La mayoría de las películas de Loach perturban, producen una gran inquietud. Pero en esta, además, te dan ganas decir ¡basta ya por favor, esto es una locura! Loach ha declarado en tono modesto, pero lamentablemente cierto: “Es una gran lucha y una película sólo puede muy hacer poco. En cierto sentido, creo que el público quiere recuperar ese sentimiento de lucha, y espero que al salir del cine digan: basta, esto es intolerable. Sólo entonces podremos empezar a plantar cara”.

El cine-Loach tiene la capacidad de remover, de movilizar interiormente, por que cuenta historias veraces y muy creíbles. Habla de personajes y situaciones que podemos ver en nuestra realidad cotidiana y que provocan la indignación del espectador; también suscitan la vivencia de compasión para tana gente sencilla que apenas aspira a una vida decorosa y a cambio no recibe más que ostias y varapalos. Son historias muy humanas como las que Loach ya nos ha contado en películas como “Kes” (1969), “Family Life” (1971), “Agenda oculta” (1990), “Riff-Raff” (1991), “Lloviendo piedras” (1993), “Mi nombre es Joe” (1998) o “Yo, Daniel Blake” (2016). Es casi medio siglo azotando el pensamiento social y político de los ciudadanos del mundo y particularmente de la Europa Occidental

Cuenta la cinta la historia de Ricky (Kris Hitchen) y su familia. Son una familia que ha luchado duro para salir adelante, sobre todo tras la crisis del ladrillo del 2008. El ‘pater familia’, que ha hecho de todo en su modesta vida profesional, se ve ante una nueva y esperanzada oportunidad como falso trabajador autónomo, la ilusión de ser el propio jefe; un trabajo con jornadas interminables repartiendo paquetes. Su esposa cuida ancianos y enfermos. Para que Ricky pueda tener una furgoneta venden el auto de ella. Pero las consecuencias de tan largas jornadas de sol a sol, provoca que los lazos familiares entre él, su esposa (Debbie Honeywood) y sus hijos se vayan poco a resquebrajando por la falta de cuido y atención a los vástagos, y al propio amor. Y empiezan las primeras fisuras familiares…

Loach plantea un auténtico drama social, que tiene su sustento en un trabajo actoral estupendo, como estupendos son Kris Hitchen y Debbie Honeywood como sacrificados cabezas de una familia fatalmente abocada al drama por el esclavismo rampante del mercado laboral. Son actores desconocidos que parecen personas comunes, personas de la calle pero que hacen unos trabajos interpretativos admirables. Acompañan también en un nivel excelente Rhys Stone, Katie Proctor, Nikki Marshall, Harriet Ghost, Linda E. Greenwood o Alfie Dobson.

El asunto es que el protagonista Rick no hace sino agachar la cabeza porque en su nueva empresa de paquetería y de falso autónomo, aspira sobre todo a ganarse bien la vida y comprarse una vivienda. Trabaja 16 horas diarias durante seis días a la semana. Pero poco a poco irá descubriendo las condiciones draconianas de su empleo y la terrible sensación de no tener salida a su situación esclava.

Loach, a sus 83 años sigue fiel a sus principios de viejo marxista, es el Loach que ya conocemos. En este film lo que cuenta es lo mismo que vemos al asomarnos a algún servicio de paquetería en bicicleta, en moto, en camioneta, servicio urgente y mal pagado con actores veloces y estresados que cuando llegan al domicilio con la lengua fuera y no está el receptor del paquete tienen que dejar con angustia ese escrito que da título a la película: ‘Sorry, we missed you’. Son trabajadores que pretenden alcanzar un nivel de clase media y que apenas son meros currantes precarios cuyos empleos son consecuencia de vidas precarias, sin ánimo, con un futuro incierto y arriesgando la vida cada día.

Es loable el excelente guion de Paul Laverty, el habitual colaborador de Loach, que utiliza escenas rápidas, una presurosa cámara, diálogos al límite del vértigo, plano y contraplano, todo bordeando el melodrama. Ello con una ascética expresiva en forma de cine vivo, urgente, un cine para levantar conciencias y alzar la voz, protestar, rebelarse contra esta locura en que se ha convertido la vida moderna del consumo voraz a domicilio. Por lo tanto, esta es una película de combate, febril como el propio Loach, que es comprensiva con el que sufre los abusos de un mundo empresarial despiadado que ni siquiera permite que un padre vaya a ayudar a su hijo en una situación límite; o que exige que un hombre malherido vaya a trabajar con las costillas rotas. Un film que mantiene una tensión dramática que tiene su origen en el centro del relato como necesidad narrativa. Situaciones que se encadenan de manera ineludible, no por la imposición del guion, sino porque son fruto de una lógica fatal; imágenes con sentimiento y verdad. Una filmación sensacional donde Loach rueda con naturalidad, logrando encuadrar en un mismo plano la afligida existencia de toda una familia.

Es un film que desvela los entresijos de esa denominada “nueva economía colaborativa”, concepto muy engañoso tras el cual se pueden descubrir los crueles ambages del capitalismo más salvaje; donde ciertas empresas tratan a los trabajadores peor que los señores feudales a aquellos vasallos del medioevo. Es el nuevo caciquismo rampante, el de las empresas de reparto que no reparan en los riesgos de quienes trabajan para ellos. El lema es repartir cuanto más mejor y en el menos tiempo posible’; y el resto, que te jodan…

Declaró no hace mucho el director británico lo siguiente: “Según el proyecto neoliberal, la mano de obra debe ser vulnerable, porque así aceptará salarios bajos, contratos basura y trabajos temporales. Y para que el trabajador siga siendo vulnerable hay que hacerle creer que tiene lo que merece. Ese es el secreto: recordar a los humillados que la culpa es suya. Porque si la culpa fuera del sistema habría que cambiarlo, y eso, de momento, no interesa”. Y esto es lo que ocurre a nuestro alrededor, la precariedad del trabajo precario que va cada vez a más precariedad. Lo que Loach nos muestra en la pantalla es tan indiscutible como inhumano.

Por cerrar con claridad: la ‘tesis’ del film es la enorme dificultad para frenar la injusticia, dado el fenómeno tan actual de que cada vez más trabajadores se convierten en ‘emprendedores‘ de su propio infortunio. Entonces, como dice Loach, es el trabajador quien se labra su propia desgracia, no el sistema. Pero esto, como cualquiera con buena voluntad puede concluir, es una gran farsa.

 

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