Buenas, me presento: mi apodo es Un Poeta Muerto, pero desde ahora, llámenme Poeta. Es mi primer post para TheJournalist, y espero no defraudar a quienes tanta fe han puesto en mí. Hoy vengo a tratarles de un asunto con tanta importancia como lo es la destrucción de una de las bases de la Sociedad occidental. Y no es más ni menos que la muerte del amor. Supongo que el título del post lo habrá dejado bien claro. Francamente, se me ocurrió comenzar como coautor de este diario expresando cuanto me salía de los adentros, de mi alma. Y es que, para desgracia de las generaciones que nos sucederán, hemos destruido, hemos acabado con todo cuanto se construyó en siglos pasados. Hoy día, y no es la última vez que leerán esta expresión, se confunde la cortesía con vocablos tan peligrosos y autoritarios como los son “acoso” y “machismo”. Me niego en rotundo a creer que todo cuanto creo, de donde han partido discursos, poemas, obras y vidas, es una forma de “machismo patriarcal”. La creencia por buena parte de mis semejantes de que cuanto son mis sentimientos son meras creaciones del patriarcado para someter a la mujer me llevan a perder la confianza en el progresismo actual. Hemos dejado escapar de nuestras manos para someter al libertinaje los actos humanos, la cortesía, el amor irracional, la poesía, el arte y con ello hemos condicionado nuestras vidas. ¿Qué sería de uno de mis referentes, el hombre que ilustra este post, Gustavo Adolfo Bécquer si un ejemplar como los que habitan nuestras yermas tierras diciéndose “políticamente correctos” cuando no son más que “perfectamente idiotas” le dijese que su Rima LXXXV no es más que una forma de acoso? ¿O de Jane Austen, si el mismo zoquete le conminase a retirar su Orgullo y Prejuicio por ser un libro con amplios estereotipos al servicio del “heteropatriarcado”? Pero tampoco voy a ensañarme con el individuo (parodiado, obviamente, y discúlpenme los cariñosos apelativos) en cuestión. Porque además de los “políticamente correctos” tenemos la inculturización de las generaciones venideras. Uno de los síntomas que nos reveló lo que venía era la desaparición del usted para referirse a personas dentro de un ambiente formal e incluso en situaciones cotidianas con personas conocidas de toda la vida. Lo siguiente fue la infravaloración y la pérdida de la lectura como forma de ocio. ¿Qué, si no, me llevó a descubrir verdaderamente a Bécquer, a Miguel Hernández, a Espronceda, a Shakespeare, a Rubén Darío, pasando por autores contemporáneos como Jesús Cotta, o, regresando a tiempos pasados, a Garcilaso de la Vega, a Jorge Manrique o a Francisco de Quevedo? Porque no vemos sino libertinaje cuando advertimos que los jóvenes actuales escuchan “reggaeton” (siempre cargado de hipocresía, porque son las feministas más radicales las que más escuchan este género tan poco igualitario), “trap” o cualquier bazofia ávida de “autotune” cuyo objetivo es promover la sexualización de la vida de los niños, desde que son capaces de diferir entre lo que “está de moda”, y que por ende van a acabar hartos de oír, y lo que “es para pringados”, ergo todo lo que no sean los “géneros musicales” antes mencionados. Si nos fijamos en el relato de Jane Austen citado, las protagonistas son heridas en el orgullo familiar cuando la hermana menor se fuga con su supuesto amante. El honor es un término olvidado, como lo es también el amor. EL progresismo desmesurado nos ha acabado convirtiendo en presos de diferentes carceleros, cuyo único propósito es nuestra primitivización.

Claro que, haciendo una crítica fugaz sobre la poesía actual, esa que se toma por romántica no es más que una posvanguardia, repleta de minimalismo y posmodernismo, es algo similar a utilizar la obra de Quevedo como papel higiénico. Sinceramente, no me defino como dogmático, pero la poesía necesita ciertos dogmas para seguir siendo poesía. Claro, que si no nos pasaría como en el arte, donde una supuesta “escultura” que consta de un retrete vale más y es infinitamente más apreciada que la Capilla Sixtina. Cuando les hablaba de degeneración no había pensado en recurrir al arte contemporáneo, pero no he tenido otra opción. Si Bécquer escuchase que “las canciones de reggaeton son románticas” probablemente se retorcería en la tumba. Y lo mismo si Shakespeare oyese que “las películas de Mario Casas (por nombrar un protagonista reconocido de películas del estilo) son representaciones del amor más puro”, cosa que más de una vez, muy a mi pesar, he debido escuchar. Porque, en una sociedad donde se promueve la anarquía y la destrucción de los valores fundamentales que han erigido la cultura y la sociedad occidental durante milenios, no hallamos más que la valoración absoluta de las apariencias, no de la verdad.

Lamento mucho si causo mal a alguien con esta profunda reflexión, pero no es más que la realidad plasmada en unas breves líneas. Y me ha faltado comentar cosas como, por qué se ha dejado la música clásica para “los mayores” u otras muchas. Cierro mi ópera prima recomendando lecturas mencionadas antes:

  • Orgullo y Prejuicio, Jane Austen.
  • Invierno en tu Rostro, Carla Montero.
  • Obras Completas, Gustavo Adolfo Bécquer.
  • Obras Completas, Francisco de Quevedo.
  • Ídem, José de Espronceda.
  • Obras completas, William Shakespeare.

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