No recuerdo la fecha concreta en la que me encontraba en la biblioteca de mi facultad de la Universidad de Alcalá de Henares abriéndome paso entre libros y lecturas muy interesantes. No recuerdo cómo, pero llegó a mis manos un libro llamado “Judith” (1848) de un autor para mi desconocido, Joaquín José Cervino. Me enfrasqué en su lectura, y en un par de días terminé su lectura. Me sorprendió mucho que, pese a ser un drama bíblico, en ningún momento lo noté.

Recuerdo que estuve buscando información sobre este autor los días posteriores, y descubrí cosas muy interesantes que a continuación os contaré, pero el discurrir del curso y del tiempo hicieron que cayera en mi olvido. Sin embargo, hace unos días, hablando con un buen amigo de la universidad, volví a recordar a este autor. Por tanto, que mejor para “celebrar” los 201 años de su nacimiento, que este humilde recordatorio de un gran autor olvidado.

Todos los comienzos de los grandes personajes de nuestra cultura comienzan con el nacimiento de los mismos. En nuestro caso, Joaquín José Cervino Ferrero nació un 18 de mayo de 1817 en Tortosa de forma fortuita. Digo fortuita porque su padre, José Cervino Encinas Largo, estaba destinado en este municipio como teniente coronel del Regimiento Ultonia (regimiento del ejercito español entre 1709 y 1818 reclutado entre irlandeses que huyeron después de la derrota de los católicos a manos de Guillermo de Orange en el año 1691). Mientras que su madre, María Josefa Ferrero Pons Ribelles era hija de una acaudalada familia de Ontinyent.

Debido al trabajo de su padre, José vivió en muchas ciudades de nuestra geografía como son Santiago de Compostela, La Coruña, Santander, Santoña o Valladolid. Ciudad esta última donde su padre recibió el retiro en 1820. Gracias a este retiro, la familia se estableció definitivamente en Ontinyent, donde nacieron sus seis hermanos.

Pese a sentir gran interés por la escritura y la creación literaria, nuestro amigo José se trasladó a Valencia para estudiar Derecho, licenciándose en 1842. Su primer destino fue en su ciudad, Ontinyent, donde posteriormente fue nombrado alcalde el 3 de julio de 1843. Alcaldía en la que estaría menos de un año, ya que, en marzo de 1844, su gran amigo y ministro de Gracia y Justicia, Luis Manyans y Enriquez de Navarra, lo reclamó para dicho ministerio. El 31 de marzo de 1844 se traslada a Madrid para hacerse cargo de la dirección del negociado de Escribanos, donde llegaría a ser subdirector de Registros Notariales.

En 1846 le fue concedida la Real Orden de Carlos III por su trabajo en favor de la justicia y su trabajo como secretario de la reina Isabel II. Cuando digo que contribuyó a la mejora del sistema judicial español lo digo con conocimiento de causa, ya que fue el padre de la “Ley y Reglamento orgánico del notariado español” de 1862 y aun vigente. Esta ley sería utilizada por otros países como Cuba y Puerto Rico.

Gracias a estos logros en favor del progreso del sistema judicial español y debido a que no se destacó por ser un liberal o conservador en la judicatura de nuestro país, el 13 de marzo de 1863 fue nombrado magistrado de la Audiencia Territorial de Madrid y el 24 de diciembre de 1874 magistrado del Tribunal Supremo. En enero de 1883 recibió la gran cruz de la Orden de Isabel la Católica y en el mes de julio y a petición propia, obtendría una merecida y corta jubilación, ya que, en el mes de diciembre, concretamente el día 21, moriría en su casa de “El Ángel” de Ontinyent.

Como podemos comprobar tuvo una prolífica carrera judicial, sin embargo, también tuvo una prolífica carrera literaria.

Debido a su gran formación humanística, su ingenio poético y su dominio de la métrica escribió diversas obras de temática muy variada. Dos de estas obras, “Sara” (1847) y “Judith” (1848) fueron representadas en teatros madrileños.

El 17 de febrero de 1860, en el certamen extraordinario abierto por la Real Academia Española para conmemorar los triunfos de la armada española en la guerra de África, Cervino ganó su primer premio con la obra “La nueva guerra púnica”.

José Cervino no solo se caracterizo por sus obras literarias, sino que también se caracterizó por frecuentar reconocidas tertulias literarias madrileñas, como las del Marqués de Molins, Manuel Cañete y las de Martínez de la Rosa o las de El Parnasillo donde tuvo trato con el Duque de Rivas, Bretón de los Herreros o Juan Valera.

Muchos de nuestros lectores y lectoras que hayan visitado las fiestas de Moros y Cristianos de Ontinyent habrán escuchado las archiconocidas “Embajadas del Moro y del Cristiano”. Pues bien, queridos lectores, nuestro amigo José Cervino fue el creador de estas en 1860.

Para finalizar, me gustaría hacer una reflexión para nuestros queridos lectores y lectoras, ¿por qué alguien tan prolífico ha desaparecido de nuestra historia y nuestra cultura? Son muchas las teorías y muchas de ellas propias de las revistas del corazón, sin embargo, yo me quedo con una. Joaquín José Cervino se caracterizó por no significarse políticamente con las corrientes liberales o conservadoras del momento, ni en sus obras ni en su carrera judicial. Todo esto hizo que no tuviera artículos de renombre en los diarios de la época, y que, debido a nuestra triste historia en algunos casos, haya supuesto su desaparición. Sirvan estas palabras para reconocer a alguien que aportó tanto en el 201 año de su nacimiento.

 

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