La incorporación de las mujeres al trabajo extradoméstico a mediados del XIX y primeras décadas del XX, la cuel fue propiciada, en sus inicios por el desarrollo capitalista y luego reforzada por la “escasez” de fuerza de trabajo masculina generada por la I Guerra Mundial, chocó contra la falta de derechos políticos para las mujeres. La relativa igualdad con los hombres en el mercado de trabajo, a la que las masas femeninas eran empujadas por el capital (como sucedía, en plena revolución industrial, con niñas y niños), contrastaba aún más su desigualdad en la sociedad civil. Podríamos decir que la relativa y nueva “igualdad ante algunos aspectos de la vida” hacía insostenible la inadecuada y vetusta “desigualdad ante la ley” entre hombres y mujeres.

A comienzos del siglo XX, el Estado obrero transicional surgido de la Revolución rusa, estableció medidas hacia la socialización del trabajo doméstico que realizaban las mujeres, que era uno de los pilares fundamentales de la política bolchevique para la emancipación femenina. Aunque las medidas de socialización enfrentaron muchos límites para la guerra y la crisis económica, fue una experiencia de avanzada para poner fin al aislamiento de las mujeres en el hogar y favorecer su inserción en la vida pública.

En los años 70s, con la segunda ola feminista, las mujeres estaban cuestionando lo que el capital había logrado institucionalizar y naturalizar como discordancia desde mediados del siglo XX: la separación entre lo público (producción, trabajo asalariado) y lo privado (reproducción, trabajo no remunerado)  Los primeros debates sobre el trabajo doméstico y su papel en el modo de producción capitalista se remontan a estos años. Dicho esto viene la pregunta: ¿El trabajo doméstico produce plusvalía? ¿Hay una manera de producción patriarcal -sostenido en el trabajo doméstico- diferenciado del modo de producción capitalista o hay un solo sistema capitalista-patriarcal donde la reproducción de la fuerza de trabajo está determinada y subordinada a la producción de valores de cambio?

Entre muchos otros textos con diferentes enfoques que firmaron este debate, en 1983 aparece El marxismo y la opresión de las mujeres. En el cual, Lise Vogel realiza una teoría unificada. Mientras avanzaba la contraofensiva neoliberal, clausurando el período de radicalización de masas de la década precedente, Vogel postulaba que el orden de género del capitalismo se apoya estructuralmente en la articulación social entre el modo de producción capitalista y los hogares de la clase trabajadora, antes que en un patriarcado ahistórico o en un modo de producción doméstico separada radicalmente lo que establecen las relaciones entre capital y trabajo.

En las últimas décadas, la extraordinaria feminización de la fuerza de trabajo y la relativa conquista de derechos democráticos que, en cierto sentido, equipara a “ciudadanos de diferentes géneros”, elevó las aspiraciones de las mujeres que hoy sufren el notable contraste entre esta “igualdad ante la ley” y la, sin persistente, “desigualdad ante la vida”.

Políticamente, tanto el movimiento socialista como el movimiento feminista socialista enfrentan con la difícil tarea de luchar en favor de las mujeres sin sucumbir a dos peligros igualmente insidiosos. Por un lado, deben mantenerse en guardia contra el feminismo burgués, la limitada lucha para conseguir la igualdad dentro del marco de la sociedad capitalista; y, por otra parte, no deben permitir que concepciones economicistas de la lucha de clases releguen a un lugar subordinado la lucha por la liberación de las mujeres.

La escritora italo-estadounidense Silvia Federici concluye que el trabajo reproductivo y de productivo de cuidados que hacen gratis las mujeres es la base sobre la que se sostiene el capitalismo.

Marx define como trabajo productivo a aquel trabajo que genera valor de cambio: esta definición es específica y responde a la descripción de la lógica de un modo de producción (el capitalismo):

“… trabajo productivo es una determinación de aquel trabajo que en sí y para sí no tiene absolutamente nada que ver con el contenido determinado del trabajo, con su utilidad particular o el valor de uso peculiar en el que se manifiesta. Por lo tanto, un trabajo de idéntico contenido puede ser productivo e improductivo”

Tithi Bhattacharya, intelectual feminista de la corriente denominada teoría de la reproducción social, ve en el trabajo humano, al igual que Marx, la “premisa de la historia humana” y que,

“… el capitalismo, sin embargo, reconoce el trabajo productivo para el mercado como la única forma de “trabajo” legítimo, mientras que la enorme cantidad de trabajo familiar así como comunitario que sirve para sostener y reproducir a la trabajadora o, más específicamente, su fuerza de trabajo, es naturalizada como no existente”

El capitalismo sobrecarga a las mujeres el trabajo reproductivo no remunerado, como bien explica Federici. De esta forma, el capitalista, aunque no extrae plusvalor de esta actividad, por tratarse de un trabajo que no genera valores de cambio (es decir, no es pasible de ser intercambiado en el mercado), cuenta con estas tareas llevadas a cabo de forma no remunerada para la reproducción de la fuerza de trabajo. De ahí que el trabajo reproductivo sea indispensable, aunque no genere valor ni, por tanto, plusvalor; es decir, aunque desde el punto de vista estricto de la lógica del capital, sea un trabajo no productivo.

El trabajo reproductivo es más que útil, aunque no se defina como productivo desde el punto de vista del capital y no es necesario buscar de qué manera podemos incorporarlo a la lógica de la extracción de plusvalía para que pueda ser reconocido y “valorado” socialmente. Este fue el camino adoptado por algunas teóricas feministas, quienes intentaron explicar que si el trabajo reproductivo “producía” la mercancía fuerza de trabajo, entonces debía ser considerado como productivo.

