Lo voy a dejar claro desde el principio: Nunca he sido fan de Michael Jackson. Sí, sus canciones son legendarias y es uno de los artistas más reputados y conocidos de la historia. Por lo tanto, ni me fascinaba ni me causaba rechazo alguno como artista, simplemente me gustaban algunas de sus canciones, ni más ni menos.
Aclarado este punto, debo reconocer que tenía mucha curiosidad por ver este documental, que está causando mucho revuelo y polémicas varias, y del que todo el mundo habla, y es que, en él, dos víctimas de los abusos del cantante hablan sobre lo que tuvieron que sufrir cuando eran niños.
Y no me he dejado el típico “supuestamente” que se usa en estos casos por amor al arte. No, esta es historia es verdadera, y solo basta escuchar a estas dos víctimas, Wade y James, que han podido salir adelante pero cuyas vidas jamás volverán a ser las mismas, para darse cuenta de la veracidad de sus (desgarradores) testimonios.
Es doloroso escuchar sus historias, como sentían admiración por su ídolo, y como él lo usó (sin piedad) en su contra para manipularles y conseguir sus objetivos. Un depredador (sexual) enmascarado como un niño grande. Y es que me hace gracia los que dicen que estaba enfermo y no había tenido infancia… Una memez para intentar justificar las fechorías indefendibles de un ser abominable que destruyó las vidas de tantos niños. Y es que estoy seguro que aún quedan muchos por hablar.
Considero que Dan Reed, director del documental, ha sido inteligente al no demonizar hasta el extremo la figura de Jackson (aunque cada uno puede hacerlo a su manera, como es mi caso), y da el absoluto protagonismo a las dos víctimas, que cuentan la historia desde el principio y con detalles, que, advierto, son demasiado duros.
Mención especial para el papel de las madres (los padres están en segundo plano), una de las cuales recibió parte de la culpa por parte de la familia, y es que, la pregunta es obvia: ¿Cómo permites que tu hijo de 7 años duerma con un adulto durante años? A mí jamás se me ocurriría, y la respuesta está clara: fama y dinero.
Sinceramente, he empatizado con las dos víctimas (obviamente) y con muchos familiares, pero con las madres, ni por asomo, y creo que sí tuvieron parte de culpa por su falta de responsabilidad y ansias de fama. Asqueroso, pero así de podrido está el mundo.
Y ojo, que son cuatro horas de documental, dividido en dos partes, pero cada palabra, reflexión y testimonio es importante, y por otro lado, no se hace largo, aunque casi todo el metraje tengas un nudo en el estómago.
Por lo tanto, estamos ante un documental tan duro y agridulce como brillante y necesario, que debería marcar la senda y animar a otras víctimas a no callarse y dar el paso, porque ellos no son los culpables, bajo ningún caso. Gracias Wade y James por dar el paso, aunque haya sido muchos años después, ya que seguro que no ha sido nada fácil.
Llegados a este punto, yo tengo claro lo que voy a hacer: se acabó escuchar más a este monstruo (y no me refiero a su vena artística), que, lamentablemente, jamás pisará una prisión. No te digo que tengas que quemar sus discos y sus camisetas. Se le puede querer por su música, yo no voy a juzgar a nadie (solo faltaría), pero mis sentimientos son esos, y solo espero que este documental sea muy visto y ayude a muchas personas, porque, lamentablemente, hay muchos “Michael Jackson’s” por el mundo (este documental podría haber sido sobre cualquier otro famoso) y debemos estar preparados y en alerta.
Seáis fans o no del artista, creo que su visionado es obligatorio, ya que no solo es sobre la culpabilidad de Jackson, sino sobre la destrucción de la infancia de dos niños que solo querían estar con su ídolo. Y eso les puede pasar con cualquiera. Y es que este mundo puede ser tan maravilloso y hermoso… como terrorífico y cruel. Un documental imprescindible.