Fiebre, moda, locura. Obsesión por captar el momento; adictos a obtener la dichosa fotografía. Pulsamos el disparador programado con una cuenta atrás: 10, 9, 8, 7, 6… Corremos a sentarnos, a abrir los brazos en cruz, a saltar abriendo las piernas o a adoptar cualquier otra posición, simulando disfrutar del presente, del aquí y del ahora; nos mostramos divertidos o relajados, cariñosos o distraídos. El obturador hace click, nos levantamos a comprobar si nos satisface la imagen captada y si no es así, repetimos la operación una y otra vez, las veces que hagan falta, hasta conseguirlo. Después, nos dirigimos impulsados como por un resorte a obtener la siguiente fotografía, para luego compartirla en las redes sociales acompañada de alguna gran frase que haga reflexionar, para que el gran público vea lo profundos y sensibles que somos. Ansiosos de protagonismo mostramos al otro, a la gran masa, lo que podría haber sido nuestra intimidad. Lo privado se funde y confunde con lo público hasta desaparecer; dejamos de disfrutar los momentos, dejamos de estar presentes en el momento presente, somos ausentes de nuestra propia vida.