Sobre el trabajo tan productivo que realizan las mujeres en sus hogares, Daniel Bensaïd  (uno de los dirigentes estudiantiles de mayo del 68) alerta:

“… las normas entre un trabajo realmente sometido al capital por el rodeo del mercado y una actividad privada son sin difícilmente comparables (trabajo de cocina y hotelería). Los instrumentos de medida dependen de una elección arbitraria insatisfactoria: se trata de calcular lo que una persona podría ganar el mercado de trabajo durante los lapsos de tiempo consagrados a las actividades domésticas (coste en ganancias potenciales), así como calcular lo que se tendría que pagar en el mercado para obtener un servicio equivalente”

En la misma línea, Federici se pregunta,

“… como sería la historia del desarrollo del capitalismo si en lugar de explicarla desde el punto de vista del proletariado asalariado explicara desde las cocinas y dormitorios en los que, día a día y generación tras generación, se produce la fuerza de trabajo”

 

En este sentido, también es interesante lo señalado Lise Vogel sobre el rol de la familia, la “unidad reproductiva” por excelencia, aunque se trate de una institución preexistente al capitalismo. Vogel le otorga a la familia trabajadora, es decir, aquella en la que se reproduce la fuerza de trabajo- un rol indispensable en el sistema capitalista y “prioriza el análisis de la relación estructural que la vincula a la reproducción del capital, en lugar de la estructura interna y las dinámicas que caracterizan a la familia ” Poner a la familia en el contexto de las relaciones sociales dominantes (capitalistas) permite ver el rol de esta institución preexistente, aunque adaptada y con una forma específica (familia obrera), y no aislar su dinámica interna, donde funcionan jerarquías de género y edad, de su funcionalidad en el capitalismo.

Al referirse a la familia obrera, Federici señala que hubo un proceso de transformación desde la segunda mitad del siglo XIX, que dejaría atrás a la familia de la Revolución industrial. Y señala que aunque Marx haya visto la destrucción de la familia por la explotación capitalista, consideraba -al igual que Engels que la inserción de las mujeres en el mundo laboral era positiva, sin darse cuenta de que “del proceso de reforma que está teniendo lugar y que crea una nueva forma de patriarcado, nuevas formas de jerarquías patriarcales “

Según Federici, el capitalismo creaba las formas de una familia obrera para apaciguar al proletariado que se había rebelado contra esta explotación a destajo, garantizando la existencia de una clase más productiva y menos díscola. En su perspectiva están ausentes, sin embargo, los procesos contradictorios de la lucha de clases ya que, con una visión casi conspirativa, la clase dominante aparecería como portadora de un poder ilimitado para imponer las condiciones no sólo de la explotación sino también de la reproducción de la clase obrera, sin obstáculos ni resistencias.

A modo de conclusión, el debate sobre la relación contradictoria entre producción y reproducción no debería prescindir, sin embargo, de un dato que modifica la mirada sobre estos debates teóricos, así como la mirada política de quienes tenemos interés en la liberación de todas las formas de explotación y opresión. Por primera vez en la historia del capitalismo, las mujeres constituyen, aproximadamente, el 40% de la clase trabajadora mundial. Esto significa que el 54% de las mujeres, en edad económicamente activa, participa en el mercado laboral, como trabajadoras asalariadas.¿Cuántas de estas más de 1.300 millones de mujeres cargan, al mismo tiempo, con el trabajo gratuito que les permite reproducir su propia fuerza de trabajo? ¿Cuántas son las que hacen trabajo doméstico a cambio de un salario para que su empleadora pueda ser explotada en el mercado laboral, cubriendo con su propio salario el coste de estos servicios que reducen su propio trabajo de reproducción? La fenomenal transformación de la fuerza de trabajo a escala mundial también ha transformado radicalmente a las familias de la clase trabajadora. ¿Cuál ha sido el incremento de los hogares sostenidas con el salario de una mujer? ¿Cómo son las redes de mujeres que con o sin salario, sustituyen los trabajos domésticos y de cuidados de otras mujeres asalariadas? ¿Cuántas son las familias “monomaternales”?

En esta compleja y nueva realidad no hay lugar para el reduccionismo de un corporativismo sindical economicista que sólo integra, en su perspectiva, a una clase obrera masculina. Pero tampoco podemos limitar la lucha de las mujeres por su emancipación a un sujeto también estereotipado -la ama de casa- la existencia de la que ha mutado sustancialmente en las últimas décadas, prescindiendo de la perspectiva del capitalismo íntegramente orgánica, que incluye este nuevo rostro feminizado de la fuerza laboral. ¿Cuál será el impacto que las luchas de las mujeres en los espacios de la reproducción tendrán sobre las luchas de una clase obrera cada vez más feminizada? De qué manera el empoderamiento de las mujeres, a través de esta reemergencia del feminismo a nivel mundial.

Luchar contra la desigualdad de género no puede prescindir de plantearse en qué sociedad aspiramos vivir una igualdad plena. ¿Si el centro de gravedad del capitalismo sigue siendo la explotación del trabajo asalariado y la extracción de plusvalía es posible pensar la emancipación de las mujeres eludiendo este nudo vital del funcionamiento de la sociedad en la que vivimos? Después de todo, aunque las luchas firmadas por la relación capital / trabajo y las luchas dadas en los espacios de la reproducción social tengan sus especificidades, deberíamos buscar las formas de confrontar con la división y el antagonismo que impone la clase dominante, unir lo que el capitalismo escindió históricamente.

Y luchar ya.

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