Pueden escupirnos, mearnos, vomitarnos;
hacernos añicos a puñetazos, destrozarnos, humillarnos, ultrajarnos.
Pueden pisotearnos, abandonarnos, olvidarnos;
separarnos de nuestro amado, desgarrarnos, decepcionarnos y mutilarnos.
Pueden engañarnos, encerrarnos, condenarnos,
violarnos, encadenarnos y despojarnos.
Podemos sentirnos tristes, abatidos, desolados,
frustrados, desanimados y hasta desesperanzados, desesperados;
con el corazón en carne viva y el alma extinguida, desesperada, exhalando vahos…
Puede que ya no estés aquí y darte cuenta de que el mundo sigue girando indiferente,
como si nada, ajeno a tu ausencia…
Pero a pesar de todo, seguimos.
Seguimos, caminamos, continuamos, avanzamos;
paso a paso, a zancadas o a grandes saltos,
de puntillas, a trompicones, con sobresaltos.
Nos abrimos camino sin pedir permiso, a codazos.
Nos comemos la vida a grandes trozos, a mordiscos, a bocados, abocados.
Seguimos, seguimos porque es lo único que sabemos hacer.
Entonces un trozo de papel le da sentido a la vida
y entiendes que ya no son necesarias esas paredes que sostienen tus entrañas
porque ahora, por fin, no te importa enseñarlas.