Si habláramos de Rutgerus Oelsen Hauer, la mayoría de los mortales nos quedaríamos como si nada. Si por el contrario habláramos de Rutger Hauer, muchas personas asentirían convencidas, sobre todo los aficionados a la ciencia-ficción entre los que me incluyo. Si además habláramos del malvado y rubio replicante de la inolvidable “Blade Runner” (1982), se disiparía cualquier duda.

Lo de Rutger (permitidme el trato informal) estaba predestinado. De padres actores y hermanas actrices, quiso romper con lo que parecía una imposición familiar y se puso a trabajar como marino mercante, como obrero de la construcción, como electricista y colaborando en el ejército. Pero nada de eso cuajó, y decidió seguir los pasos de sus padres y estudiar interpretación.

Después de pasar por el teatro, Rutger trabajó en una serie para la pequeña pantalla, “Floris” (1969), de la mano de Paul Verhoeven, director holandés polémico donde los haya, quien también hizo de padrino en su bautismo cinematográfico con “Delicias turcas” (1973). Desde entonces, el tándem Verhoeven-Hauer siguió funcionando con otros títulos como “Katty Tippel” (1975), “Eric, oficial de la reina” (1977) y “Vivir a tope” (1980), hasta que Hollywood llamó a la puerta de Rutger con una oferta irresistible: enfrentarse a Sylvester Stallone en “Halcones de la noche” (1981). Pero fue un director británico, con apenas dos películas en su bagaje (una de ellas “Alien, el octavo pasajero”, 1979), el que le daría a Rutger el impulso necesario para alcanzar fama mundial.

Ridley Scott sólo conocía a Rutger gracias a las películas que había visto en su etapa holandesa junto con Verhoeven. Fue suficiente para elegirlo como el “Roy Batty” perfecto. En palabras de Philip K. Dick: “frio, ario, impecable”. Dick, autor de la obra “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” en la que se basa “Blade Runner”, sólo pudo ver un atisbo de lo que se iba a convertir en un hito de la ciencia-ficción, pues murió unos 5 meses antes del estreno. Lo que vio fue suficiente para predecir que estábamos ante algo grande, que iba a romper barreras y poner nuevos límites al género.

Roy Batty. Replicante frío, asesino, líder de una rebelión y buscador de respuestas. Las preguntas, todas: ¿quién es mi creador? ¿Por qué me ha dado emociones? ¿Por qué vivo tan poco tiempo? Es “El mundo de Sofía” con tintes neo-noir en medio de imaginería sci-fi. Batty se encarga de enseñarnos lo valiosa que es la vida y lo mucho que la desperdiciamos. Es el “carpe diem” hecho carne y máquina. Alguno dirá que si tanto valora la vida, ¿por qué acaba con la de otros? Por venganza. Por sentir cosas que nosotros jamás sentiríamos, ver cosas que jamás creeríamos, para que al final la obsolescencia programada se lo arrebate todo.

Los registros de Rutger haciendo de Batty son muy ricos en matices. Sentimos su frialdad, su ironía, su sonrisa torcida, su mirada helada, su imponente presencia en la pantalla. Y también, ¿por qué no? sufrimos con él, con su búsqueda, y aunque empaticemos con Harrison Ford porque nos gusta “Indiana Jones” y “La guerra de las galaxias”, Rutger se crece y nos regala un duelo interpretativo sencillamente inolvidable, para rematarnos con un colofón a su personaje escrito por su propia mano. Porque, señores, las lágrimas en la lluvia, la puerta de Tannhaüser y las naves más allá de Orión no salieron de la pluma de Hampton Fancher: fue Rutger el que, en un momento de aguda inspiración, plasmó ese monólogo inmortal que resumía la esencia del ser y del no ser, del vivir y del morir. Ridley no se lo pensó dos veces y rodó la conocida escena para deleite de generaciones presentes y futuras.

Después de la inyección de fama que le dio Ridley Scott, Rutger protagonizó durante la década de los ochenta algunos títulos interesantes tales como “Lady Halcón” (1985), junto a Michelle Pfeiffer: una dulce y vistosa fantasía épica que seguía la moda de espada y brujería impuesta por “Conan el bárbaro” (1982). El mismo año, Paul Verhoeven lo volvió a rescatar para “Los señores del acero” (1985), una particularísima versión de la edad media rodada en Ávila, Belmonte y Cáceres, y la última película europea del director holandés antes de remover al dormido público estadounidense con “Robocop” (1987), cuyo papel Rutger rechazó.

El reconocimiento de la crítica le vino con el telefilme “La escapada de Sobibor” (1987), con el que ganó un Globo de Oro por su papel de un oficial ruso prisionero en un campo de exterminio nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Pero las excelencias como actor de Rutger no se vieron reflejadas en su futura filmografía, repleta de películas semidesconocidas en muchos casos y verdaderos subproductos en otros. Rutger aparecía en películas de ciencia-ficción de baratillo, principalmente en la década de los 90, y como secundario en otras cintas que salían directamente al mercado del videoclub con más pena que gloria.

A pesar de esa decadencia, Rutger seguía trabajando y dando lo mejor de sí mismo, intentando desencasillarse de ser conocido como “el malo de Blade Runner”, a pesar de que siempre agradeció haber dado vida a aquel frío replicante que le dio de comer de por vida.

Su última película estrenada fue “Los hermanos sisters” (2018), y nos dejó mientras trabajaba en una nueva versión televisiva del clásico de Dickens “Un cuento de navidad”. Todavía lo veremos en dos películas más con estrenos previstos para 2020, “Break” y “Emperor”. Lo volveremos a ver, sí, y más de uno derramará lágrimas en el cine por la memoria de un actor que ha sido un verdadero icono de la cultura popular.

Cosas del destino, Rutger se ha apagado en su Holanda natal el mismo año en el que Roy Batty se apagó en aquella lluviosa azotea, frente a un Harrison Ford anonadado. Aquí en la Tierra vemos cómo su paloma remonta el vuelo, buscando un claro en el cielo encapotado, mientras le decimos adiós a otro personaje de una infancia cada vez más lejana y hoy un poco más huérfana.

Hasta siempre, Rutger.

 

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