Hace más de 500 años, España era una cosa muy distinta de lo que es hoy en día.Los embajadores de nuestro país eran los llamados tercios.

Este arma, matriz principal del ejército al servicio de su católica majestad y del imperio español, era usada como la primera línea de combate en cualquiera de las batallas en las que estábamos inmersos a lo largo de toda Europa y del famoso Camino Español.
Hay listas y listas inacabables de batallas en las que participaron los tercios a lo largo de sus casi doscientos años de historia, unas ganadas heroicamente, otras, derrotas, pero hazañas del sacrifico que demostraron los tercios.
Hoy recordamos el milagro que marcaría las crónicas históricas, de este ejército español, un 7 de Diciembre.
De acuerdo con las crónicas, el 7 de diciembre de 1585, el Tercio del Maestre de Campo Francisco Arias de Bobadilla( el Viejo Tercio de Zamora) compuesta por unos cinco mil hombres, combatía en la isla de Bommel, situada entre los ríos Mosa y Waal, bloqueada por completo por la escuadra del almirante Filips van Hohenlohe-Neuenstein. La situación era desesperada para los Tercios españoles, pues, además del estrechamiento del cerco, había que sumarle la escasez de víveres y ropas secas.
El almirante holandés propuso entonces una rendición honrosa pero la respuesta española fue clara: «Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos». Ante tal respuesta, Hohenlohe-Neuenstein recurrió a un método utilizado por las huestes de holanda en ese conflicto: abrir los diques de los ríos para inundar el campamento enemigo. Pronto no quedó más tierra firme que el montecillo de Empel, donde quedaron refugiados los mermados soldados del Tercio.
En ese crítico momento un soldado del Tercio se encontraba cavando una trinchera tropezó con un objeto de madera allí enterrado. Era una tabla flamenca con la imagen de la Inmaculada Concepción.
Anunciado el hallazgo, colocaron la virgen en un improvisado altar y Bobadilla, considerando el hecho como señal de la protección divina, instó a sus soldados a luchar encomendándose Inmaculada. Esa noche se desató un viento inusual y frío que heló las aguas del río Mosa.
Los españoles, marchando sobre el hielo, atacaron por sorpresa a la escuadra enemiga al amanecer del día 8 de diciembre y obtuvieron una victoria total que el almirante Hohenlohe-Neuenstein llegó a decir: «Tal parece que Dios es español al obrar tan grande milagro».
Entre vítores, la Inmaculada Concepción fue proclamada patrona de los Tercios de Flandes e Italia aquel mismo día.

Si continuásemos con la lista de hazañas de nuestros Tercios habría que hablar del vadeo del Elba realizado en abril de 1574 cerca de la hoy ciudad alemana de Brandemburgo. Aquellas tropas eran comandadas por el coronel Mondragón (Medina del Campo 1514-Amberes 1596), «espada en la boca, agua por encima del pecho, pólvora, balas, mecha, pan y galleta en un saquete sobre la cabeza». El mismo Coronel Mondragón acudió en socorro de 150 españoles y 25 valones sitiados en Goes –octubre de 1572, un año después de Lepanto–. Al mando de 3.000 soldados ascendió por una de las bocas del Escalda aprovechando la marea baja. La arenga a sus hombres fue sencilla: «A tres leguas unos españoles llevan dos meses sitiados». Sin rechistar se descalzaron, ataron sus zapatos al cuello, formaron apretadas filas de a cuatro para resistir las corrientes del río, liaron un hatillo con pan, bizcocho, pólvora y balas y recorrieron durante cinco horas las millas que les separaban, apurados ante la inesperada subida de la marea.
Durante 70 años, estos infantes españoles, cuyo número nunca llegó a superar el 15% de los efectivos del ejército de Flandes, se enfrentaron con éxito a Holandeses, alemanes, ingleses y franceses en innumerables encuentros a lo largo de todos los campos de batalla de Flandes.
Allí recibieron palabras de elogio y apodos , como “Las Murallas Humanas”, que marcarían el coraje, con el que estos perros, los de Empel, lucharon, con el estandarte de San Andrés en alto, pica en mano y mosquete al hombro, por toda Europa.
Y siempre, con gran orgullo, y por encima de todo, perros, siempre de guerra.

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