Dos historias de amor

El cine romántico trufado de drama intenso y afectado, fue el nicho setentero en el cual se dio a conocer un guapo y afamado actor de nombre Ryan O’Neal (1942-2023) que falleció el pasado 8 de diciembre a los 82 años.

O’Neal fue un actor de cierta enjundia y efectividad, sobre todo cuando trabajó con directores de talla, como Peter Bogdanovich (Luna de papel, 1973) o Stanley Kubrick (Barry Lyndon, 1975). Pero el mi imaginario de miles de aficionados de cierta edad, el campanazo O’Neal se produjo con Love Story (1970), y la segunda parte, Historia de Oliver (1978), en la que también era protagonista.

Este cine romántico y sensiblero ha sido y seguirá siendo recurrente en la gran pantalla. Un cine que busca tocar la fibra sensible del espectador, para que el respetable ejercite su lacrimal, lo que tiene incluso un poder catártico y hasta terapéutico. El público sale de la sala tras visionar estas obras, habiéndose identificado masivamente con los personajes, y tan dolorido y fatigado como si hubiera pasado por tres sesiones de psicoanálisis sin respirar.

Me detendré en estas líneas en las dos pelis que he mencionado, a modo de recordar y rendir un homenaje de gratitud a O’Neal. Love Story, fue un en su momento un éxito sin precedentes, un fenómeno de masas que movió los corazones de medio mundo a comienzos de los setenta. A continuación, vendría su secuela, Historia de Oliver, que pasa el corte, pero de mucha menos repercusión que la primera.

Haciendo un poco de historia

En 1970 Erich Segal, un graduado en Harvard, publica una novelita de escasas páginas con mínimo valor literario, que en poco tiempo se habría de convertir en todo un éxito editorial, su título: Love Story.

Ese mismo año la Paramount compra los derechos de la novela y encarga su realización a Arthur Hiller, un director más de oficio que creativo, y los papeles principales del filme se asignan a dos actores poco conocidos entonces: Ali Mac Graw y Ryan O’Neal.

Acompañada la historia por una acaramelada melodía de fondo de Francis Lai, músico habitual por cierto de Claude Lelouch. El resultado fue un melodrama que se convirtió en una de las películas más taquilleras de la historia Hollywood, para pasmo de sociólogos y cineastas que se afanaron en comprender el fenómeno.

En 1978, de nuevo Erich Segal escribe una nueva obra titulada Oliver’s Story, continuando en el punto donde había dejado la anterior historia de amor y muerte. Como segundas partes nunca fueron buenas, la novela no alcanzó el éxito de la primera, pero se vendió bien y se llevó de nuevo al cine. La Paramount produjo esta adaptación, contando de nuevo con el ya muy cotizado O’Neal y la famosa y guapa Candice Bergen. El director fue John Korty, un realizador proveniente del cine indi que consiguió lo inimaginable: dar cierta entidad cinematográfica a un texto simple de escaso recorrido.

 LOVE STORY (1970). No ha habido un melodrama en plan romántico más afamado que este. Fui a verla al poco de ser estrenada, muy jovencito y empujado por el éxito de crítica y público que arrastraba.

Entré en un gran cine que había en la calle Sierpes de Sevilla y fui solo. Observé que conforme avanzaba el metraje parte del público lloriqueba, y otra parte, en menor proporción, sobre todo jóvenes, emitían risitas. Esta fue la tónica: drama con el que algunos se emocionaban versus el pasteleo que a los más progres les hacía reír (aunque no estoy muy seguro de que fueran risas francas, alguna lágrima genuina cayó en este grupo, seguro).

La Paramount Pictures hizo un enorme negocio encargando al irregular cineasta canadiense, Arthur Hiller, que dirigiera esta película con un guion a la medida de la «cosa del corazón», escrito por el mismo Segal, adaptación de su novela homónima.

Algunos críticos, como Martínez de El País, la calificaron como: «Inolvidable drama sobre el triunfo del amor». Sin embargo otros como Khan, también de El País, la comentó así: «Estando a la altura de Corín Tellado, todavía parece inexplicable su demoledor éxito».

Mi parecer es que esta historia de amor entre dos jóvenes universitarios de Harvard merece una consideración respetuosa, pues sin ser gran cine, la película es «resultona». Fueron millones de espectadores a verla en su época… y aún hoy.

Está bien rodada, y posee otras envolturas meritorias que devienen un buen producto. Por ejemplo, está acompañada de una de las músicas más tarareadas de la historia del cine: «Qué bonito es estar contigo cuando empieza a amanecer», decía la letra de la pegadiza musiquilla ganadora del Oscar compuesta por Francis Lai. Ejemplar fotografía de Dick Kratina, también. Y actuaciones top.

