El último libro sobre los sentimientos de Castilla del Pino ofrece a los psiquiatras la posibilidad de una gran lectura. Frente a los escritos pseudo evidentes del DSM (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales) o las predicas retóricas de la salud mental comunitaria (constituida por una práctica sin teoría), el texto de Castilla del Pino tiene la ambición de teorizar sobre el Sujeto y el papel de los sentimientos en su arquitectura. Aunque se trata precisamente del punto axial de cualquier teoría psiquiátrica, lo cierto es que tiende a eludirse en las publicaciones al uso; lo habitual es operar con estos mismos conceptos sin aclarar a qué hacen referencia. Sin duda se requiere ambición teórica para afrontar tal objeto de estudio, una ambición que exige ser correspondida por parte del lector con esfuerzo de atención y rigor critico a fin de comprender la afirmación central del libro: el sistema sujeto resulta “imprescindible” para una teoría de los sentimientos o de la conducta humana.

Carlos Castilla del Pino, al igual que hicieron Damasio y  Dennet, se burla de la “neurona pontificia” (idea concebida por Descartes), que ordena una acción tras examinarla en un escenario cartesiano donde nuestras percepciones se representan para ser captadas, burla que continúa respecto a la existencia de un “decididor último” o ejecutor central de nuestras conductas. Todas esas figuras del sujeto pueden ser duplicadas en otra entidad que controle “al sujeto del sujeto” que a su vez esté sujeto por otro director de la actuación, según un juego infinito de atribución de dirección de conductas. Se trata, claro, de un remedo de la conocida objeción aristotélica del “tercer hombre” con la que se pretendía poner en entredicho la teoría de las ideas platónicas por su “recurso al infinito”: ¿no se precisa una idea que dé cuenta de la idea de hombre? ¿Y otra que dé cuenta de ésta?

En efecto, esto parece chocar de entrada con la negación del sujeto por las ciencias duras del cognitivismo o la neurofisiología hoy dominantes. Estas disciplinas continúan una tradición contraria al sujeto cuya inauguración simbólica refleja la siguiente cita de David Hume: “En lo que a mí respecta, siempre que penetro más íntimamente en lo que llamo «mi mismo» tropiezo en todo momento con una u otra percepción particular, sea de calor o frío, de luz o de sombra, de amor o de odio, de dolor o de placer. Nunca puedo atraparme a mí mismo en ningún caso sin una percepción y nunca puedo observar otra cosa que una percepción… es posible que otro pueda percibir algo simple y continuo a lo que llama su yo, pero yo sé con certeza que en mí no existe tal principio”. Frente a esta comprensión del sujeto humano como un haz de percepciones más o menos cohesionado por la memoria que posibilitaría la continuidad de la referencia a un yo agente en función de los “ídolos sociales”, Castilla del Pino enlaza con las tradiciones cartesianas -despojadas eso sí, como dice en su texto, de cualquier tinte espiritualista. A partir de la idea de un dualismo funcional se plantea la necesidad, según nuestro autor, de postular la existencia de un sujeto que mantenga la Memoria Episódica -que piense su Yo de ayer para existir como pensador de un Yo actual- y que da continuidad a los Yoes que el sujeto fabrica para cada actuación.

Daniel Denett, el más popular filósofo de la mente, resume esta paradoja diciendo que la fórmula «yo dirijo mi cuerpo» significa algo así como “mi cuerpo dirige mi cuerpo”. Castilla del Pino, por el contrario, parte de la fenomenología cartesiana y acepta como autoevidente un sujeto fabricante de Yoes adecuados a la situación. El sujeto sería igualmente necesario para responder a la pregunta “¿quién usa los sentimientos?” que invierte el argumento del fantasma contra la teoría de los módulos cognitivos independientes. Sujeto imprescindible como límite con los otros, como marca de frontera es “aquel sistema orgánico mediante el cual éste toma conciencia de sí mismo: sabe quién es él, quiénes los demás”. Sujeto, dice el autor, como sinónimo de persona, individuo, hombre. Es cierto, afirma Castilla del Pino, que desde este sujeto se desarrollan estrategias conductuales que requieren Yoes múltiples para adecuarse, por un lado, a la parcialidad de la relación sujeto-objeto, siempre presidida por el egocentrismo y la disonancia cognitiva (lo que confirma el carácter de conflicto de la relación) y, por otro, a lo heterogéneo de las situaciones para las que se fabrican los Yoes de actuación.

Sociólogos del prestigio de Elster proponen que mi Yo de hoy es distinto del de mañana, esto es, hay un conjunto de Yoes sucesivos que deciden aquí y ahora, en cada situación, según un modelo de racionalidad tomado de la microeconomía: saca todo lo posible de la situación e invierte en ella lo menos posible. Esto permite a Elster definir las conductas patológicas como estrategias conductuales en las que mi Yo actual se desentiende de mi Yo futuro (fumo ahora porque me da placer aunque mi yo de dentro de treinta años padezca cáncer). La conjunción de dos autores que cultivan disciplinas tan lejanas como Dennett y Elster nos pondría tras la pista de un modelo nihilista respecto a lo psicológico y descalificador de los “autoengaños del libre albedrío” que hoy es prácticamente dominante en la academia. Castilla del Pino se opone netamente a este modelo antisujeto y plantea una cohesión de sujeto relacionada con el medio.

En mi opinión, más allá de que este libro constituya una serie de férreas teorías, Castilla del Pino, tras muchos y exhaustivos años de carrera como psiquiatra, nos expone un ensayo que supondrá sin duda un antes y un después en los aprendizajes de la filosofía de la mente.

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