Queridos lectores:

No cabe duda de que vivimos en un mundo cada vez más necesitado de la ciencia y la tecnología. Es más, con el devenir del tiempo, se ha instaurado una tendencia creciente a restringir el futuro a estos dos ámbitos. Sin embargo, ¿qué sería el ser humano sin él mismo?

Hay quienes afirman que la cultura es un tema que no suscita interés entre el pueblo. Se constituiría, según esta perspectiva, como una quimera inaccesible al gusto popular. Un viento del pasado del que solo quedan ciertos atisbos. Hay una pregunta que me surge cuando llegan a mis oídos estas afirmaciones, ¿son ciertas estas ideas o responden a un interés de restar importancia a un aspecto esencial para el desarrollo del hombre: el enriquecimiento cultural?

El mismo que escribe este artículo es un estudiante más de Filología Hispánica y una de mis obligaciones como amante de la cultura es revelar toda la luz que puede mostrarnos en nuestro caminar. Un problema que ha estado presente desde los inicios de la enseñanza es obligar al alumno que memorice una serie de informaciones para lograr el aprobado en los exámenes. Esto es, mostrar la literatura (en este caso) como un mero fin y no como un medio de cultivo interior.

En la universidad no nos limitamos a ir a clase, sino que en muchas asignaturas surgen ciertas reflexiones y debates de interés. En la asignatura de siglo XIX, nuestro profesor nos desveló cuáles eran las raíces que permiten a la literatura nutrir nuestra alma. En primera instancia, las obras permiten al lector conocerse a sí mismo. Cuando nos encontramos ante una creación literaria de calidad, los lectores nos sumergimos por completo en el universo que se nos abre. Conforme vamos leyendo, hay ciertos comportamientos de los personajes que cada uno de nosotros hemos realizado o afloran sensaciones que son similares a los que hemos sentido en nuestra existencia. Por tanto, el libro emerge como un espejo dotado de aliento nuevo, ya que nos vemos reflejados y le aportamos savia de vida con la lectura personal.

Asimismo, no podemos olvidar que la literatura nos permite conocer al resto de la humanidad. Mientras que la ciencia (de forma muy simplista y, en cierto modo, injustamente resumida) podríamos tildarla de la relación del hombre con el resto del cosmos; mientras que las artes y las humanidades serían la relación del hombre consigo mismo y con el resto de los hombres. Como he mencionado con anterioridad, la literatura potencia el autoconocimiento mediante un juego de espejos que miran hacia el alma del individuo. Además, permiten el desarrollo de la empatía, algo que es fundamental en la sociedad actual. Si leemos una obra aislada del escritor que la ha compuesto, perdería toda su categoría. De esta forma, su esencia desaparecería. Solo quedaría un cadáver descompuesto, un grito callado, una ausencia eterna. Un pecado que cometen muchos profesores es exigir al alumnado la memorización enfermiza de unos documentos. Esto no es nada parecido a lo que es la literatura. Sin comprensión de la obra no hay nada en absoluto. ¿Tendría sentido Poeta en Nueva York si no tuviésemos en cuenta la estancia americana de Federico? ¿Podemos entender el viaje que realizó si no sabemos sobre la crisis existencial que estaba sufriendo? La respuesta es clara: no. Debemos tomar conciencia sobre la necesidad de contextualizar, de humanizar los escritores y de comprender todas las circunstancias en las que nace cualquier obra.

De igual modo, tal y como defienden las teorías de la recepción, una obra literaria no se consolida como tal hasta que llega al lector. Solo con su escritura, con su colaboración, nace la verdadera literatura. Toda persona se convierte en coautor cuando ilumina el texto con su propia interpretación. Por consiguiente, desplazamos una posición de pasividad receptora para centrar la atención en el papel activo del lector. Nunca está todo escrito.

Por último, aunque no menos importante, debemos hacer hincapié en que la lectura potencia el espíritu crítico. La literatura nos aporta libertad de pensamiento y consolida los juicios argumentados sobre los diversos temas del mundo. Quizá este aspecto es el que más asuste a quienes desean que el pueblo se mantenga callado y obedezca sin alzar una voz crítica. No mortifiquemos nuestra capacidad creativa, no vendamos el valor del arte literario a la conformidad. De esta forma, seremos seres autónomos libres de las cadenas de la ignorancia. En términos machadianos, la literatura nos consagra como voces y no como ecos.

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