La discusión sobre la hora de verano en la Unión Europa no tendrá un buen final si la Comisión Europea sigue amparándose en la directiva 2000/84/CE para imponer el «o todos o ninguno». La directiva fue necesaria para armonizar los cambios bianuales. Veinte años después, se usa para impedir que algunos miembros, por ejemplo Finlandia y Polonia, los eliminen. Ahora, para conminar a todos a eliminarlos. Seamos prudentes. El cambio estacional es solvente: hay países que lo aplican desde hace 100 años.

Los cambios tienen un propósito: compensar el progresivo adelanto del amanecer que sucede al solsticio de invierno, y el retraso que sigue al de verano. Por eso se adelanta la hora en marzo y se retrasa en octubre, y no al revés. Se intercambia ocio matinal diurno por ocio vespertino diurno cuando el ciclo estacional lo permite.

El objetivo es mantener el inicio de la actividad cerca del amanecer. Hay un matiz crítico: la hora del amanecer depende de la latitud. Los paralelos, a diferencia de los meridianos, son diferentes unos de otros. Escenarios distintos generan problemas distintos. Y dificultan recetas globales.

En invierno amanece a la vez en Estocolmo y Lisboa. En verano el amanecer se adelanta seis horas en la ciudad sueca. En comparación, el cambio de hora es una broma. En Lisboa el amanecer se adelanta tres horas. El cambio de hora lo reduce a dos horas de reloj.

La línea que separa la noche del día en dos momentos distintos. A la izquierda el solsticio de invierno a las 08UTC aproximadamente. Está amaneciendo en Lisboa, Amsterdam y Estocolmo. A la derecha el solsticio de verano a las 05:15UTC. Está amaneciendo en Lisboa. En Amsterdam amaneció a las 03:20UTC y en Estocolmo a las 01:40UTC. La inclinación de los meridianos refleja la inclinación del eje de rotación del planeta. (Software: gnuplot y xplanet. Fronteras: NaturalEarthData.com. Ciudades: geonames.org. Colores: pirukeke) José María Martín Olalla

Dos horas es lo que transcurre desde el despertar hasta la llegada al trabajo. Un lisboeta que despierte a las 6 AM (amanecer estival) y empiece a trabajar a las 8 AM (amanecer invernal) arranca alrededor del amanecer todo el año.

Resolver un problema que ya estaba resuelto

El cambio estacional permite en Lisboa un horario escolar óptimo todo el año. Los alumnos entran y salen del colegio en invierno con luz diurna. En verano evitan, en lo posible, la exposición a la insolación del mediodía. Sin él tendrían un trilema: o entran al colegio de noche en invierno, o se exponen en mayor grado a la insolación estival, o el horario ha de adaptarse al ciclo de las estaciones.

El trilema expresa las opciones posibles: hora de invierno todo el año, cambio estacional de hora, hora de verano todo el año. El cambio de hora tiene las virtudes, y los inconvenientes, de un punto intermedio. El balance de unas y otros es un problema local en el que la latitud es un factor. Por ejemplo, en Estocolmo es difícil evitar que los niños entren o salgan de noche en invierno, y la insolación del mediodía estival es un problema menor.

La Comisión ha hecho un análisis diferente. Resuelve la disyuntiva «cambio sí» o «cambio no» a favor del «no». Argumenta que la crisis del 1974 ya es pasado. Omite que Reino Unido, Irlanda y Portugal practicaban el cambio con anterioridad. Omite que la crisis no terminó ayer y que el cambio ha continuado sin problemas. Ambos olvidos señalan que la relación crisis-cambio no es la de causa-efecto.

Rechazado el cambio de hora, la Comisión deja libre a qué extremo dirigirse: ¿«hora de verano» u «hora de invierno» permanente? ¿Estamos ante un quitar por quitar sin saber hacia dónde ir?

Hay una inconsistencia lógica en este relato: la hora de verano permanente es propia de situaciones aún más críticas que la del 1974. En Europa solo se usó de forma general en los años de la Segunda Guerra Mundial.

Los tres países antes citados usaron la hora de verano permanente en los sesenta y entre 1992 y 1996 (solo Portugal). Resultó incompatible con los hábitos de vida locales. La gente había usado la hora oficial para tomar decisiones racionales sobre sus quehaceres. Cuando la hora oficial se alteró, las decisiones dejaron de ser racionales. Los niños entraban al colegio de noche en invierno.

La hora de invierno permanente tampoco es mejor para ellos: desde hace 102 años la rechazan. Aún así, la Comisión les ha dado un plazo perentorio para intentar resolver un problema que ya tenían resuelto con el cambio de hora.

El mercado interior no lo es todo

Las directivas europeas sobre la hora de verano nacieron para asegurar el correcto funcionamiento del mercado interior. Partían de un hecho previo: «Que [todos] los Estados [ya] aplican disposiciones relativas a» la hora de verano. Su objeto fue modesto: armonizar la fecha y hora de los cambios. No obligaban a una práctica que ya estaba en vigor.

Por eso no es razonable que la Comisión use estas directivas para impedir el opt-out horario en uno u otro sentido. Debe permitirlo y que las fechas de obligado cumplimiento vinculen a quienes sigan usando el cambio estacional.

El funcionamiento del mercado interior europeo no se resentirá más de lo que se resienten los mercados interiores de Estados Unidos, Canadá, Brasil, Australia y Chile. En todos ellos conviven regiones que aplican el cambio de hora con regiones que no lo hacen.

Europa es un laboratorio social interesante. Sus fronteras políticas internas permiten hábitos poco relacionados entre sí. Sin embargo muestran un mismo patrón en relación con el ciclo de luz y oscuridad.

Este comportamiento natural requiere de dos condiciones. Primero, una regulación estable de la hora oficial: es la regla de medir que permite administrar el ciclo de luz con un reloj. Segundo, la ausencia de un poder coercitivo que trate de que los hábitos sociales sean iguales: la vida sigue siendo un asunto local. Ambas condiciones fueron comprometidas por la Comisión a final de agosto. Por eso debe rectificar y flexibilizar su postura.The Conversation

José María Martín-Olalla, Profesor Titular del Área de Física de la Materia Condensada, Universidad de Sevilla

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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