La nueva película jurásica de Bayona repite los aciertos de la última vástaga de la saga sin pericia ni audacia: una primera mitad volcánica suple una segunda más superflua y oscura, tétrica y terrorífica por momentos, rodeando el sadismo psicoanalítico con sus personajes. La película anterior se cargó el respeto reverencial por la madre de la saga, la primera película, estirando el tardocapialismo del parque temático hasta rodear lo estrambótico, dando lugar a un producto original en su pretensión y aguda en su reivindicación. Esta segunda pierde el encanto en favor del ruido de la jauría y de monstruos ya incomprensibles, asomando la garra del markéting plastificado que en las anteriores hacía su escondite. Personajes bien diseñados pero sin evolución ni profundización se mezclan con pastiches de lagartos con otros lagartos que generán nuevos lagartos futuros. Un final algo absurdo aunque emocionante resume la película: una continuación estirada de guionistas que sólo pensaron en huidas accidentales por islas que se derrumban en lava que luego improvisaron el resto de la trama, llegando a incluir a un clon humano venido de ninguna parte. Entretenida, emocionante, ha vendida su alma, al menos un poco.

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