Los revivals son procesos dinámicos. Una vez revisados los años sesenta desde todas las perspectivas, parecía lógico que el foco se pusiera en la década siguiente y que, con ello, ganaran protagonismo estilos y personajes que encarnaron una era y dieron identidad propia a los setenta.

En lo musical, quizás sea el glam el que en estos momentos se lleva la palma: libros, documentales, bandas tributo y biopics que arrasan en la taquilla, como Bohemian Rhapsody sobre Freddy Mercury o Rocketman sobre Elton John, que se estrenará en mayo y ya apunta a éxito. En este contexto era evidente que el turno de David Bowie no tardaría en llegar, y a finales de 2018 se empezó a rumorear que un biopic sobre el artista estaba en marcha.

La muerte de Bowie, un 10 de enero, a los dos días de lanzar su nuevo disco “Blackstar” inauguraba un 2016 negro en cuanto a fallecimientos de grandes estrellas (Prince, Leonard Cohen, George Michael), pero también abría la puerta a la creación de narrativas retrospectivas no exentas de épica, al tiempo que disparaba las cifras de ventas de sus discos y de cualquier producto relacionado con su figura. La muerte vende, dignifica y autentifica; tres aspectos fundamentales para construir un mito y situarlo en el canon de la historia de la música.

Los setenta de Bowie

Con Bowie no es necesario tirar de retórica para justificar su sitio en la historia del rock. Sin duda, los setenta fueron su gran década en cuanto a innovaciones, aunque el éxito masivo no le llegó hasta Let´s dance (1983). Pero Bowie supo reinventarse a lo largo de toda su carrera y dejó su huella en numerosos artistas y estilos hasta la actualidad. Lo hizo como todos los grandes: rodeándose de un buen equipo, aglutinando y coordinando talentos para obtener el mejor resultado.

En su constante exploración estética pasó de las bandas de skiffle, folk y los ambientes mod a convertirse en el pionero de la estética glam y crear su alter ego más famoso: Ziggy Stardust (1972). Siempre a contracorriente o adelantándose a los tiempos, cuando el rock psicodélico abría la puerta a las complejidades del progresivo Bowie, apostaba por la sencillez e inmediatez del glam, uno de los primeros revival del rock and roll.

David Bowie, como Ziggy Stardust, en el concierto de 1973 en Londres inmortalizado en la película Ziggy Stardust The Motion Picture.

Los años setenta son una etapa muy prolífica para Bowie. Llega a grabar más de un LP al año, compone para otros músicos, produce y mezcla discos para Lou Reed, Iggy Pop… Un ritmo de trabajo frenético en el que los cambios de estilo tanto en música como imagen son continuos. Tres años después de Ziggy Stardust encontramos a Bowie en Young Americans (1975), inmerso en el soul blanco del “sonido Philadelphia”, antecedente de la música disco, que influiría a artistas como Roxy Music, Talking Heads o Spandau Ballet.

En el cambio de década, Bowie marcaría la pauta estética de los neorrománticos con videoclips como “Ashes to ashes” (1980) y se adelantaría al fenómeno de la world music con temas como “African nights” (1979), que incluía términos en suajili y percusiones tribales, o videoclips como “Let´s dance” y “China girl”, donde desplegó todo el imaginario exótico del orientalismo.

Videoclip de “China Girl”, de David Bowie.

Los “nuevos” Bowie

La generación del rock alternativo de los noventa tomó a Bowie como referente. Nirvana, la banda icónica del grunge, dio una segunda vida a “The man who sold the world”, mientras Suede, y en especial su cantante Brett Anderson, encontró en Bowie un filón para articular un discurso andrógino en plena explosión del Brit Pop. Por entonces, el duque blanco estaba sumergido en el new jack swing neoyorkino que se respira en su disco Black Tie White Noise (1993), y más tarde se dejaría seducir por el jungle en el álbum Earthling (1997).

Nirvana interpretando “The Man Who Sold the World” en el concierto en directo para la MTV en 1994.

Aunque en todo el siglo XXI Bowie publicó sólo tres discos, su influencia era ya más que evidente en muchas artistas. Quizás sea Madonna la que mejor encarna el discurso, la trayectoria y las formas de trabajo de Bowie, aunque es Lady Gaga quien explicita las referencias a Bowie desde el inicio de su carrera, incluyendo al músico inglés en los agradecimientos de su primer disco.

Extractos del homenaje que realizó Lady Gaga a David Bowie en los Grammys tras el fallecimiento del cantante.

La creación del personaje de esta cantante cuenta con un importante componente estético: los vídeos, la moda, el maquillaje y el gesto son fundamentales para construir la identidad ambigua y camaleónica de Lady Gaga. La influencia de Bowie va más allá de las referencias explícitas en el panorama actual. Podemos encontrar su impronta en la androginia de Kesha, en los múltiples personajes que ha encarnado Taylor Swift o en la forma en la que Miley Cyrus fagocitó a Hannah Montana.

Se trata de mucho más que música, es también discurso, metanarrativa y personaje, porque la puesta en escena o las incursiones en el teatro y el cine han sido una constante en la carrera de Bowie y han contribuido a consolidar su carácter camaleónico desplegando infinitas estrategias para reinventarse.

No podemos hablar de un solo Bowie, porque hay tantos como miradas sobre su figura y su trayectoria. Su capacidad para innovar ha quedado grabada no sólo en su obra, sino también en las lecturas que de ella han hecho (y siguen haciendo) varias generaciones de artistas de todos los géneros musicales desde aquel lejano Space Oddity (1969) que este año cumple medio siglo. Sin caer en el tópico, podemos afirmar que Bowie no se fue hace tres años, porque su espíritu y su genio continúan vivos en su legado y ofreciendo mucho a quienes se quieran acercar a él.The Conversation

Eduardo Viñuela Suárez, Profesor de Musicología, Universidad de Oviedo

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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