Película realmente de dolor y gloria con pinceladas claramente autobiográficas de su director. Es una cinta que habrá de gustar al buen cinéfilo y que agradará a toda persona aficionada al cine bueno, al cine movido por un mecanismo narrativo perfecto y una historia intensa, con una carga emocional penetrante pero controlada; algo diferente al cine almodovariano que hemos podido ver en otras cintas dadas al exceso o la batahola.

Se cuentan en la película una serie de encuentros y reencuentros en la vida de Salvador Mallo, un director de cine entrado en años y aquejado por diversas enfermedades del cuerpo y del alma. Muchos de estos encuentros son recordados y recreados en diferentes escenas que pergeñan el conjunto del film. Sobre todo la etapa infantil, cuando Salvador marcha con sus padres a Paterna, un pueblecito de Valencia. La vocación lectora del niño, su empeño en enseñar a leer a un pobre muchacho analfabeto, la relación con su madre y su sensibilidad a flor de piel. También el recuerdo de su primer shock sexual infantil, el reencuentro con su amor de juventud en el Madrid de “la movida”, el trauma de la ruptura y la escritura como forma de exorcizar sus fracasos amorosos. E igual el cine como elemento principal de reparación en su vida, amén de sus dificultades íntimas para seguir rodando.

Esta excelente y sobria película de Pedro Almodóvar habla del sacrificio personal que implica la creación y cuán difícil es separar esta dimensión de la propia vida. Historia que habla del cine como elixir que da sentido y esperanza a la existencia; el cine como refugio y protección. A lo largo del metraje entendemos cómo para Salvador es vital recuperar sus recuerdos, lo cual le lleva a la necesidad apremiante de escribir su propia vida.

Grande la dirección de un Amodóvar de madurez con un excelente guión escrito por él mismo, que acierta a hilvanar con gran verismo y estilo propio, vicisitudes diversas, atrás y adelante en el tiempo, con evidentes signos autobiográficos, siempre desde la soledad y la angustia de saberse solo, para decirnos a todos los espectadores que eso es lo que hay tras el muro del éxito. Solamente un artista de envergadura y con la experiencia y sabiduría que dan los años podría hacer tan dura y desolada confesión. El manchego se muestra al desnudo, tal cual es, sin exhibicionismo, manierismos, ni alharacas. De manera sencilla, que es la más difícil de todas las formas de expresarse.

Magnífica la música Alberto Iglesias y una excepcional fotografía de José Luis Alcaine que acierta con el estilo multicromático tan propio de Almodóvar, y planos de gran belleza le dan fuste a la obra.

Sobresale en el reparto un gran trabajo de Antonio Banderas que está más que bien en su cometido de alter ego del propio Almodóvar. Acompañan en roles principales grandes actores y actrices como Asier Etxeandia, Penélope Cruz, Leonardo Sbaraglia, Julieta Serrano o Nora Navas. También aportan su buen hacer con gran nivel Asier Flores, César Vicente o Raúl Arévalo, entre otros.

Estamos ante una de esas películas donde todo es fruto del estilo propio de Almodóvar: guión elaborado, cromatismo inequívoco con unos colores y tonos fuertes y llamativos en la ambientación, ambientación que estimula los sentidos del espectador que vive una historia dentro de un carrusel de colores e incluso de Power Point. Genial dirección de intérpretes, incluido el niño, excelente puesta en escena y una trama que resulta veraz.

Almodóvar, probablemente un hombre dolorido como el protagonista Salvador, busca el bálsamo a su sufrimiento recurriendo a la memoria, a la evocación de episodios, algunos pretéritos, otros más recientes, que tanto curan como escuecen. De resultas de este ardid, la conclusión es una cinta lúcida y doliente, una obra de madurez que destila cierto aire onírico donde el tiempo se desvanece de cuando en vez, para aflorar de nuevo por otro meandro de nostalgia, siempre hiriendo, a veces quebrando el relato para retomar al hilo de la historia, sin aparente tensión ni exceso de drama; y rondando, un poliédrico juego de espejos que nos conduce al intrincado mundo de la creación como nódulo en el que confluyen el sufrimiento y la redención al límite de un artista que se inventa en cada película que hace.

Este film es una obra con enjundia, propio de un artista experimentado y ya metido en años y sabiduría. Pensemos que Almodovar siente su vida actual, como él mismo ha explicado, como un encadenamiento de privaciones que intenta encontrar en su obra consuelo: Fabular es, para Almodóvar, una forma bastarda y puede que improbable, de mejorar la realidad.

Película de un Almodóvar en la cima crepuscular de su carrera, capaz de convertir un monólogo en diálogo con el espectador. Almodóvar tumbado en el diván dando cuenta de su legado, compartiendo vivencias, bajones de ánimo y mucha vida vivida intensamente, la misma intensidad que ahora deviene dolor. Película casi perfecta que sirve a modo de balsa de salvación para no colapsar prisionero de los fantasmas. Además, ese ir y venir en el tiempo, este flujo y reflujo de planos temporales están realizados con una genial armonía interna.

https://www.youtube.com/watch?v=K0mGbwHViYk

En resolución, una obra de altura. Quien la vea observará que hay en ella el reflejo de un testimonio personal de calado, un Almodóvar abierto ante el espejo de la pantalla, tanto en el plano personal como artístico: impulsos, fracasos, logros, desengaños, penares y alegrías. Y para que esta sustancia testimonial se dé en todo su esplendor, Almodóvar hace gala de un depurado estilo y una elegancia formal de excelencia donde traza una vía regia para que lo podamos conocer mejor.

 

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