Los jugadores de ajedrez, profesionales o no, pueden estar de enhorabuena. Y los que juegan al parchís, a las damas o al Black Jack también. Y los que no juegan a nada. Porque Gambito de dama es una celebración para todos por igual, es una celebración del cine.

La miniserie de Netflix está arrasando por diversos motivos, entre los que se encuentra el hecho de que el público de las series suele ser muy exigente. Mucho más que el del cine. El espectador que ve series lo suele hacer porque, debido a la falta de tiempo que impera en la frenética sociedad de hoy en día, espera disfrutar de cierta calidad tanto en la forma como en el contenido en una pieza de una hora o menos. Gambito de dama puede considerarse una serie corta o una película larga, pero logra convencer tanto a los cinéfilos más puristas, que separan la ficción televisiva de la de una pantalla de cine, como a los devoradores de folletines que no tienen tiempo de largometrajes.

Gambito de dama (o Gambito de reina si se prefiere la traducción original), del director y guionista Scott Frank, derrocha calidad cinematográfica por todos sus poros. Sus más de 7 horas de metraje son todo un compendio de cine, de buen cine encapsulado en las (ya no tan) pequeñas pantallas de nuestros hogares. Cada capítulo, cada plano, cada encuadre, cada escena, cada diálogo… son de una exquisitez sorprendente. La ambientación de los años 60 está excelentemente cuidada, tanto en decorados como en vestuario y en referencias culturales y sociales. La deliciosa banda sonora sabe acompañar cuando hay que hacerlo y guardar silencio cuando es necesario. La atmósfera en la que se recrean las partidas de ajedrez es lo suficientemente tensa como para que la sienta un espectador que no haya oído hablar en su vida de gambitos, enroques o jaque mates. Porque el mayor logro de Scott Frank ha sido mantener pegado a la pantalla al espectador lego en ajedrez con su serie sobre ajedrez y ajedrecistas.

A pesar de tratarse de un personaje ficticio, basado en la novela homónima de Walter Trevis, la vida de Beth Harmon (Anya Taylor-Joy) tiene similitudes con la de grandes ajedrecistas como Bobby Fischer o Anatoly Kárpov. La serie cuenta el periplo vital de Harmon desde la desaparición de su madre en un trágico accidente, motivo por el cual tuvo que vivir buena parte de su infancia entre las paredes de un orfanato de cierto corte elitista. Fue allí, en un oscuro sótano y con un huraño y poco amigable conserje, donde descubrió el que iba a ser su modo de vida y su obsesión: una obsesión alimentada por las pastillas que el centro suministraba a las niñas.

Gambito de dama no es sólo perfección formal y lección de estilo, es también calidad interpretativa. Según la opinión de jugadores de ajedrez de alta competición, los actores parecen verdaderos profesionales. Y de entre todo un elenco principalmente masculino, reflejando de ese modo la preeminencia de ese género en los jugadores de ajedrez, destaca una figura femenina: Anya Taylor-Joy. Actriz estadounidense de tan sólo 24 veranos, ya tenía tras de sí una prolífica filmografía antes de encarnar el que ha sido el papel que realmente la ha ascendido al estrellato. Su Beth Harmon respira inocencia, fuerza, inteligencia y encanto a partes iguales, conquista al espectador con su mirada de aparente indiferencia pero llena de intenciones y objetivos. Sabe permanecer impasible ante el enorme peso que es llevar un papel como el suyo en una serie como esta, y nos regala momentos de gran calado, tanto emotivos como tensos.

Anya Taylor es la dama, o la reina, de Gambito de dama. Su carisma no ha pasado desapercibido ni siquiera a un grande como George Miller, quien ya la quiere para hacer el papel de Furiosa en el spin-off de Mad Max: Fury Road (2015) previsto para 2022, papel que hizo Charlize Theron en aquella fascinante cinta.

Una obra maestra, de lo mejor que ha dado Netflix en este apocalíptico año. No se la pierdan.

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