Los populismos, el enemigo del siglo XXI. El mal que acecha a los países democráticos, la lacra que amenaza con rodear de un rancio despotismo las democracias europeas. El arte de lo imposible. Aquellos que prometen el oro y el moro para conquistar las conciencias y el voto de los más afectados por esa crisis que cumple ya diez años. Los marginados han visto en los líderes populistas a sus principales aliados. Salvadores que les libraran de las garras de la opresión y de la oscuridad del olvido.

Soledad, la que sienten millones de personas. Ciudadanos que son el principal caladero de votos de esos humanos con complejo de dioses. Enfermos con el síndrome de Jerusalén, se creen los elegidos para liberar a su pueblo. Incomprendidos que, ante la falta de amparo de los dirigentes tradicionales, depositan su confianza en nuevos tótems como último recurso para salir de ese infierno en el que se encuentran. Pobreza, precariedad, desilusión. Perdidos y desalentados, muchos se indignan al ver como los de fuera son mejor tratados que los de dentro. Un mantra recorre las marquesinas de autobús, los comercios y las calles, “Es vergonzoso que los extranjeros en cuanto pidan una ayuda se les conceda y a mí, que llevo toda la vida cotizando en este país, me den una patada en el culo”. Desesperados, algunos necesitados ven cómo pese a que estamos en un Estado de Derecho, la administración hace oídos sordos a sus peticiones de auxilio mientras por el contrario los inmigrantes son respaldados mediante subvenciones y sin tanta burocracia. Como cuando uno está en una compañía telefónica, y el cliente fiel tiene que ver como los nuevos abonados son mejor tratados que él, muchos nacionales sienten que el Estado pone más facilidades a los extranjeros que a los patrios.

Me preocupa escuchar, ya sea en el transporte público cuando me dispongo a ir a trabajar o en la calle al dar un reflexivo paseo, el desconcierto y desamparo de muchos compatriotas al verse desprotegidos por el Estado. Gentes, he aquí las razones por lo que me inquieto, que son carne de cañón para todos esos populismos que proponen café para todos. Todos aquellos marginados que no se sientan acogidos por los partidos moderados acabaran evolucionando hasta que su pensamiento amolde una ideología radical que congenie con los populismos. En lugar de temer el ascenso de todos estos partidos radicales, debemos entender el porqué de su influencia. Solo escuchando a los que no habían sido tenidos en cuenta podremos reducir la relevancia de todos esos partidos que quieren atentar contra el sistema establecido. Valores, entre los que se encuentra el estado de bienestar, ese avance que debe dejar de ser una palabra bonita para convertirse en un hecho. Si nos ponemos en el lugar de los insumisos, podemos derrotar al populismo. Si atacábamos al populismo mediante la repulsa y el desprecio, sus defensores no harán más que acudir en masa para votar a las opciones antisistema, esas alternativas que tanto critica el establishment, esa casta que pretende impedir que Podemos, Liga Norte, Frente Nacional y Alternativa por Alemania lleguen al poder para continuar repartiéndose el pastel al mismo tiempo que los ciudadanos se mueren de hambre.

El único modo de derrotar al fantasma del populismo, es seduciendo a sus votantes. Demostrarles que no han sido olvidados por el sistema, preocupándose por sus inquietudes y circunstancias.  Ahogar el mal, en abundancia de bien.

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