Muchos fuimos los cinéfilos que, tras la muerte del gran Stanley Kubrick, temimos que su proyecto sobre la inteligencia artificial que preparaba quedara definitivamente en manos de Steven Spielberg, con quien Kubrick ya había hablado mucho del proyecto como amigo personal suyo que era. Pero este temor no significaba que Spielberg no sea un gran cineasta, que también lo es… cuando quiere, sino que cada uno tiene un estilo completamente diferente a la hora de reflejar sus mundos personales, y se podía pensar que a Spielberg no le pegaba filmar una obsesión de Kubrick.

Pues bien, nunca sabremos lo que hubiera hecho el buen Stanley con su ansiado proyecto, pero cuando pudimos contemplar la grandiosa (e incomprendida) obra maestra que hizo Spielberg, tuvimos que disculparnos mentalmente y reconocer que los temores eran infundados, porque Spielberg hizo la tontería infumable de 1941, pero también la inolvidable Salvar al soldado Ryan; la facilona e infantil Hook, pero también el maravilloso cuento E.T. el extraterrestre; la mediocre y fallida Amistad, pero también la ejemplar La lista de Schindler.

A.I. Inteligencia artificial es posiblemente su mejor película, o al menos está en el grupo de cabeza, aunque desgraciadamente el público no respondió a las expectativas y es una de las menos populares, quizá precisamente por esta calidad misma. La fascinante historia del niño-robot que desea ser amado por sus desconcertados padres adoptivos, en un futuro quizá no tan lejano en el que la tecnología ha conseguido que las máquinas tengan sentimientos y sensaciones humanas, es realmente sobrecogedora, y está maravillosamente interpretada por el mejor actor infantil de aquellos años en Hollywood, Haley Joel Osment, alias “enocasionesveomuertos”.

Se le reprochó a Spielberg que alargara la conclusión para llegar a un final feliz, pero esto sería discutible porque el final no es feliz en absoluto, quizá sólo aparentemente. La película está dividida en tres partes: la primera, magistral, narra la convivencia del robot con sus padres adoptivos, entre las buenas intenciones y la incomprensión; en la segunda, una vez devuelto el robot, cuenta las peripecias de éste hasta desembarcar en la feroz “feria de la carne”; y en la tercera vemos a nuestro protagonista en un futuro muy lejano, en el que el ser humano parece haber sido desterrado del planeta, completamente helado y controlado por extraterrestres.

Este ultimo segmento es quizá el que podría haber evitado Spielberg, porque el final del segundo hubiera sido un final antológico para la película, con el niño-robot congelado y mirando al hada azul para la eternidad; pero en cualquier caso, también esa conclusión me convence, y visualmente es alucinante, además de conseguir durante todo el metraje un tono hipnótico y onírico, que resulta fascinante y embriagador.

Finalmente, Spielberg, nobleza obliga, dedicó la película a Stanley Kubrick, y yo tengo el convencimiento de que la magistral película que es A.I., aún siendo más sentimental que la que hubiera realizado él mismo, hubiera maravillado al genial autor de 2001: una odisea del espacio. Enhorabuena Steven.

 

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