Este 24 de diciembre se cumplen 50 años de Salida de la Tierra, posiblemente una de las imágenes más profundas en la historia de la humanidad. Cuando el astronauta William Anders fotografió una frágil esfera azul flotando en la oscuridad del espacio asomándose sobre la Luna, cambió la percepción acerca de nuestro lugar en el cosmos y alimentó la conciencia medioambiental de todo el mundo.

La foto nos permitió ver nuestro planeta desde una gran distancia por primera vez. La Tierra en todo su esplendor, envuelta en la oscuridad del espacio, parece delicada y vulnerable, y sus recursos finitos.

Salida de la Tierra: los astronautas del Apolo 8 capturaron esta espectacular foto de la Tierra elevándose por encima del horizonte lunar mientras emergían desde detrás del lado oscuro de la Luna. NASA

La observación de la pequeña Tierra enfrentándose al fondo negro del espacio, con el árido paisaje lunar en primer plano, evoca sentimientos de inmensidad: somos un pequeño planeta orbitando alrededor de una estrella común en una galaxia tan interesante como cualquiera de las miles de millones que conocemos. La instantánea genera una sensación de insignificancia: nos hace ver que la Tierra únicamente es especial porque es el lugar en el que vivimos.

Como declaró el astronauta Jim Lovell durante la retransmisión en directo desde el Apolo 8, “la vasta soledad que se respira aquí es impresionante. Te hace valorar lo que tienes en la Tierra”.

Retransmisión desde el Apolo 8 el día de Nochebuena.

Salida de la Tierra es un testimonio de la extraordinaria capacidad humana para percibir las cosas. Aunque en 1968 la fotografía parecía inesperada y reveladora, no es más que parte de la extraordinaria historia de la representación de la Tierra desde arriba. Anders produjo una imagen que, sin duda, cambió radicalmente la visión que tenemos sobre nosotros mismos, pero estábamos preparados para verla.

La historia del vuelo

La gente siempre han soñado con volar. A medida que pasamos de los globos aerostáticos a los transbordadores espaciales, la cámara ha sido una compañera más durante gran parte del viaje.

Tras la Segunda Guerra Mundial, las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos utilizaron cohetes V-2 capturados para lanzar cámaras de cine más allá de la atmósfera, consiguiendo las primeras imágenes de la Tierra desde el espacio exterior.

El Sputnik soviético obligó a Estados Unidos a poner en órbita una serie de satélites para observar al enemigo y también el clima. Después, la NASA centró su atención en la Luna, a donde envió varias sondas exploratorias. En 1966 una de ellas, la Lunar Orbiter I, giró su cámara en una porción de terreno de la superficie lunar hasta encontrarse con la Tierra elevándose sobre el satélite.

La versión no humana de Salida de la Tierra desde la nave Lunar Orbiter en 1966. NASA

A pesar de no ser la “primera” fotografía del planeta desde nuestra luna, Salida de la Tierra es especial. El globo terráqueo fue observado directamente por los astronautas y capturado por la cámara que llevaban consigo. La imagen ilustra de manera elegante cómo la percepción humana se encuentra en constante evolución, a menudo mano a mano con la tecnología.

Salida de la Tierra nos enseñó que nuestro planeta es un sistema de conexiones, y que cualquier cambio producido en el sistema afecta potencialmente a todo el globo. Aunque la intención de las misiones del Programa Apolo era conocer más sobre la Luna, también nos mostraron los límites del lugar que habitamos. La visión de la Tierra como una nave espacial con sus ecosistemas interdependientes y sus recursos finitos se convirtió en icono de un emergente movimiento medioambiental preocupado por el impacto que producían en la naturaleza la industrialización y el aumento de la población.

