Con motivo del aniversario de la Revolución de Octubre se están realizando diversas obras teatrales de temática revolucionaria en España, reavivando el viejo género de teatro político o social. Ejemplo de esto son montajes recientes o que aún están en cartelera como 1984 de George Orwell en el Teatro Galileo de Madrid o el Festival Grec que ha tenido lugar este mes en Barcelona, íntegramente dedicado al teatro político y social.

Para contextualizar estas obras, hagamos un repaso al panorama dramatúrgico ruso en los momentos inmediatamente posteriores a la Revolución.

A partir de 1917 hubo un gran interés en acercar a las masas de trabajadores y campesinos soviéticos por parte de grandes agrupaciones obras de índole artística que nunca habían tenido oportunidad de ver. La representación más importante tuvo lugar en Petrogrado con motivo de su aniversario en 1920 y se llamó “El ataque al Palacio de invierno”. Estuvo dirigida por Ievréinov y contó con una orquesta de quinientos músicos interpretando canciones revolucionarias. Destacó por reproducir los acontecimientos más relevantes de la toma del poder por parte de los soviets y el asalto al palacio de invierno de la mano del buque de guerra Aurora.

Como celebración del primer día de Mayo se montó “El misterio del trabajo liberado”. Estuvo dirigido por Aleksandr Kúgel y Iuri Annenkov. Los actores representaban al Papa, al sultán, al banquero y al comerciante como paradigma icónico del capitalismo.

Uno de los directores soviéticos más reconocidos por aquella época, Nikolai Ojlópkov, presentó “Lucha entre el trabajo y el Capital” en Siberia, en la gran plaza de Irkútsk. El periódico local calificó el final del espectáculo con estas palabras: “Aparecen estandartes en escena. Los artistas representan al proletariado victorioso suben a los automóviles y los conducen alrededor de la plaza aclamados por docenas de millares de espectadores”

Con las representaciones de los artistas fuera de un teatro común intimista burgués de la época,  buscaban difundir aún más las ideas revolucionarias. Eran espectáculos ruidosos, coloridos, vistosos y muy estéticos (constituyendo un medio aún más potente que la prensa).

La emergencia a partir de  1918 en el interés por el teatro fue verdaderamente asombroso. En todas partes se contaba con grupos teatrales, desde fábricas hasta el ejército. Por el año 1920 solamente en las fuerzas armadas tenían 1210 teatros, 1800 clubes y 911 grupos dramáticos. Ante tal interés de los soviets por el arte dramático, los actores viajaban voluntariamente y no se les pagaba con dinero, sino con pan, manteca y tocino; mientras que los directores aceptaban abrigos y tabaco como pago. Entre los espectáculos era común que se apagaran las luces y titubearan los focos. Tampoco había calefacción, mas tanto público enardecido caldeaba el ambiente. Era común ver a los músicos tocar con el abrigo puesto. El crítico Viktor Shklovski cuenta: “en ese mundo aterrador de heladas, arenques rancios, harapos, fiebres tifoideas, colas para pan y soldados armados, una noche de estreno sucedía a la otra y todos los días los teatros estaban colmados”.

La artista Iablochkina, del teatro Maly, cuenta en sus memorias que interpretó “Lobos y ovejas” de Aleksandr Ostróvski a cinco grados bajo cero y el atrezzo estaba constituido de bufandas a la par que el maquillaje se congelaba en su rostro. Al cumplirse el primer aniversario de la Revolución Meyerhold montó la obra “Misterio-burla“, una parodia sobre temas bíblicos. La pieza fue escrita por Maiakovski y el pintor Malévich fue quien propuso su escenografía.

El teatro, como forma de expresión artística, siempre ha hecho mella en la sociedad, ya sea para manipularla, informarla o simplemente entretenerla. Porque, como dijo Arthur Miller “el teatro es tan accidental como la vida”.

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