Para aquellos nostálgicos del cine de finales del siglo XX que se sienten un poco perdidos con los nuevos caminos por los que transita el cine actual, les resultará cuanto menos sorprendente encontrarse a estas alturas de milenio con una película como El irlandés. Y también les resultará agradable descubrir que uno de los mayores exponentes de aquel cine (ni mejor ni peor que el actual, simplemente diferente) sigue manteniendo su talento intacto.

Martin Scorsese perteneció a la nueva hornada de directores que, en los años 70, cambiaron el panorama cinematográfico con sus ideas innovadoras y sus nuevas formas de contar historias. Nombres como Peter Bogdanovich, Ridley Scott, Michael Cimino, Robert Zemeckis, Brian De Palma, Francis Ford Coppola, Clint Eastwood, George Lucas y Steven Spielberg no necesitan presentación porque hablan por sí solos, y muchos de ellos, todos maestros del viejo celuloide, todavía consiguen hacerse hueco en las carteleras del moderno cine digital.

El irlandés es un aplaudido regreso de Scorsese al subgénero del que es, junto con De Palma y Coppola, un experto consumado: el thriller mafioso. Y se nota desde el primer plano hasta el último, ya que sus tres horas y media de duración son un recuerdo constante de lo que vimos en Malas calles (1983), Uno de los nuestros (1990), Casino (1995) e Infiltrados (2006), sumándole el hecho de haber recuperado estrellas como Robert De Niro, Joe Pesci y Al Pacino, verdaderos representantes del subgénero gangsteril que andaban muy de capa caída con sus últimos papeles.

El filme cuenta la historia de Frank Sheeran (Robert De Niro), un sindicalista norteamericano de ascendencia irlandesa que estuvo relacionado con el crimen organizado desde su regreso del frente de combate al final de la Segunda Guerra Mundial. Parecía que se le daba bien eso de matar, por lo que alternaba su trabajo como conductor de camiones con colaboraciones con mafiosos de la talla de Russell Bufalino (Joe Pesci). Con Bufalino comenzó su carrera de matón y extorsionador, y fue quien le presentó a Jimmy Hoffa (Al Pacino): uno de los sindicalistas más importantes del país, con el que Sheeran estuvo trabajando muy de cerca hasta su misteriosa desaparición.

El irlandés se basa en la supuesta autobiografía de Sheeran, relatada por él mismo a Charles Brandt, autor del libro I heard you paint houses, de cuya adaptación a la gran pantalla se ha encargado un peso pesado como Steven Zaillian, responsable del guion de títulos como American Gangster (2007), Gangs of New York (2002) o La lista de Schindler (1993). Brandt, como abogado de Sheeran, pasó mucho tiempo con él después de que éste recibiera la condicional debido a sus problemas de salud. En la película, Sheeran le cuenta su historia con profusión de detalles, sentado en una silla de ruedas, ya muy mayor, atribuyéndose asesinatos de los que hoy en día no hay pruebas fehacientes de su verdadera autoría.

Aunque Scorsese centra la historia en Frank Sheeran, dota de igual relevancia al personaje que encarna Al Pacino. Jimmy Hoffa fue un famoso sindicalista americano, con muchos contactos con la mafia y conocido por sus desavenencias con los Kennedy. Pero lo más llamativo de su biografía es su desaparición en 1975. Desde entonces, aunque se declaró muerto en 1982, su cuerpo todavía sigue sin aparecer y las circunstancias de su muerte sin clarificarse. Scorsese aprovecha este hecho para revelar en el filme dichas circunstancias, siempre según los dictados del texto de Brandt y, por tanto, según la versión de Sheeran.

Scorsese perfila magistralmente todos los personajes gracias a la extraordinaria labor de sus actores, viejos conocidos del director neoyorquino, cuyos estupendos trabajos son reflejo de su comodidad en papeles ya explorados durante sus filmografías: Joe Pesci, enorme, transmite la tranquilidad de un hombre que lo controla todo y continúa haciéndolo en su vejez. Al Pacino, por su parte, le da a Jimmy Hoffa el carácter histriónico y testarudo que lo caracterizaba. Robert De Niro, por último, reviste a Frank Sheeran de un aire bonachón y a la vez brutal, propio de los sicarios. No hay que olvidar el estupendo trabajo de otros actores algo más anecdóticos pero no menos dignos de mención como Harvey Keitel, Anna Paquin, Bobby Cannavale o Stephen Graham.

Otro gran acierto del filme, quizás el más destacado, es su puesta en escena. La delicadeza, la calma, el calado que emana de cada uno de sus fotogramas… todo tiene un sabor de despedida, de añoranza, de ocaso, reflejada en la decadencia de los personajes, en su deterioro paulatino.

El irlandés es una obra crepuscular, a la altura de las más grandes de la excelsa filmografía de Scorsese, y posiblemente del subgénero. El aroma a cine que desprende por todos sus poros hacen de esta simbiosis entre la vieja escuela y la nueva una experiencia única y, probablemente, irrepetible. Una auténtica delicia.

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