El texto de Derek Parfit Razones y personas es una crítica al concepto de identidad personal en las llamadas “concepciones no-reduccionistas”. Para Parfit las identidades personales son constructos sociales, como los Estados; el ser humano no es ni su cerebro, ni su conexividad psicológica, ni su personalidad. Argumenta con casos hipóteticos, de ciencia-filosofía-ficción, pero aduce que especulando así abre posibilidades interesantes que han de ser explicadas. Sin embargo, argumenta también que sus ideas no son descabelladas: como punto de partida de su análisis expone el hecho de que numerosas personas han sobrevivido con uno de los hemisferios cerebrales destruidos, alejándose por tanto del tópico fisicalista del cerebro y su continuidad neuronal como definotores de la persona. Asimismo afirma la existencia del hecho de la división de la conciencia y sus implicaciones en la personalidad humana. Ambos hechos son las condiciones de posibilidad de su reflexión; parte de ellos, son el sustento que no cuestiona. A través de ellos desmonta los fundamentos de las teorías no-reduccionistas. En última instancia, las reticiencias a aceptar su teoría (la no importancia de mente, cerebro y cuerpo para entender a una persona) son de tipo existencial (como imposible de entender por nosotros).

Un clon con memoria implantada no podría aceptar ser una copia, sino que pensaría siempre ser el original. Sin embargo este tópico recurrente de la ciencia-ficción es falso: se pueden clonar genotipos, nunca fenotipos, de tal forma que clones con memoria implantada son inconcebibles. Imagen de “El sexto día”, película sobre el tema.

En sus elucubraciones de ficción Parfit establece varios dilemas morales, incluído el de la imposibilidad radical de aceptar tajantemente la no identidad del sujeto (no importancia de la identidad personal). En sus ejemplos de múltiples conciencias, utiliza hermanos gemelos gravemente heridos que son operados trasladando medio cerebro medio consciente sin morir el portador (creando una especie de aporía al decir que el donante está vivo y el receptor muerto), preguntándose por la identidad personal del sujeto final. ¿Sería el sujeto original A o el B? ¿Convivirían ambos o se trataría de una tercera conciencia C? Asimismo, ¿son idénticos? Otro ejemplo es el del teletransporte, donde una máquina de descomposición de partículas estropeadas en lugar de destruir al original sujeto, le deja sobrevivir y en la máquina de destino crea otro, estableciendo dos sujetos idénticos. ¿Tendrían misma dignidad o responsabilidad? Si hubiera cometido un crimen un sujeto, ¿habría de pagar dicho sujeto la misma pena, o compartirla con su clon? ¿y cómo distinguir entre el clon y el original? Ésta es, en mi opinión, la pregunta esencial, esto es, metodológica: cómo distinguir a dos personas si no es por criterios de continuidad psico-física (R) ni por conceptos abstractos como la personalidad.

La crítica de Parfit más interesante, o, sino crítica, comentario más valioso, es aquel respecto a la idoneidad de su teoría, válida en el plano epistemológico, coja en el real. Parfit presupone prejuicios cognitivos, psicológicos, morales y personales que impedirían  a una persona apretar el botón verde de inicio de teletransportación. Asume que todo sujeto humano tiene interiorizada su existencia, unicidad y continuidad, y renunciar a ella es una renuncia casi contra natura. Las personas entienden que al otro lado de la pantalla habrá una copia de sí mismos, pero las razones racionales o científicas (dudosas) que le acompañan no son suficientes y temen que aunque llegaren ellos mismos al otro lado, no sean ellos mismos. La paradoja es que Parfit ha derrumbado el terreno de la identidad personal, un asidero bien cómodo creado desde antes de Descartes, y el hombre ya no sabe cómo puede existir sin existir un yo real. En el fondo Parfit está insinuando un prejuicio cultural vinculado a la existencia del alma, esto es, religioso, que si bien ha ido perdiendo connotaciones órficas (de continuidad despúes de la muerte hacia futuras reencarnaciones) no ha perdido su aspecto mental o personal, o sea, la identidad conceptual del sujeto como personalidad o identidad. Admite su complejidad personal y que haya personas que lo rechacen, pero, como un Darwin moderno (o un autor de autoayuda), dice «podemos creer la verdad sobre nosotros mismos».

