Handía tiene un distinguido gusto visual y un altísimo nivel técnico que deviene una obra formalmente impecable, sobre todo en fotografía, sin caer en una estética empalagosa. Es bella y a la vez, la voz en off del hermano del protagonista, nos lleva a recónditos tiempos e incluso al margen del tiempo, como ocurre con el personaje principal, un gigante utilizado a modo de atracción de feria en una época crispada donde sólo permanece la tierra que le vio nacer y le verá morir: el caserío.

Es una cinta que se hunde en las raíces de la vascongada profunda, a caballo entre el siglo XVIII y XIX, más en este último, que nos habla de un contexto carlista y recóndito. Es una película para un público selecto, un espectador esteta, y preparado para una narración con personaje freaki, de tantos que en aquellos entonces hubieron, un hombre aquejado de acromegalia o gigantismo, un entrañable monstruo cuya exhibición resulta ser la manera de sobrevivir en un mundo frío y hostil, de escaso rendimiento agrícola, y la necesidad de ganarse la vida como fuere.

La película es la historia de Martín, un soldado en la primera guerra Carlista que al volver a su caserío de Guipúzcoa, descubre para su sorpresa que su hermano pequeño, Joaquín, es anómalamente alto. Azuzado por la necesidad y su afán por viajar a Norteamérica se le ocurre que mucha gente querrá ver a un gigante humano, lo cual que ambos hermanos emprenden un largo viaje por Europa con la mira puesta en el enriquecimiento. La notoriedad y la fortuna casi cambian el mísero destino familiar, aunque un acontecimiento accidental los devolverá de nuevo a la pobreza. Se trata de una trama “inspirada en hechos y personajes reales”, como rezan los títulos de crédito iniciales, y que debe su título a José Joaquín Eleisegui (2,42 metros de altura), en vida llamado el Gigante de Altzo.

La dirección de Jon Garaño y Aitor Arregi consigue construir una película a modo de ‘road movie’ por un espacio misterioso y lleno de espiritualidad, por una Europa incipiente y convulsa, y el monstruo paseando su soledad. Cinta hermosa y de calado en la cual la realidad resulta de transitar por un mundo legendario y mágico, imágenes que huelen a cuento; y lo hace con gran gusto visual y musical, amén de una importante carga alegórica en torno a las relaciones familiares, el respeto a la ‘diferencia’, y un concepto plagado de peligros como el de ir siempre a más, crecer sin límite; una película dotada de estética y atmósfera. Arregui y Garaño nos hablan también de la relación fraterna, de los dos hermanos expuestos a los celos, la rivalidad, los reproches, la ambición. Los directores describen este universo atribulado con agudeza y verismo, en un ejercicio de gran nivel que expone esas cuentas del espíritu que nunca se amortizan.

Excelente el guión escrito a cuatro manos por Jon Garaño, Aitor Arregi, José Mari Goenaga y Andoni de Carlos plagado de tintes enigmáticos, dolor y fábula; libreto medido, sin afectación ni pretenciosidad. Una narración que a pesar de su tono pausado, de su ritmo sin tiempo, nos mete en la pantalla de principio a fin. Película con un detallismo poético que es fábula del mito que relata, es un cuento en su intimidad extraño que crece ante la mirada del espectador de manera luminosa. Y a la vez, es relato fiel de una historia veraz del pasado, pero que es igualmente leyenda de cualquier época posible. Así se eslabona la parsimonia de una narración quizá en exceso pendiente de sí misma.

Muy buena y alegórica la música de Pascal Gaigne y maravillosa la fotografía de Javier Aguirre cuya cámara da fe de su propia sorpresa de forma minuciosa, precisa y sonámbula; encuadres magníficos, todo lo cual está al servicio de una romance pudoroso y sin apenas diálogos, pero impecable.

En el reparto destaca un expresivo y eficiente Joseba Usabiaga, la revelación que es Eneko Sagardoy con una mirada y una expresividad mayúscula, y actores de lustre como Ramón Aguirre, Iñigo Aramburu, Aia Kruse e Iñigo Azpitarte; sin olvidar al gigante real-figurante, un argelino ex-jugador de baloncesto de 2,32 metros de nombre Saad Kaiche. Conjuntado y sobresaliente elenco.

Martin le dice a su hermano: “Tú estás aquí, pero tu leyenda está fuera y crece más rápido que tú”; y el monstruo se convertirá en mito, y mientras el Gigante es la magia, la religiosidad y la superstición –como afirman los directores del film-, Martín es la modernidad y el progreso, ambos enfrentados, pero ambos dependientes el uno del otro. Esa es tal vez la idea prínceps del film, los tradicionalistas carlistas versus los innovadores isabelinos. Miguel no quiere cambiar y, empero, no deja de crecer; Martín quiere huir al Nuevo Mundo americano, pero su brazo inválido es todo un hándicap. Es también lo bucólico frente a lo urbano, aunque a decir verdad, no se idealiza en absoluto el mundo rural que se presenta como un escenario duro y terrible.

https://www.youtube.com/watch?v=sXQ9FobIP9g

Película hermosa y sincera sin paliativos, una gran obra del actual cine vasco que no conviene perderse.

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