Digan lo que digan, los derechos están de moda. Pero el camino de los derechos se ha iniciado hace relativamente poco tiempo, y aún hay grandes grupos de personas que no se ven reflejados o representados en ninguna declaración de derechos. Yo quiero ayudar a uno de estos grupos, a un grupo numeroso pero silencioso, un grupo que hace mucho por la sociedad aunque esta no se de cuenta. Se trata de toda esa gente (entre la que me cuento) que lee poesía. No solo los poetas, sino todo aquel que lee cada mucho o poco tiempo un poema del tipo que sea, basta que sea poesía. Porque aunque el mundo nos intente aplastar con vídeos bonitos y emotivos, nosotros defenderemos la poesía como una de las formas más profundas de expresión que ha ideado el ser humano.

   Estos no son los primeros derechos que se escriben para proteger a todos los que nos preocupamos por la literatura. Seguramente el ejemplo más conocido es el de Daniel Pennac en su libro Como una novela, en el que desarrolló los derechos del lector. Pero como se ha visto a lo largo de la historia (breve aún), estos son más eficaces si son concretos, y por ello creo que vale la pena defender los de todo aquel que lee poesía. Son unos derechos recién nacidos, pequeños y frágiles. En nuestras manos está el defenderlos y llevarlos al mundo de la mano de cada verso que leamos, porque en el ejercicio de unos derechos tan saludables podremos ayudar al mundo más de lo que este piensa.

   En cada poema, en cada rima, en cada verso hay un mundo escondido. Un mundo que es el nuestro, aunque nos haga volar a espacios lejanos. Un mundo con nuestros problemas, aunque todo parezca perfecto. Un mundo real, en definitiva, que aprendemos a mirar a través de los ojos del poeta. Y es gracias a estas pupilas privilegiadas que podemos contemplar la belleza y el horror que hemos creado o que nos hemos encontrado. Con esta visión podremos curar las heridas y amplificar las maravillas que se dan en la sociedad de hoy. Por eso vale la pena defender la poesía. Por eso tenemos estos derechos.

Derechos del lector de poesía

  1. Derecho a leer poesía.
  2. Derecho a no leer poesía.
  3. Derecho a que no gusten todos los poemas.
  4. Derecho a no entender todo lo que se lee.
  5. Derecho a volar de la mano de un verso.
  6. Derecho a llorar con una elegía.
  7. Derecho a estremecerse ante la sensibilidad del poeta.
  8. Derecho a bailar con la rima.
  9. Derecho a naufragar entre las páginas de un poemario.
  10. Derecho a escribir poesía (aunque aún no sea muy buena).

   Esta es nuestra lista. Probablemente falten algunos derechos, pero con estos podemos ir empezando a cambiar el mundo. Tengo la ilusión de hacer una serie de artículos desarrollando cada uno de los derechos y profundizar un poco en lo que significa leer poesía para tanta gente. También me encantaría que a raíz de este artículo (o de cualquier otra cosa) más personas leyeran poesía, porque sinceramente creo que tiene el poder mágico de cambiar a quien la lee.

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