 

Somos los mismos aunque nos cambiemos de ropa y nos afeitemos, aunque solemos tener un repertorio de capacidades que decimos que caracterizan al hombre (hablar, correr, etc). Sin embargo los fetos, los niños pequeños, los discapacitados y la gente en coma son personas (aunque haya debate con los primeros) con independencia de no poder hacer algunas tareas. ¿Por qué un perro o un chimpancé que haga alguna de éstas no lo es?

Sin duda Parfit es interesante, pero hay otros ejemplos de ciencia-ficción donde se establecen dilemas morales y cuestiones metodólógicas y epistemológicas acerca de la mente, la identidad y el sujeto. En la serie estadounidense Battlestar Gallactica la especie humana sorbrevive vagando por el espacio huyendo de una raza de androides creados por la misma humanidad que quiere exterminarlos. Dichos androides, en un acto de ingenio y sarcasmo, utilizan modelos de inusitada semejanza a los humanos, de tal forma que parecen humanos, pero no son humanos. Para acabar con la humanidad desde dentro hace años que infiltraron a espías suyos en familias humanas a lo largo y ancho de la galaxia, pero para evitar problemas decidieron hacerles olvidar su memoria. Este hecho es recuperable: cuando encuentran a un espía suyo dormido (como los agentes dormidos soviéticos) pueden «despertarlo» y ponerlo operativo. El hecho es que cuando se descubre la existencia de agentes dormidos cunde el pánico y los humanos no saben qué hacer: los androides tienen sangre y órganos como los humanos, así que en principio son indistinguibles. Proliferan las acusaciones mutuas entre vecinos peleados llamándose androides y la caza de brujas. Pero lo interante es el debate entre humanos sobre qué es ser un huamano. Cuando dichos robots con órganos sintéticos (única diferencia) que ellos mismos desconocen su origen mecánico empiezan a procrear con humanos y nacen los primeros híbridos ya pierden el interés en la diferencia: es imposible diferenciar entre humanos y máquina, pero, por raro que suene, no importa, porque como el primer problema de la humanidad era su extinción, y ésta ya está resuelta (mediante mestizaje con una raza genocida), el problema antropológico o existencial pasa a segundo plano.

 

La dimensión biológica del ser humano puede marearnos y confudir a un ser humano, nosotros, esencilamente también cultural. Si dos hermanos gemelos y dos hermanas gemelas se emparejan y tienen hijos los niños resultantes serían genéticamente hermanos; y si dichos hijos se emparejaran con sus supuestos primos cometerían incesto biológicamente, pero no culturalmente.

En Hijos de la mente, de uno de los padres de la ciencia-ficción Orson Scott postula la creación mediante un proceso mental de varias personas. Un hombre, en una nave espacial, viaja a una realidad de nada, donde sólo los procesos mentales tienen poder. Allí sus traumas infantiles (el hombre, ya cuarentón, recuerda a su hermana y su hermano) salen a flote y le impiden pensar con claridad. Pero como la fuerza psíquica es importante allá, genera de entre la nada unos seres vivos, que son sus hermanos de diez años, las imágenes mentales que tenía, tornadas vivas. Las cuestiones morales son inquietantes: todos piensas que no tienen el mismo estatuto que las copias originales (los hermanos auténticos, ya cuarentones, y no estas copias de diez años) e incluso los clones psíquicos se deprimen pensando que su existencia vale menos que la de los demás. El colmo de la paradoja surge cuando unos de los clones, una muchacho, se enamora de una familiar, pues surgen interrogantes sobre el incesto de la relación, de haberlo. Aquí es más claro: el autor es un estadounidense muy religioso que aprovecha cada escena para abrir el debate religioso, moral y científico (de hecho, sus libros son continuos debates morales).

En defintivia Parfit revisa el concepto de identidad personal moderna, de la llamada concepción reduccionista, y ataca sus presuntas certezas, como la unidad cerebral y psicológica o la relación intrínsenca y causal del yo consigo mismo (el yo no puede generar otro yo por causas secundarias), abriendo el debate sobre nuevas indentidades.

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