Excelente película de Tarantino que yo agradezco y valoro pues aunque en los años sesenta era un pibe, recuerdo prácticamente todos los artistas, personajes y acontecimientos que asoman el plumero en el film, las canciones, las películas y series de TV que se mencionan, los acontecimientos del momento, incluyendo el escabroso episodio de Charles Mason, e incluso escenas que creo haber visto antes en otras películas, como cuando DiCaprio flota en su colchoneta inflable en su piscina, ¿no recuerda a “El Gran Gatsby”? Por supuesto se visionan escenas reales como la tomada del film “La gran evasión” (1963) de Sturges, donde DiCaprio suplanta a Steve McQueen en una cabriola del guión. Un libreto hecho más de imagen, de miradas, silencios o gestos, que con los alambicados diálogos a los que Tarantino nos tiene acostumbrado.

Esta genial obra de Tarantino es todo lo que he dicho y más. Con el poder de escenas e imágenes, hay una intención explícita por traer de nuevo a la memoria viejos tiempos que ya no son, e incorporar esos recuerdos al mundo de hoy. Indagar en aquellos momentos de los años ’60, una suerte de re-creación que libera al pasado de su encierro y lo muestra al espectador con una sabiduría y una excelencia narrativa tal que los 165 minutos de metraje se hacen cortos y uno querría continuar con los flecos inacabados que no se mencionan en el film pero que sucedieron, es decir, tantas y tan variadas historias, películas u otros actores-actrices que están en la cabeza y en el ánimo de muchos espectadores y a los se apunta sin mencionar.

Depositaria de una época que se disipa, Tarantino fagocita el tiempo, lo evapora y lo hace ondear como una bandera fantasmal que, empero, está en todos nosotros, bien por cosa vivida, bien por pelis vistas, bien por lecturas, etc. Un retorno a la capital del cine que camina hacia la transición entre viejo y lo nuevo que se abría paso. Efectivamente, sabemos que poco tardaría la cosa cuando, con una serie de películas grandes de la época, habría de caer el viejo emporio de los grandes estudios. En esta línea histórica, Tarantino construye dos personajes que vienen justamente de lo antiguo, un hombre curtido como doble de escenas de acción y un actor famoso que hace de malo en westerns de segunda o alguna serie de TV. Tarantino despliega una mirada empática y afectuosa sobre dos personajes. Pues bien, en el quehacer imprevisible de estos dos hombres, Leonardo DC como el actor fracasado Rick Dalton y Brad Pitt interpretando al especialista Clift Booth, se entrecruza en algún modo la presencia de una inocente y cinéfila Sharon Tate (quien va a ver sus propias películas en las salas comerciales), encarnada por Margot Robbie. Con ellos se va desplegando una trama llena de evocaciones y humor del que hace reír. Sin olvidar la maléfica banda hippie liderada por Charles Mason, que acabó con la vida de la Sharon Tate, a punto de dar a luz. Aunque este episodio no forma parte explícita de la película, sin embargo la Tate y sus amigos son vecinos de los protagonistas en la película y coincide la fecha y hora de los prolegómenos y del ataque de la banda hippie a los personajes del film, con el brutal crimen de la banda Mason a la Tate y sus amigos; Polansky estaba en Inglaterra. Tarantino no esconde su repulsa a los tales hippies demoníacos.

Tarantino acierta a desarrollar forma espectacular los ya superlativos carismas de Brad Pitt y Leonardo DiCaprio, que son quienes sostienen la película, concluyendo, al final, en una explosión de violencia y humor que pone la ‘guinda tarantina’ a un pastel que hasta entonces había discurrido por cánones diferentes a los habituales en el director norteamericano.

La cinta es técnicamente admirable, sabe acoplar los tiempos en la pantalla y dentro de los rodajes, a discreción, con bromas en las que figura un Steve McQueen (que no se parece en nada a él, jaja!), la icónica Sharon Tate, un Al Pacino devenido consejero de cine, el enorme luchador Bruce Lee apaleado y desmitificado por el doble que interpreta Pitt (por cierto, la hija de Lee ha interpuesto una demanda a Tarantino por tal desatino, según ella), Polanski por ahí de bailongo, el campamento de la secta Manson, incluso a un Bruce Dern ciego y dormilón, eso, amén de canciones pegadizas y guays del momento, Feliciano y su versión de “California dreamin’”, Los Bravos, etc. Alusión a películas en las trabaja Sharon Tate como la en su momento polémica “El valle de las muñecas” (1963) o “La mansión de los siete placeres” (1969), en la que comparte reparto con Dean Martin; series de TV como “El Virginiano” (1962). E incluso me parece enternecedora la escena en que S. Tate (Robbie), entra en una librería para comprar una de las primeras ediciones de ‘Tess d’Urberville’ para regalársela a su marido Roman Polanski, quien una década después llevaría al cine la novela de Thomas Hardy.

https://www.youtube.com/watch?v=J0rFGJV3cYw

En fin, esta novena entrega de Tarantino es un exponente de empatía y amor a aquella época dorada del cine. Tiene muchos momentos brillantes y encierra tanta historia y tan bien contada, que es sin duda una película de las muy buenas, y de ahí para arriba.

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