Creo que las mujeres que dirigen están aportando al cine una sencillez y una domesticidad bella y entrañable. Tal es el caso de Marielle Heller, esta directora californiana que en su segundo largometraje estrenado en España (hay otro por ahí de título: “A Beautiful Day in the Neighborhood”, 2019); pues bien, en este film la Heller hace gala de una capacidad para recrear personajes marginales; también para abordar temas sociales o la puntual cuestión de las falsificaciones como asunto de interés singular. Estamos ante una cinta del tipo biopic dramático, con olor a indie, aunque no lo sea del todo. El título del film es el mismo con el cual Lee Israel publicó en 2008 sus memorias, título con olor a culpa que Israel y la propia Heller camuflan con un inocente y chispeante humor.

Lee Israel fue una mujer respetada literariamente pero venida a menos; o mejor, caída en desgracia y hundida en la desesperación, el alcoholismo, su horroroso carácter y en plena desmoralización social, profesional y personal. Lee es antipática, insolente y deslenguada, y sus oportunidades de trabajar se las cierra ella misma, pues le tiene habilidades literarias y cultura sobrada. Pero hete aquí que Israel descubre una opción para pagar sus necesidades más acuciantes: falsificar y vender más de 400 cartas de algunos de sus escritores y celebridades favoritos ya fallecidos como Aldous Huxley, Eugene O’Neill o Tennessee Williams, entre otros, aunque su preferida era Dorothy Parker. No falsificaba cartas sino que inventaba las cartas y llegó a convertir esa pasión epistolar en un oficio apasionado como ‘transformista literaria’. Pero esas falsificaciones levantan los recelos de la policía y es ahí cuando nuestra protagonista decide robar y vender cartas verdaderas que sustrae de archivos y bibliotecas a los cuales accede haciéndose pasar por investigadora.

La puesta en escena extrae el jugo a la personalidad franca y herida del personaje, pero Marielle Heller consigue evitar la tentación de entrar en el terreno de la compasión o incluso el regocijo por la desoladora situación de la pobre Lee, y en un tono tragicómico, con el apoyo actoral y la solvencia de un guión que subraya la huida hacia delante de la protagonista, mantiene la cinta en un crescendo que atrae al espectador y lo mantiene firme en la butaca con el suspense del qué ocurrirá con el transcurrir del relato.

Como digo, tenemos un excelente guion de Nicole Holofcener y Jeff Whitty, que sabe adaptar con enorme solvencia las Memorias de Lee Israel. Un guión creíble que retrata a una mujer nada atractiva, obesa, misántropa y que sólo ama a su gatito viejo y enfermo. Su figura alcanza cierto vuelo cuando por azar se tropieza con un antiguo conocido igualmente marginal y perdedor, homosexual y hombre de la calle que la irá acompañando a lo largo de la trama. Entre ambos “hacen un revoltillo de drama, tragedia y comedia que descarga amarguras al tiempo que las subraya” (Oti Rodríguez). Diálogos ocurrentes que recalcan el lado áspero y grosero de la protagonista, y a la vez mantiene un ritmo narrativo atractivo sobre esta mujer aquejada de una absoluta orfandad social y afectiva.

Me ha gustado la música de Nate Heller y la fotografía apagada y efectiva de Brandon Trost, junto a una estupenda puesta en escena y un montaje correcto.

 

En el reparto, poderoso y más que convincente es el trabajo de Melissa McCarthy, que hace gala de una gran vis dramática. No creo errar si digo que junto a su directora, la McCarthy es el gran aliciente del esta película. No le va a la zaga el jugoso trabajo llevado a cabo por un Richard E. Grant, que se desempeña en la magistral composición de un gay de la calle que improvisa la vida a cada paso; tan expresivo como ocurrente y creíble. Acompaña un elenco de actores y actrices de reparto todos muy buenos como Julie Ann Emery, Jane Curtin o Anna Deavere entre otros.

Es curioso pero durante el visionado, sobre todo al finalizar la película, el espectador sale sintiendo simpatía por la humanidad y el desparpajo de Lee, por más que es una mujer desagradable, burda y poseedora de todos los defectos imaginables. Lo que hace nuestra escritora es falsificar con gran ingenio unas cartas que superan a las que habrían escrito sus famosos remitentes. Por lo tanto es tunante, pero los que compran su producto lo son aún más, de lo que cabe concluir que su manera de comportamiento no es sino el reflejo de la sociedad del dinero en la que se mueve y que ella entiende muy bien. Como en cualquier timo, no se sabe bien quién es más timador si la que falsifica y vende o los que compran y revenden obteniendo pingües beneficios. Al final, la Lee es alguien con quien resulta fácil empatizar. Yo particularmente deseaba que no la descubrieran. Además, resulta que curiosamente, Israel engaña al mismo mundo literario que la había descartado a ella, una especie de venganza poética pues en última instancia, el film plantea una reivindicación del arte del fake como muestra irrefutable de consideración y amor que puede llevar a cabo un experto respecto a las peculiaridades de estilo de los autores a los que admira.

Algo que me ha gustado sobremanera es la revalorización de los intercambios epistolares y de la literatura. Al fin, la historia trata de falsificación de cartas de personas relevantes de la literatura. Hoy, que nadie escribe cartas, sólo twitters o whatsapp, la obra de Marielle Heller deviene conmovedora y llena de encanto.

Cine urbanita con personajes a la deriva que buscan un sentido a la existencia mientras pasean por las calles y los bares de Nueva York sus miserias enjugándolas en güisqui. Eso tiene también de conmovedor el film, ese retrato descarnado de almas en pena, pero que saben muy bien acomodarse en la barra de cualquier pub o colarse tan lindamente en las fiestas de sociedad para comerse los canapés y tomar unos tragos de gorra.

Entre policial ocurrente y homenaje a la literatura, tiene esta película una cara triste y de angustia, pero tanto la obra de Lee Israel que inspira el film (”Can you ever forgive me?: Memoirs of a Literary Forger”, 2008), como la acertada mirada de Marielle Heller, aportan también otro perfil de la historia con un ‘humor superior’ que deja buen sabor de boca. Es una cinta afectuosa y es buen cine, ese que cumple dos principios generales: un buen personaje y una buena historia.

Cuentan que cuando Lee Israel murió (1939-2014), el New York Times llamó a uno de los agentes del FBI que se hizo cargo de su caso. El detective declaró: “Era brillante”; “mi favorita es la carta en la que Hemingway se queja porque llamaron a Spencer Tracy para el casting de El viejo y el mar“.

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