Así pues, Oscar a la mejor banda sonora y siete nominaciones (uno a la mejor película, nominación para O’Neal), y cinco Globos de Oro en aquel 1970, y más, por ejemplo: David di Donatello al mejor actor y actriz extranjeros (O’Neal y MacGraw).

De modo que el reparto cuenta y mucho. La presencia de dos jóvenes que asomaron al cine para subir ya definitivamente a lo más alto: la preciosa y modesta protagonista Jenny, que interpreta Ali McGraw (su segunda película y primera de éxito planetario), muy bien en este papel de amada y luego joven enferma; y el muchacho ricachón y enamorado Oliver Barrett IV, encarnado por un O’Neal que se lució en su papel de amante hasta las últimas consecuencias.

«Amar significa no tener que decir nunca lo siento». Con esta frase melindrosa, la obra se mantuvo en pie, fue gracias a la pericia de Hiller, cineasta limitado pero solvente y con buenos modos. El canadiense falleció en Los Ángeles en 2016, a los 92 años, según ha anunció la Academia de Hollywood, institución que presidió de 1993 a 1997.

Andado ya el tiempo, me parece que la clave del éxito de esta película radica en su sencillez, una sencillez que llamamos amor y que cruza las entrañas de casi todo el mundo. Algunos tienen suerte y se enamoran. Otros no, pero lo anhelan. A todos nos atrae la llamada de Cupido, algo simple, a la vez que sublime. De eso habla la película. Y para cerrar bien, el dramón, los pucheros de los espectadores… que yo lo vi.

HISTORIA DE OLIVER (1978).Como continuación de Love Story, el personaje Oliver Barrett IV (O’Neal) y Marcie Bonwit (Bergen), una mujer culta y divorciada, forman una pareja perfecta, ambos ricos, guapos, independientes y sensibles, aunque reacios al matrimonio.

Ahora los problemas del adinerado Oliver son su depresión, sus incesantes visitas al psiquiatra, pues no puede olvidar a la Jenny de la anterior entrega. Hace algunas obras de caridad a modo «reparatorio», y se enamora de la dueña de una cadena de grandes almacenes, lo cual le hace desviarse de sus labores filantrópicas, para finalmente descubrir que los ricos deben estar donde están, e igualmente los pobres. Unos nacieron para mandar y los otros para obedecer (Plutocracia). Por lo tanto, ¡fuera ideas sobre las clases sociales y a dirigir la empresa familiar!

Un final abierto de esta cinta dejaba opción a otras secuelas que finalmente no se dieron. Oliver, que andaba depresivo, recupera en su relación con Marcie el interés por la vida y descubre un nuevo amor, una nueva oportunidad.

Es una película mediocre pero que podría haber sido peor si no hubiera sido porque su director John Korty supo sacar adelante de forma inaudita el pobre material que le dieron. La cosa es que, comparada con la anterior, el arrebatado amor de Oliver es sustituido por una bella y pragmática Candice Bergen; y ambos dan el pego.

Película que no tuvo con mucho el éxito de la primera, pero que se esforzó en mostrar el lado positivo de la vida. Buenas interpretaciones de O’Neal y una preciosa Bergen que aciertan en sus roles de unión romántica y entrega al límite.

Concluyendo

Me gusta recordar a las figuras del cine cuando se marchan. Creo que es un acto de gratitud, como decía al principio, recordar la memoria de quienes colaboraron a hacernos felices, al menos por unos minutos. Sean directores, guionistas, actores y actrices, o compositores de bandas sonoras.

El caso de Ryan O’Neal es emblemático pues hizo trabajos importantes, aun cuando su vida fue bastante complicada. Múltiples ajetreos en su vida sentimental: tres veces casado y divorciado, con hijos de los cuales perdió la custodia (recuerdo a Tatum y Griffin O’Neal); una persona alcohólica y drogodependiente.

Relaciones turbulentas con otro hijo habido posteriormente, relaciones múltiples (Ursula Andress, Anouk Aimée, Jacqueline Bisset, Barbra Streisand o Angelica Huston) que no generaron sino malestar y disgustos.

Su hija Tatum, en su autobiografía A Paper Life, confesó que sufrió en su etapa infantil abuso físico y emocional, debido al estado de su padre cuando consumía estupefacientes. Llegó a decir que era «un psicópata narcisista muy abusivo».

Fue diagnosticado en 2001 de leucemia, enfermedad que remitió posteriormente. Por aquel entonces intervino, junto a su compañera sentimental Farrah Fawcett, en campañas de lucha contra el cáncer. En 2012 fue diagnosticado de cáncer de próstata hasta que finalmente ha fallecido en 2023.

Refiero estos apuntes de su vida para que veamos que no ha sido muy gratificante. Pero más allá de todo esto, nos quedan sus trabajos en el cine, algunos inolvidables. Descansa en paz.

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