Hobbes sentenció “primero los víveres y luego la filosofía”. Desde la antigua Grecia los eruditos destacaban la condición sine qua non de tener las necesidades fisiológicas cubiertas para poder filosofar; convirtiendo la labor divulgativa del pensamiento en una tarea ociosa propia de aquellos que como diríamos hoy en día, tienen la vida resuelta. Circunstancia que pone de manifiesto que actitudes humanísticas ya estaban siendo socavadas por una especie de pre-capitalismo primitivo. Sócrates se rebeló ante las acusaciones del tribunal que le enjuicio por haber presuntamente corrompido a la juventud de la época, reprochándole a los magistrados que merecía respeto por haber estado instruyendo a las nuevas generaciones de manera altruista sin recibir ningún emolumento a cambio.
Ese activismo llevado a nuestros días se parece a aquel que ejercen las llamadas batallas culturales, ese término reaccionario de quienes se revuelven contra lo establecido. Lucha que concierne desde diferentes perspectivas a todas las ideologías, afrontándola estas desde vertientes singulares. Los polos opuestos señalan unas causas y se afanan en superarlas o conquistarlas poniendo en el centro de su existencia el logro de ese objetivo marcado a fuego en sus planteamientos; todos tienen en común ese olvido de los problemas del resto de los mortales debido a que lo que es un dolor de cabeza para la mayoría no lo es para ellos. Mientras el ciudadano medio tiene que afrontar sus particulares batallas vitales como que les cuadren los números u otros combates existenciales, en su caso, esos dilemas de carne mortal han pasado a un segundo plano dada su situación acomodada que les mantiene recluidos en una torre de márfil por su propia voluntad; viven alejados de la realidad inmersos en combates mitológicos sacados del horóscopo y de la mágia blanca.
Con la obsolescencia de la socialdemocracia y la falta de capacidad de su reinvención por parte de sus referentes intelectuales y políticos, a la izquierda no le quedó más remedio que abrazar unas causas sustendadas en la defensa de una minorías que antes eran marginadas por el mismo activismo que ahora les defiende. Me refiero al ecologismo, al feminismo de nuevo cuño, al movimiento LGTBI y al resto de movimientos identitarios que han enarbolado motivaciones que hasta hace nada eran de ciencia ficción. Establecimiento de un nuevo pensamiento posmoderno que nos ha transformado en una sociedad mucho más puritana e intolerante. Millones de personas han visto cómo el progresismo que antes velaba por sus derechos ahora les da la espalda para socorrer a otros lobbies más superficiales basados en hipótesis y no en realidades. Muchos de los que andan dando lecciones del ecologismo pueden divagar sobre ello porque no tienen que coger el coche de gasolina para trabajar, pudiéndose permitir filosofar sobre los peligros de los combustibles fósiles. Me refiero a esta causa verde porque es la más hipocrita de todas, los gobiernos se llenan la boca hablando de la necesidad de utilizar el trasporte público o de concienciarnos de cuidar el planeta mientras no ponen soluciones a unas infraestructuras sacadas del siglo pasado. No se han parado a pensar en la ingeniería temporal que tiene que hacer un trabajador para coger el autobús en una provincia y llegar puntual al trabajo.
Con la llegada de la amnistía del gobierno de Pedro Sánchez a los secesionistas catalanes, ha florecido un nuevo activismo reaccionario nacido de la derecha que tiene muchos paralelismos con los que años atrás llevan promulgando la izquierda. Muchos de los que están rasgándose las vestiduras por la medida de gracia del ejecutivo pueden permitirse el lujo de que un acontecimiento como ese les quite el sueño, porque el resto de los problemas que al común de los mortales les generan insomnio no respresenta un obstáculo para ellos. Por eso no es de extrañar que en las movilizaciones en Ferraz y en el resto de espacios públicos donde suceden las protestas, en la mayoría se podían ver a séquitos de jóvenes acomodados engalanados con sus mejores ropajes para la batalla. El que no llega a fin de mes, que tiene que ingeniárselas para dar de comer a su familia, el asunto de la amnistía quizá le preocupe, pero tiene otras cosas más importantes por las que protestar y salir a la calle.
No son más que meras representaciones de la política ficción, una historia de realidad virtual en la que con las gafas de activista los defensores de las causas creadas se creen autores de una página de la historia.