‘Spaceship Earth’ (‘Nave espacial Tierra’) se convirtió en un poderoso símbolo para los grupos ecologistas. Flickr, CC BY-SA

Desde el espacio apreciamos un fino escudo proporcionado por nuestra atmósfera que permite que la vida florezca en la superficie de nuestro planeta. Las diferentes formas de vida eliminaron el dióxido de carbono y generaron oxígeno, dando origen a la atmósfera terrestre. Crearon una extraña mezcla de gases si la comparamos con otros planetas, conformando una atmósfera con una capa protectora de ozono y una amalgama gaseosa que atrapa el calor y modera los picos máximos y mínimos de temperatura. Durante millones de años, esta particular composición ha permitido evolucionar a una gran diversidad de formas de vida, incluyendo (de manera relativamente reciente en esta etapa) al Homo sapiens.

El campo de la meteorología se ha beneficiado enormemente de la tecnología que ayudó a hacer la foto de William Anders. Anteriormente, nuestro conocimiento estaba limitado por las estaciones climatológicas situadas en la Tierra.

Los satélites nos muestran una imagen como la de Salida de la Tierra cada diez minutos, lo que nos permite anticipar eventos climatológicos como la formación de tormentas tropicales en el océano, cuyo potencial devastador afectaría a la tierra y a la vida. Actualmente tenemos en nuestras manos un registro lo suficientemente grande de información satelital como para poder comenzar a examinar los cambios producidos a largo plazo por dichos fenómenos.

La población mundial se ha duplicado en los 50 años que han transcurrido desde que se capturó Salida de la Tierra, lo que ha derivado en la destrucción de nuestro hábitat, la propagación de plagas y el aumento del número de incendios provocados por el calentamiento global. Cada año que pasa, nuestras acciones ponen en peligro a más especies.

El clima de la Tierra ha sufrido cambios descomunales en las últimas cinco décadas. Gran parte del aumento del calentamiento global se ha producido desde la toma de aquella instantánea. Las consecuencias se están dejando sentir ahora con el incremento de acontecimientos extremos como las olas de calor, sin olvidar las alteraciones que sufren los océanos y los casquetes polares.

Ante las expectativas de crecimiento del calentamiento global, es importante que aprovechemos la oportunidad para echar la vista atrás y observar nuestro pequeño planeta, tal y como nos lo muestra la foto, en contraste con la inmensidad del universo. La perspectiva que nos ofrece nos puede ayudar a elegir el camino que queremos que siga nuestro hogar en los próximos 50 años.

La imagen nos recuerda las maravillas del sistema terrestre, evoca toda su belleza y fragilidad. Nos anima a continuar tratando de entender el cambio climático, los océanos y los casquetes glaciares a través del esfuerzo científico y de la vigilancia permanente.

La belleza de nuestro planeta visto desde lejos y desde cerca nos puede inspirar para llevar a cabo los cambios necesarios para asegurar la supervivencia de las maravillosas y diferentes especies animales con quienes compartimos la Tierra.

Que los zoológicos se conviertan en organizaciones para la conservación de las especies y que alberguen, críen y liberen animales en peligro crítico de extinción, y que los científicos nos enseñen las capacidades de los animales y las amenazas a las que se enfrentan.

Que la sociedad entienda y acepte el reto, y que miles y miles de personas adopten acciones para ayudar a la vida en libertad, desde consumir papel higiénico reciclado hasta dejar de lanzar globos al cielo. Si nos mantenemos unidos, podremos asegurar el futuro de la naturaleza de este extraordinario planeta.

¿Pero será suficiente una foto hecha hace 50 años para recuperar la conciencia medioambiental y elaborar estrategias para enfrentarnos a las amenazas que se ciernen sobre la naturaleza? ¿Cuál será la Salida de la Tierra de esta generación?

 


Los autores agradecen la importante contribución de Alicia Sometimes a este artículo.The Conversation

Simon Torok, Honorary Fellow, School of Earth Sciences, University of Melbourne; Colleen Boyle, Senior Advisor, Learning and Teaching, RMIT University; Jenny Gray, Chief Executive Officer – Zoos Victoria, University of Melbourne; Julie Arblaster, Associate Professor, Monash University; Lynette Bettio, , Australian Bureau of Meteorology; Rachel Webster, Professor of Physics, University of Melbourne y Ruth Morgan, Senior Research Fellow, Monash University

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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