roca, ni con pintura, ni siquiera con sentimientos. Por ello, en sentido estricto: ordenar palabras de la mejor forma posible con una finalidad estética e incluso intelectual.
Un juego de inteligencia en una materia muy concreta: nuestra propia lengua. Aunque generalmente se cree que por hablarla, la dominamos, se nos escapa más de lo que nos imaginamos, no conocemos: su sonoridad, su prosodia….
– ¿Cómo es su proceso a la hora de escribir?
– Yo nunca me siento a escribir, de hecho prácticamente no escribo. No tengo un plan o temas previos y sobre todo, nunca me fuerzo. Me dedico a capturar ideas de mi flujo mental que me parecen verbalmente interesantes, como juego de palabras o como concepto y muy de vez en cuando llega el momento en el que repasando mis libretas me siento y construyo el poema con todas las ideas que he ido acumulando.
– ¿Cuándo sabe que un poema está definitivamente terminado?
– Siempre pongo el ejemplo que ponía José Ángel Valente: saber que un poema está perfecto se asemeja a la sensación de recordar un número de teléfono correcto, si tú marcas un número de teléfono que aunque se parece no es el correcto, no vas a conseguir contactar con la persona que quieres, pero cuando “das con la tecla” consigues que al otro lado aparezca esa persona. Esto se consigue a base de repetir, repetir y repetir variaciones hasta que finalmente el teléfono da señal.
Aunque como advertía Juan Ramón Jiménez no le toques más los pétalos a la rosa porque al final a pesar de querer arreglarla te la puedes cargar. Metáfora del arma de doble filo que puede ser el ansia de perfección.
En mi caso concreto detecto varios síntomas para considerar que están acabados: el primero es que estén tan pulidos que no se aprecie error en el texto y el segundo que cumplan su función como artilugio. Aunque en el fondo nunca se está totalmente seguro de si un poema está terminado.
– ¿Cree que la creciente brevedad de su poesía se debe a las nuevas formas de difusión?
– Aunque tiene relación, no tiene influencia, pues nunca me he propuesto conscientemente hacer poemas breves, pero sí que en una sociedad con tanto ruido verbal y mensajes que nos atacan constantemente, considero que el poeta debe de tener un poco de pudor y no añadir más ruido al ruido: el mensaje debe contener lo estrictamente necesario y si lo puedes decir con cuatro palabras dilo con dos.
– ¿Qué le inspira?
– No tengo temas fijos, pero el paso del tiempo te va centrando en aquello que más te interesa, descubriendo incluso tus obsesiones. Respondiendo a qué me interesa en lugar de qué me inspira: principalmente la intimidad humana, el acto de lectura es un acto de intimidad entre un escritor/a de cualquier época con su lector. Se parece mucho a estar en una habitación con tu amante, otro tema que me interesa mucho entendido como la valentía de desnudarse ante otros, metáfora de la escritura.
El propio tema de la lengua también me interesa pues su juego de palabras sin fin es en sí mismo sugerente.
– ¿Qué le llevó a Bulgaria?
– Huir de mí mismo y de los demás, quería salir. En aquel entonces vivía entre Córdoba y Cabra, donde trabajaba de profesor, lugares de los que tengo sin duda un recuerdo maravilloso, pero un día sentí que ya había sido suficiente. Me apunté entonces a un programa destinado a profesores y me fui a la aventura, sin saber el destino y resultó ser maravilloso porque salir del nido te permite auto-construirte casi de cero y si además es en un país extranjero con una lengua tan distante de la tuya, la nitidez con la que escuchas tu lengua materna que solo hablas contigo mismo es enorme y muy enriquecedor. No te voy a decir que allí me encontré, porque considero que eso es imposible, pero fue una tregua.
– ¿Sufrió su poesía algún tipo de transformación durante este viaje?
– Sí, el hecho de escucharme con más nitidez y el aprender otra lengua afinaron mi instrumento verbal. Además, me dediqué a ahondar en la lírica castellana y en libros como el Quijote, lecturas muy satisfactorias que duraron meses y que me hicieron sentir nostalgia de lo que había rechazado, de aquello de lo que huía, hasta tal punto que no solo transformó mi forma de escribir, si no también la de estar.