El PP prepara el campo de batalla y los guerreros buscan sus espadas. Santamaría sopesa presentarse, como no puede ser de otro modo con el currículum de vicepresidenta, pero sólo goza del apoyo claro del PP vasco y del Congreso. Cospedal, en la sombra, no sabe qué hacer, y la mira a ella y a Feijóo calculando las acciones al milímetro. El gallego, que tenía todas las de ganar, ahora duda, vacila, tiembla, porque es cauto y porque la mayoría absoluta gallega es un manjar que uno difícilmente abandona cuando carece de certezas. Margallo presiona: se presenta para pinchar a la vicepresidenta, apoyar a Feijóo o para tocar la flauta en caso milagrosa de estar en el lugar adecuado en el momento justo, esto es, hacer un Sánchez. García-Hernández, jefe internacional del PP, ha sido sin embargo el primero en candidatarse, el último que se esperaba. No suena el nombre de Ana Pastor en los principales diarios, aunque sí Bauzá, que quiere desde Baleares recuperar un discurso liberal. Otra variable: las autonómicas y municipales. Puede haber cambio de fichas a cambio de pleitesías por el bien del partido y de los perdedores: una candidatura al ayuntamiento madrileñó a cambio de una retirada cariñosa. No suenan viejas figuras, no suena Aznar. Todo cambia, todo fluye. Los apoyos son líquidos y parece que la opción de evitar la guerra civil mediante pactos de interés toma peso. Rajoy se lava las manos: no va a elegir sucesor, no va a apoyar a nadie, no va a hacer nada. En el cúlmen de su budismo egoísta autocontemplativo ha decidido volver a Santa Pola. Quién sabe si la decisión de dejar en manos de otros el bautismo del nuevo líder es acertada.