Érase una vez un inhóspito mundo donde los opresores eran los oprimidos y los perseguidos los verdugos. Aquellos que tiraban la piedra, escondían la mano mientras su cuerpo de lobo se mimetizaba en el de un corderito indefenso e inocente. Así es la República Catalana.

Un país inexistente con sus propias normas, himnos y costumbres. Historia manipulada y retocada para crear un origen glorioso que nunca existió. Ni en Matrix eran tan cínicos y fantasiosos. Acusaban a España de ladrona mientras Jordi Pujol y la antigua Convergencia se llenaban los bolsillos con dinero de todos los catalanes gracias a la trama del 3%. Tildan a los dirigentes de Ciudadanos de fascistas mientras ellos gobiernan ayuntamientos en los que mediante megafonía se intenta hipnotizar a los lugareños para que se vuelvan cada día más independentistas. Legitiman su independencia en un referéndum ilegal que carece de eficacia material.

Los independentistas, empezando por Carles Puigdemont, viven en todas partes menos en la realidad, en Cataluña. Llega el otro día el hombre pegado a un peluquín y dice que en Cataluña ya ha habido un referéndum. ¿Qué consulta? ¿Una en la que podía votar cualquier tipo de ser fuera niño o adulto? Seguro que hasta algún perro metió una papeleta en la urna… El señor Puigdemont, una de dos, o es tonto, o nos quiere hacer idiotas a los demás. ¿Cómo espera que nos traguemos que esa votación fue real si carecía de garantías? Si en España el más tonto hace relojes, en Cataluña el ciego es el que guía a los incautos. Un invidente que no ve la realidad que ya ha llevado a su “país” al abismo. Caída al precipicio que puede que solo sea el principio de las consecuencias del secesionismo. Pese a que la tensión y la escalada de violencia en Cataluña no hace más que aumentar, sus gobernantes se empeñan en negar el conflicto cívico. Ignoran los insultos, las agresiones, las amenazas… En la República Catalana todo es paz y armonía.

Parece que hasta que el procés no se lleve por delante la vida de alguien, Puigdemont y sus secuaces no van a percatarse de la verdadera realidad que hoy asola a Cataluña. Sociedad dividida, familias destruidas. Insulto al que es del otro bando. Enfrentamientos verbales con todo aquel que no tiene la cabeza comida por el fanatismo soberanista. Conflictividad que ha obligado a muchos dirigentes de Ciudadanos a llevar escolta para que no sean increpados por algún independentista. El naranja produce en los rupturistas sarpullidos y desprendimientos de retina. Todo aquel que sea de Cs, debe ser acosado e insultado. Y lo digo por experiencia. En todas las ocasiones en las que he ido a algún municipio de Cataluña he recibido alguna impertinencia verbal por parte de un cafre. Miradas de desprecio, de asco, de venganza, de miedo. Los catalanistas temen a Ciudadanos porque saben que somos los únicos que podemos y tenemos las agallas de hacerles frente. Formación, que, de desaparecer, como el dúo bipartidista de PP y PSOE quieren, España será más débil. Atacando a Rivera como hacen los socialistas o escondiéndole detrás de la figura de Pablo Casado como intenta conseguir el Partido Popular, los nacionalistas se fortalecen al ver como su principal rival se tambalea.

Soberanistas, que les gustaría que violaran en grupo a Inés Arrimadas o que pegaran a una paliza a Albert Rivera. Lobos nacionalistas con piel de corderos progresistas. Pero, en fin, como dijo Laporta y cómo piensa Puigdemont, no estamos tan mal…

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